miércoles, 9 de noviembre de 2011

Mar

Podría ser una bonita historia de amor pero tú y yo somos un par de escritores prófugos de la ley y los géneros literarios. Por un lado, te fumaste todos los cigarros que correspondían a esta cuota de vida y yo compensé el daño pulmonar en auto flagelarme con bebidas espirituantes antes del cuarto de siglo.

Somos un dueto de poetas conformistas, noteros del centralismo y el capitalismo, una pareja de amantes sintácticos, piezas congruentes de una generación de comunicadores incapaces de comunicarse entre sí.

Y sin embargo, he soñado contigo más noches que estrellas fugaces.

Estabas tan ahí.

Ahora tan acá.

Mañana tan allá.

El ahora es tan ahora que escurre entre mis dedos antes de pronunciarlo si quiera.

Tengo que mirar tu foto para recordar que existes. A veces se me olvidan tus formas. En sueños me lo explicas. A veces olvido que he olvidado. Confundo cicatrices con experiencias y a veces olvido la diferencia entre éstas.

Podría ser una bonita historia de amor pero tú y yo somos cómplices de una sociedad macabra. Quisiera que me siguieras. Pero ni siquiera yo sé a dónde voy.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Otros

En medio de todas las calles, todas las gentes y en todos los mundos, yo te había visto cargando unas pesadas bolsas de metáforas y canciones encebolladas, todas envueltas en esa atmósfera de soberbia y tristes alusiones a la sobriedad y el hastío.

Te canté un verso mal hecho para ver si así dejabas caer el peso de la conciencia colectiva y te arriesgabas a dar el salto hacia el vacío dulce y etéreo de olvidar las formas de todas las cosas mundanas y celestiales, ambas compuestas de estrellas, de todas esas luces del firmamento que nombraste para reconocerlas.

Yo te había visto en otras vidas y en otros colores.

Te había visto y no me hacía tanta gracia como en esta tarde tornasol.

Veremos si en tres milenios seas tú el que se ría y yo la que te componga una canción.

martes, 1 de noviembre de 2011

De luces y lentejuelas

Creo que de todo el universo musical, el género romántico abarca la mayoría de las galaxias y sistemas solares que existen en el infinito campo de las nebulosas. Por supuesto existen pequeñas constelaciones de basura estelar llámense Washiturros, Axé Bahía o Marco Antonio Solís cuyos aportes a la música consisten en mover degenerada e inverosímilmente ciertas partes del cuerpo humano o lanzar plegarias a diestra y siniestra a algún Dios que se retuerce de la risa mientras venden detergente a las dueñas de casa en su nombre.

Pese a todo, el romance ha sido el alma matter de la humanidad y en general, el amor, el artilugio de la vida en sí. Pero cuando escucho a Roxette, Celine Dion y Sinéad O'Connor; y más encima si a todo eso le sumo la producción cinematográfica ícono de las solteronas pasadas de peso como Bridget Jones I y II, es cuando comienza a gestarse en mí un conflicto mental, mis neuronas dejan de hacer sinápsis y comienzo a comprender que el tiempo verdaderamente es arena en las manos y que mi cuerpo comenzará a arrugarse, congestionarse, degradarse y/o alcoholizarse para superar los crueles embates de la vida adulta.

Pasa que cuando te das cuenta que la gran mayoría de tu generación publica sus vidas a través de distintas redes sociales, mostrando la foto de la guagua en el coche, la guagua disfrazada de abeja, la guagua vomitando en el parque y si a eso le suman que los días domingos organizan asados con sus amigos cuyas guaguas hacen exactamente lo mismo, es cuando no sé si sentirme agradecida de alguna divinidad por no tener que cambiar pañales a las cuatro de la mañana o sentirme triste por tener caña todos los sábados sin que ningún cabro chico insista en ver monos animados y ningún hombre cariñoso me lleve el desayuno a la cama.

Mi conflicto mental podría mirarse desde varios puntos de vista; por un lado, mi abuela paterna a mi edad ya tenía por lo menos tres hijos que eventualmente vivirán preocupados de su bienestar hasta que alguna enfermedad mental los consuma o bien podría auto convencerme que aún me falta poner un pie en otro continente y quien sabe si hasta llego a conocer al príncipe azul en algún lugar como Marruecos o la India; o simplemente llevar una vida de abnegada periodista con extrañas aficiones culinarias mientras cuento los días para cambiarle la arena sanitaria a al gato, y descorcho botellas de vino mientras me peleo el último cigarro de la cajetilla con alguno de mis amigos gay.

La cuestión es bastante simple; o apago la música cebolla y vivo la vida en un país pseudo desarrollado pero con mentalidad retrógrada y tercermundista, o me sumerjo en el cuestionamiento infinito de no saber que hacer con el tiempo perdido y el instinto de mujer adulta que, casualmente, olvido cuando las luces y las lentejuelas brillan en las noches de mis sueños. O puedo simplemente volver a escribir incoherencias como éstas, mientras los minutos pasan y nadie más se pregunta que será de sus células el día de mañana.

De todas maneras prendo la música; pero aquella en donde las melodías de constelaciones remotas se refieren a mujeres y hombres independientes de la sociedad que te obliga a terminar una carrera profesional, irte de casa y tener hijos como una condenada de la limpieza doméstica. Pero en el fondo, creo que me quedo con las luces y las lentejuelas. Y el amor real, la música y por supuesto, mi gato.

jueves, 16 de junio de 2011

Declaración

Si lo hago, es porque sencillamente no me resigno. No quiero creer que será así durante toda mi existencia. Esta evasión es solamente producto de que no quiero que todo esto sea en vano. Debe haber algo más. Por eso juego a destruir corazones de diferentes y macabras formas, perfeccionando mi maldad para elevarla a niveles insospechados.

Lo enciendo.

Se me apaga.

Lo vuelvo a encender, con más de alguna preocupación rondando por mi cabeza como nubes en un día de verano. Lo llevo a mi interior y me parece hermoso. El sabor de sus caricias en mi garganta, con ese toque de frutos rojos y menta fresca reverberando en mis entrañas.

Enciendo un bosque de besos que la tierra me ofrece para soportarlo todo.

Invierno boreal

Hoy cargo con unos ojos pintados que no son los míos, sino los que quiero que los demás conozcan. Hoy me duermo con esa nostalgia tan propia de no saber si es correcto tragarme lo que quisiera vomitarles a todos. Se me hace complicado cada asunto no resuelto y cada idea desparramada… cuan vaso trizado se me parte el alma de solo recordar que ya nos queda menos.

Sólo que cada anécdota termina por morir en algún momento. Cuando ya todos recuerdan de qué trataba y no hay nadie a quien deba recordar para qué y porqué estoy aquí. Sólo me ven flotando entre tanta nube de nicotina y palabras carcomidas por el tiempo. Sólo me ven flotando en la nebulosa de no saber donde estoy intentando mantenerme a flote, sólo para que mi mundo no se derrumbe detrás de los portales siniestros de sus ojos, que son mis ojos… que son los ojos de aquellos a los que mastican las macabras frases que escupo con ironía.

Hoy estoy más despierta que de costumbre y siento miedo. Un pánico tremendo de saberme inútil, de saberme insignificante. De estas uñas cortas, de este pelo castaño oscuro que amenaza con mantenerse desordenado, con aguantar cada palabra, con cada aliento infructuoso de la nada que surge cuan fuego artificial en este desierto encantado de llovizna y niebla.

Los colores que mi retina sostiene en cada silencio. En mis intentos infructuosos de parecer totalmente cuerda cuando, sólo quiero fallecer para dejar estar esta coraza mortal que solo me amenaza de gastarse cada día, de despreocuparme por la caída de cada una de mis pestañas porque, al fin y al cabo, sólo son pedazos de aglomeraciones de células… me parece de lo más ridículo soportar aún más tiempo en este invierno boreal de la vida misma que aborrezco.

lunes, 16 de mayo de 2011

El día después

Cuando veo a la mujer del retrato “The day after” de Edvard Munch, recuerdo las muchas veces que me he tendido sobre la cama y rezado a una cantidad de seres celestiales y desconocidos, rogándoles que me quite el emborrachamiento, los mareos y los dolores del corazón.

La mujer en el lienzo tiene una expresión de absoluta resignación ante su condición de embriaguez o abuso. En realidad, el pretexto de la obra se me hace incierto, pero tiendo a pensar que la mujer de la pintura bebió demasiado para olvidar un amor perdido. Sospecho también que cobijó a otro en su lecho con el fin de olvidar a quien desgarró su sistema cardíaco. No la culpo. En la dispersión de la mente, como en la muerte, se encuentra la libertad absoluta, aquella que esta emparentada con el olvido.

El día después suele saber a tabaco, resinas y amaretto. A veces huele a testosterona. La mayoría sabe a melancolía, cuando las botellas son la metáfora perfecta del vacío continente. La mujer despierta con sed y la calma con otros elíxires y otros amores. Total, siempre hay un día después.

Lucas

jueves, 12 de mayo de 2011

Interrupciones urbanas: el arte de la creatividad comunicacional

Pocas manifestaciones impactan por su creatividad y llegada al sector que buscan proponer una nueva idea. En una sociedad en donde las manifestaciones de diversos intereses gestados en una colectividad no sorprenden, ya sea por tratarse de métodos arcaicos o simplemente no presentar ningún tipo de atractivo para sus propios miembros, comunicar novedosamente una idea a través de un método original tiene muchísimas más llegada y por consecuencia, aceptación.

Una calle cualquiera se ve interrumpida por cientos de personas que de un momento a otro, para sorpresa de todos, inician una batalla de almohadas. Rompen la rutina y alteran la normalidad. Y no sólo hay almohadas involucradas, también hay lecturas colectivas, guerra de pistolas de agua, musicales, congelamientos colectivos e incluso desnudos, entregando de éste modo un mensaje de rápida captación para la sociedad.


Un Flashmoob trata precisamente de ello, es un método que apela a la creatividad y la suspensión absoluta de la violencia. Se desarrollan alrededor del mundo y la gran mayoría de ellos está liderado por jóvenes perteneciente a la nueva revolución de las flores; el perfil de las nuevas generaciones, comprometidos con la cultura ecológica y la equidad social y que buscan ante todo un cambio que permita la conservación del planeta y un espacio de mejor calidad para sus miembros.

El primer Flashmoob se remonta al 2003 cuando en Nueva York más de 100 personas subieron a la novena planta de una tienda, lugar en donde se reunieron alrededor de una alfombra carísima. Cualquiera que se acercara el dependiente de la tienda, le comunicaban que ellos vivían juntos en un almacén de afueras de Nueva York, y que todos ellos habían venido a comprar “La Alfombra de Amor”, ya que todas sus decisiones las tomaban en grupo.

El fenómeno de los Flashmoob se comenzó a gestar tras la publicación del libro “Smart Mobs: The Next Social Revolution” – Movimiento inteligente: La siguiente revolución social – su autor, un sociólogo estadounidense, predecía que las personas utilizarían las nuevas tecnologías de comunicación para crear movimientos revolucionarios, lo cual sumado al crecimiento constante de usuarios dentro de las redes sociales, concuerda de lleno a que sin duda, se trata de una característica de la nueva era en el desarrollo de las comunicaciones.

Si antes fue la radio y la televisión, hoy Internet abre las puertas al mundo entero. Las redes sociales rompen fronteras territoriales e ideológicas. La clave está en saber utilizarlas, conocer sus ventajas y desventajas, pues como todo orden de cosas, los cambios se generan gracias a decisiones inteligentes. Si a eso se le suma un método comunicacional creativo, los resultados podrían no sólo ser positivos, sino extraordinarios.

martes, 10 de mayo de 2011

¿Y si Paul está muerto?

Según el mito popular, Paul McCartney estaría muerto. El rumor se publicó hace muchos años gracias a un fanático que, tras dedicar muchas horas e imaginación, encontró un montón de pistas y señales que los integrantes de la popular banda de Liverpool habrían dejado entrever en las letras y portadas de sus discos. Para mayor especulación, hace algunos meses se filtró por Internet un documental que confirma, según una voz muy similar a la de George Harrisson, que la muerte de John Lennon se produjo porque éste quería hacer pública la verdad sobre Paul.

Muchas son las versiones, algunas bastante convincentes y otras rayan en lo ridículo, sin embargo en la plataforma de Google es cuestión de tipear “Paul McCartney” para que, en cuestión de segundos, la búsqueda culmine en miles de páginas dedicadas a la supuesta farsa de William Campbell.

¿La razón? Algunos lo atribuyen a la sobreexposición y la publicidad de una banda que se transformó en referencia musical para las siguientes generaciones, mientras que otros consideran que no existe artista legendario que pueda sostenerse en la memoria de los fanáticos más que a través de mitos y rumores.

Sea cierto o no, Paul McCartney o William Campbell es un artista de los grandes. Su habilidad como compositor lo ha llevado a producir bandas sonoras de diversas películas y su particular egolatría es digna de una leyenda viviente. O al menos eso nos hace creer.

Mafalda histórica

La primera vez que sostuve un libro de Mafalda tenía cuatro o cinco años. Estaba aprendiendo a leer de corrido y por alguna razón, la letra imprenta se me era absolutamente más legible que la manuscrita. Mi mamá en su afán por incentivar este hábito, me compraba tiras de historietas a doscientos pesos en algún local oscuro y empedrado, de esos que están escondidos en días nublados en la capital y alrededor del cual, algunos artistas toman el café mientras discuten sobre reformas y políticas utópicas.


Los viajes a Santiago eran sinónimo de librerías y sucuchos con ediciones de segunda mano pero verdaderamente más pintorescos que un ejemplar con aroma a capitalismo. En Copiapó la variedad de lectura era equivalente a su importancia a nivel nacional, es decir, nula. Era y en gran parte sigue siendo prácticamente imposible acceder a buenos títulos de libros más que aquellos que ordena el Gobierno como lectura obligatoria para escolares.



Con mi mamá leíamos Mafalda mientras mi papá deambulaba por calles inverosímiles sin propósito alguno más que deleitarse con la abundancia de artículos que sólo Santiago puede ofrecer. Mientras tanto me entretenía leyendo las historias de una niña que, al igual que yo, detestaba la sopa y jugaba a la radio. La Mafalda tenía ideas tan buenas, que por un momento me sentí inspirada y pensé seriamente en completar su labor y convertirme en intérprete internacional, cosa que cuando los países entablaran discusiones en distintos idiomas, yo arreglase el cuento e hiciera de la buena onda la consigna universal, ¿alguien dijo guerra? Pues bien, yo diría paz y asunto solucionado.



La Mafalda contenía una serie de personajes tan diversos como los caracteres de mi familia y mis amigos. Podía relacionar cada uno de ellos con alguien que conociera; ejemplo de ello fue la llegada del Guille, el hermano pequeño que llegó mediante correo cigüeña y que era tan nefasto como mi hermana Gabriela. El Guille, al igual que ella, rayaba las paredes, se embarraba con comida, rompía las cosas y solía golpearme pese a mi autoría y mayoría de edad. Manolito me recordaba a mi papá por dos simples cosas: la primera era que ambos detestaban a los Beatles porque no entendían nada de sus letras y lo segundo; su espíritu ahorrativo sorprendía incluso hasta al más austero.



La Susanita era la recopilación de todos los tormentos a los cuales me vi forzada a compartir en clases de Ballet. Me parecía que toda la compañía femenina a aquella edad era una sobredosis de Susanitas; niñas superficiales que competían por quién tenía la mejor ropa de guagua y aparte, seguían analfabetas como hasta los ocho años, por lo que resultaba inútil jugar a la oficina con ellas, ya que tomaban el lápiz y lo único que eran capaces de dibujar era una muñeca y sus respectivos nombres adornados con un gran y empalagoso corazón.



El personaje de tinta y papel que traspasó fronteras fue traducido a 26 idiomas y sólo en Argentina vendió 20 millones de copias, títulos que continúan publicándose con éxito en nuevas ediciones alrededor del mundo. Que suerte que Mafalda no crece. Para quienes somos admiradores de la magia que Quino nos entrega, nos da cierta libertad de quedarnos enfrascados en la niñez sin mayores remordimientos, cuestionándonos sobre todos los tipos de libertades y jugando con los amigos a conformar un Gobierno imaginario en un país en donde la igualdad y la justicia sólo se veían corrompidas por una madre que obliga tomar la sopa.

lunes, 9 de mayo de 2011

No disponible

Estoy conectada a msn y ya no me entretiene tanto. Antes la plataforma de conversación a través de mensajería instantánea tenía un sabor distinto, hace muchos años atrás, cuando era una niña ingenua que no sabía cómo hacer el arroba.

He perdido la noción del tiempo mirando la pantalla, muchísimas veces, y los mensajes que me envían amigos y personas que jamás he visto en mi vida son como advertencias de no apegarme a la vida virtual irreal e idealizada.

He tenido que darme de cabezazos para no perder los dedos sobre el teclado. Me he echado a volar sobre miles de historias tejidas en la red. Ninguna de ellas ahora me sorprende.

Cientos de personajes danzan en mi retina, con sus avatares, emoticones y modos de escribir. Todos tienen sus propias características, todos son reconocibles por un aura multimedial que no sé de donde surge. A veces me descubro pensando que Dios es Internet, los santos son las páginas más visitadas de información relevante y las redes sociales la tentación que debemos evitar.

Es terrible no poder alejarse de esta realidad potencialmente destructiva en cuestiones de contacto físico. Más para mí que estudio lo que estudio y necesito estar conectada con todo y todos para tratar de que la actualidad no me aplaste. Porque ser periodista y no estar conectado es como ser dentista y no tener manos o ser médico y tenerle miedo a la sangre o ser zombie y no tener hambre de carne humana.

Pienso que sería excelente que todos apagáramos el computador ahora ya. Y que todos los trabajos para la Universidad tengan que entregarse en hojas escritas de puño y letra, disertar con papelógrafos con tipografías mal hechas y ponernos de acuerdo para juntarnos sin un celular de por medio. Sé que estas cosas facilitan la vida moderna, pero antes era tan pintorescamente romántico.

En fin… sólo quería decir que si estoy “no disponible” de verdad no me hablen a menos de que haya ocurrido una emergencia como el inminente choque de un asteroide con nuestro planeta o una matanza de ballenas. El “no disponible” no lo pescan para nada y es súper útil, le dice a tus contactos que no quieres ser molestado porque estas haciendo algo productivo, como estar tirado en la cama contando las pelusas que vuelan por la pieza. O simplemente estar conectado pero no hablar con nadie, sólo por el gusto de estar sin estar.

Apaga la luz

Mientras unos dicen que el mundo se esta calentando como una tetera y otros afirman que por el contrario, el planeta esta sufriendo un severo proceso de congelamiento, distintas acciones generadas por miles de seres humanos se gestan alrededor del globo con tal de detener lo que sea que le esté ocurriendo al mundo.

Da igual si se esta quemando o enfriando, lo que resulta evidente son las variaciones climáticas que sufre el mundo en la actualidad, todas estas actividades son las causantes de desastres naturales y/o alteraciones en el sueño de las personas desatando enfermedades modernas como el estrés y la depresión.

Todas estas situaciones juntas no son mera casualidad.

Quizás no ganamos demasiado apagando la televisión y el computador durante una hora del día, quizás las mineras y otras entidades que utilizan grandes suministros eléctricos no lo harán y probablemente la variación será mínima, pero aún así, las grandes revoluciones se inician con un pequeño paso.

En un mundo globalizado como el nuestro, en donde estar un par de horas sin electricidad por decisión propia puede ser totalmente nefasto para nuestra entretención, sin embargo, existen ciertas actividades que se pueden llevar a cabo.

A continuación propongo un listado de quehaceres/actividades/ideas/sugerencias para apagar las luces y no morir de aburrimiento:

1.- Si usted tiene un hámster, mímelo con un espumoso baño en un recipiente plástico.

2.- Confeccione una caja de televisión con cartón reciclado, luego dibújele ojos a sus calcetines huachos e improvise un show de títeres para su familia.

3.- Prepare una cena romántica a la luz de las velas y embriáguese.

4.- Juegue bachillerato a oscuras.

5.- Realice sesiones de flexiones de brazos, abdominales y sentadillas. Obligue a sus padres a hacer estas actividades y diviértase viéndolos sudar.

6.- Puedes cumplir el sueño de tu vida: bailar y cantar sus temas preferidos frente al espejo. En la oscuridad lo patético es invisible.

7.- Haga tostadas con la llama de una vela.

8.- Lime las callosidades de los pies de su abuela.

9.- En la oscuridad de su habitación, observe por la ventana y cuente las casas y departamentos con luces. Maldígalos en silencio.

10.- A la luz de una vela, limpie los cajones de su velador o saque los restos del cadáver que guarda en su closet.

Reminiscencia

Suena una alarma a lo lejos, invocando una sensación contenida de otro sueño. Me interno en ese océano de gente que camina en un solo sentido, parecen felices porque no cargan ideas, los que van hacia otra dirección suelen estrellarse con las estrellas y recurren a formas inmediatas de acabar con sus vidas, como luciérnagas acuáticas. Desde la esquina, un hombre me observa y lo reconozco, es un amigo que en éste sueño es sólo un espejismo. Pienso en romper la rutina con un sable. Hacerla trozos de cielo y luego tragármelas. Y que los ciudadanos sigan esa corriente. Me refugio bajo una mesa cubierta por un mantel estampado de flores silvestres. Pasar a un nuevo plano, en esta dimensión, es cuestión de microsegundos; como la estela de un cometa de trayectoria incierta.

Bajo esta mesa hallo sus manos gastadas por la música. Sus dedos son ocho por cada mano, estallo de risa ante esa nueva información, hallo sus ojos y me observan con curiosidad. De pronto, sin sonido alguno, una fuerza desconocida lo lanza fuera de mi escondite bajo la mesa, no alcanzo a distinguir su voz, sé que murmura mi nombre, sé que murmura muy dulce.

Estoy sentada en una casa de árbol. Tengo todos los dulces de mi niñez posados sobre mi vestido. Reconozco juguetes de aquellas cajas de sorpresas que solían entregar en los cumpleaños de hace muchas décadas atrás. Un barco de plástico despliega sus velas y una brisa marina recorre mi espalda, una libreta con forma de corazón está palpitando, sus muchas páginas rosas tienen vida.

Amar te duele


El dolor causado por una ruptura amorosa puede asociarse al mismo sufrimiento que produce una patada en los testículos, quebradura de coxis, carie molar y/o atropello del dedo gordo del pie con un auto. Según un estudio realizado recientemente a una serie de resonancias magnéticas, permitió que investigadores especializados en rupturas cardiacas determinaran que las mismas redes cerebrales que se activan en presencia de dolor físico se enciendan cuando una persona sufre una desilusión amorosa.

A primera vista, la canción ‘corazón partio’ de Alejandro Sanz pareciera ser una triste alegoría, pero en el fondo tiene un sentido mucho más profundo. El investigador principal del estudio, Ethan Kross, indica que el rol de los sentimientos de rechazo y otros traumas emocionales pueden jugar en el desarrollo de trastornos de dolor crónico como la fibromialgia, desatando otras inestabilidades emocionales relacionadas con la psicosis, padencias crónicas y la locura temporal. Locura que se manifiesta a través de llamadas telefónicas nocturnas bajo la influencia de piscolas y drogas duras, entre otras acciones despechadas con el fin de mitigar dolores que, hasta hace algún tiempo, se creían eran solo metáforas.

Por eso, si le duele el corazón por culpa de alguna decepción amorosa, tome analgésicos y hágase una friega en el pecho. Considere todos los remedios caseros que alguna abuela bondadosa pueda proveerle, porque se trata de una dolencia seria que algún día llegará a incluirse en el plan auge.

Monarquía versus democracia





En el caso hipotético que me atreviese a escapar del reglamento que dicta el orden de las piezas en el ajedrez y procurara ponerlas a mi antojo, privilegiaría tanto la vida de los reyes como de los peones.

En mi imaginario de gobierno histórico, ordeno las piezas a mi antojo en el tablero que representa la batalla. Como ente omnipotente, me doy el gusto de declarar que la vida del rey se encuentra en un estado de absoluta vulnerabilidad por designio divino –como también lo es su linaje- al igual que el peón establecido a su lado.

Ambos deben luchar por igual para sobrevivir. La diferencia radica en que la muerte del Rey, en mi imaginario, no es la culminación de la batalla sino el inicio de la venganza por parte de su reina, una pieza opacada por su género pero con mayor amplitud de movimiento y por ende, mayores opciones de sobrevivir.

De alguna forma creo puedo imaginar esta situación porque no recuerdo haber completado un juego de ajedrez completo sin haber hecho trampa o aburrirme producto de su infinita duración. Por eso me di el gusto de desordenarlo todo y proponerles un juego distinto, uno en donde la vida de todas las piezas valga lo mismo, uno en donde no exista diferencia en el color de la sangre ni su valor dependa de credos celestiales de dudosa reputación.

Imagino la batalla. Veo que las mujeres cargan con el peso de la vida a cuestas, viven más que el género masculino pero en peores condiciones debido a las debilidades y estigmas proporcionados por una sociedad machista. Vuelvo a la batalla y una tras otra, las vidas se cobran sobre un tablero compuesto de complicadas reglas de estricto orden social y cultural. Pocos pueden sostenerse en pie. Los caídos descansan en una fosa común que demuestra la verdadera realidad para las monarquías y las democracias. Todos estamos hechos del material de las estrellas y volvemos al inicio transformados en pequeños fragmentos de polvo cósmico. Justamente allí, cuando todos perdemos, se inicia nuevamente el juego.

domingo, 8 de mayo de 2011

Recl(amamos)

Las mujeres reclamamos. Y reclamamos mucho.

Pero entiéndase por reclamar como el acto de hacer justicia de nuestros gustos y/o preferencias adquiridas gracias a un contexto social cultural. Es parte de nuestra esencia femenina. Lo hacemos prácticamente por instinto. Esta enraizado en nuestro ADN y es socialmente aceptable, por consecuencia, lo hacemos constantemente.

El reclamo – a veces acompañado por el llanto o la ira potencial – es una ciencia de frágil manipulación y se encuentra susceptible a diversas variables; físicas, emocionales, generacionales y climáticas.

Pero las mujeres no reclamamos a cualquiera. Detrás de esta manifestación verbal de desaprobación, se esconde mucho amor. Las mujeres somos tan secas, que hacemos del reclamo un arte dedicado a las personas que amamos. Ejemplo de ello es que no reclamamos ante un desconocido, a no ser que la mujer en cuestión, sobrepase los límites del reclamo y pase a convertirse en una señora poblacional con magíster en sacar los choros de su propio canasto. No, el reclamo al cual hago mención, es de carácter mas profundo. Reclamar es una prueba de profundo cariño y sumisión.

Personalmente, me gusta reclamar hasta por los codos. Con esto me refiero a reclamar por el poco contenido de la televisión, por las pilas del control remoto que no funcionan, por el calor, por el frío, por el alza de la bencina, por ciertas doctrinas, por el derecho a la vida y a la muerte, por la eutanasia para los perritos vagos, por la contaminación acústica y lumínica, por el calentamiento global, por las estupideces que comete el Gobierno, por la iglesia católica, por el comunismo, por los payasos que persiguen en la calle, por los piropos indecentes de los obreros de la construcción, por el taco vehicular, porque no hayan radios decentes en mi ciudad, por el arroz que se quema, por el conserje pesado, por la suciedad pegada en el suelo, por la pelusa sobre la cama, por la mala gestión de ciertas entidades públicas, por el síndrome premenstrual, por la jaqueca, por los salarios mínimos, las convivencias mal organizadas, los libros mal apilados, los colores que no combinan y la inexistencia de seres mágicos.

En general, el reclamar es un arte delicado que debe perfeccionarse con el tiempo, tiempos verbales a tiempo completo: yo reclamo, tú reclamas, ella reclama, nosotras reclamamos y vosotras reclamareis por siempre jamás.

Pene para el que lee

Tres de cada diez niños en edad escolar se dedican a dibujar órganos sexuales masculinos en sus cuadernos y libretas. En el colegio, en sus horas libres, con sus amigos e inclusive; inconcientemente, varios miembros de este particular género de la especie humana, se regocija de incluir dentro de su vocabulario un amplio abanico de sinónimos para la palabra pene. Hay canciones dedicadas especialmente al miembro masculino y sin duda, nunca deja de ser tema de debate en cuestiones de virilidad y manoseo camuflado de intensiones juguetonas con otros hombres mientras se divierten pegándose en sus partes pudientes en sus pocos fructíferos intentos de parecer rudos.

Sin querer sonar feminista – créanme que tengo un pensamiento masculino bastante desarrollado, pese a mi desagradable gusto por el color rosado - los hombres, según un criterio popular, tienen dos cabezas. Los más ávidos se aventuran a asegurar que éstos piensan con la que está abajo cuando se trata de instintos. Otros aseguran que piensan con la de abajo todo el tiempo. Pareciera que la testosterona es el aceite que hidrata los sucios engranajes que componen el submundo masculino con respecto a su fijación con el pene.

Hoy leí una columna de un destacado periodista nacional que relataba con bastante soltura de mano, cómo las mujeres escondemos nuestra bisexualidad a lo largo de la vida. Tenía buenos argumentos; un estudio internacional avalaba científicamente que las mujeres se sienten sexualmente más atraídas hacia el cuerpo desnudo de una fémina en comparación al de un macho recio, también comentaba que le parecía extraño que nosotras encontrásemos guapas a algunas mujeres y lo dijéramos abiertamente, que estuviéramos más pendiente del maquillaje, la ropa y la actitud de otra mujer, en vez de prestar atención a los caracteres masculinos.

Le encontré mucha razón. Reitero; tenía buenos argumentos. Pero fue una lástima no vislumbrar ni siquiera un leve atisbo del otro lado de la cosa. Literalmente de la cosa.

De lejos, perfectamente podría creerse que los hombres pasan por cierto periodo en donde se pone en jaque su tendencia sexual. Muchos se excusan diciendo que se trata de pasar el tiempo, pero ponerle nombres al pene, dibujarlos en las pizarras a lo largo de sus estudios - escolares, básicos, universitarios- para luego llegar a una oficina y entre colegas seguir haciendo gestos que rayan en la obscenidad y que parecen simples bromas, me parece bastante poco racional.

Sí, es totalmente comprensible, los hombres también quieren divertirse. Pero existen bromas más producidas, yo estoy segura que los cerebros masculinos sí pueden procesar algo más que penes y fútbol. Entretenerse a base de metaforizar con sus propios miembros a lo largo de sus vidas no puede ser lo único que tienen incrustado en la masa encefálica.

Mi mamá siempre me ha dicho: “hija, los hombres no crecen, sólo envejecen” y hoy, mientras leía la columna, pensé en ese periodista y en su vaga clasificación de todo nuestro género sin hacer ninguna excepción.

Por cierto, yo tampoco lo haré.

Pene para el que lee.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Política del cachipún

Para quienes no manejamos una visión propia de la política chilena tenemos dos opciones: hacer uso indiscriminado de la información que ofrecen los medios de comunicación que, tergiversados o no, pueden interpretarse de diversas formas según el coeficiente intelectual del lector o hacerle caso al pariente viejo y resentido de la familia, aquel que te cuenta su versión de la historia y no solo se conforma con ello sino que trata de convencerte recurriendo a técnicas tan sucias y sabrosas como el soborno.

De cualquier modo, soy parte de aquellos que no supo de dictadura ni toque de queda más que aquello que mis padres me contaron. Pareciera que en nuestra generación es un poco impensado tener que encerrarse en las casas al caer la noche o morir fusilado. En nuestras mentes se materializa una versión terrorífica de un país con ley seca y sonidos de metralletas y perros llorones en las esquinas. Una visión superficial y con menos peso que un paquete de cabritas.

La historia nos deja lecciones. Se supone que para no volver a cometer los errores pasados y luego trascender. Lo lamentable es que a varios les gusta quedarse pegados en el pasado, lo hayan vivido o no, reclamando condiciones sociales justas al precio de arrancar del guanaco y encenderle fuego a las bancas de la plaza de armas. Pero responder con violencia nunca ha solucionado nada. Hay que atacar con ideas. Hay que apuñalarlos con perspicacia.

En un mundo globalizado e iluminado –por el uso masivo del Internet- las comunicaciones cobran un valor muy importante. Ya no sólo te puedes hacer pasar por un joven guapo y exitoso pese a ser un gordo de ciber café con tendencias sexuales retorcidas, sino que puedes dar a conocer opiniones, ideas, sugerencias y reformulaciones a las políticas arcaicas. Para dejar de hablar de derecha e izquierda en un país en donde ninguna de éstas tendencias se manifiesta puramente, para tener buenos argumentos y no estar escribiendo sin ningún conocimiento previo –ejemplo: yo aquí y ahora- partir por inscribirse en los registros electorales, no leer el diario de atrás para adelante y saltarse el cuerpo de política, no manejar en estado de ebriedad, ser un buen ciudadano. Vivir en la democracia del cachipún, en que cualquier día puede pasar cualquier cosa, le da un gustito extra a vivir en un país que dejó de ser tercermundista y pega patadas voladoras a potencias latinoamericanas. Admitámoslo, podríamos estar peor.

Memoria de verano

Abrir los ojos en medio de la penumbra de mi habitación, duelen como si llevasen años cerrados. Los abro con cuidado. Lágrimas secas pegaron mis pestañas durante la noche. Observo como las sombras proyectadas por el atrapa sueños se desvanecen en las paredes. No recuerdo muy bien que día fue ayer ni cómo llegue a mi cama. Miro por la ventana, esta pronto a amanecer. Intento invocar la memoria, parece extraño esforzarme más de lo acostumbrado en recordar lo que hice el día anterior. Creo que fui a pasear. Quizás bailé con algún desconocido. Fumé y bebí.

Sí, eso lo recuerdo perfectamente.

Lentamente, el sol se cuela por mi ventana. Observo como los azules del mar se funden con el cielo. Arriba, muy en lo alto, un astro brillante y solitario divaga por el espacio infinito. Me levanto de la cama, cojo mi bata y procedo a abrigarme. Hace frío y me parece extraño, ayer la ciudad disfrutó de una cálida tarde de verano. Recuerdo sentir la brisa bajo mi vestido blanco y mis dedos abiertos recogiendo los trozos de sol. Y el aroma a verde en la atmósfera, una suave mezcla de pétalos de nomeolvides y girasoles. Sí, lo recuerdo como si la imagen se filtrase por mi mente en secuencias lejanas, como si no fueran mis memorias sino unas ajenas. Pero era yo, desde lejos, danzando al compás de unas hadas que nadie más veía. Hacía calor. Me quité los zapatos la tarde de ayer. Que raro, esta madrugada congela el vidrio y sepulta las calles bajo una densa capa de niebla.

Me acerco al espejo en la esquina de mi habitación. Una parte de mi estómago se remece de impresión una vez que hallo mis facciones descoloridas. Desconozco mi rostro. ¿Estoy más delgada? ¿Mis pestañas están más cortas? Toco mi rostro para cerciorarme de que soy yo y no un fantasma que observa a través del reflejo. Mi cabello que alguna vez fue rojo y que teñí de negro hace dos días pareciera como si no hubiera sido tocado por tintura alguna hace semanas. Hace meses, tal vez. Tengo una raíz en el cuero cabelludo de por lo menos cinco centímetros. Cincuenta milímetros de un rojo furioso se escapa de mi cráneo, como implorando escapar, rebeldes y enmarañados. ¿Fue hace dos días que decidí pintarlo de negro? ¿Cómo fue que pudo haber pasado? Debería haber leído mejor las instrucciones de coloración que contenía el envase.

Que dulce es caminar descalza sobre la madera. Mi habitación tiene de esos aires rústicos campestres, pero escondidos en medio de la ciudad. Un florero vacío gobierna mi cómoda. No recuerdo haber puesto ese florero. No recuerdo ese florero en lo absoluto. Observo con detención los detalles que me rodean, siento que los objetos me espían. Una caja metálica junto al florero, yace abierto conteniendo pétalos de alguna rosa seca. Me acerco a mi closet para recoger algún abrigo más grande, pienso en calcetines tal vez, me parece increíble como el cambio climático puede configurar una mañana fría luego de una tarde particularmente soleada. Pero no encuentro ningún abrigo. No hay ropa en mi closet. Ni siquiera mis bufandas de lana tejidas por la abuela, cuelgan en el fondo. ¿Pudo mi mamá sacarlos durante la noche mientras dormía? El vestido blanco que usé ayer tampoco se haya por ningún lugar. Recorro la habitación completa en su búsqueda. Una mariposa vuela fuera. Abro la ventana, en vano, porque escapa.

Ya no recuerdo qué era lo que buscaba.

- Traje tu desayuno, linda – una voz de mujer, a través de la puerta, suena lejana e incomprensible. ¿El desayuno? No tengo recuerdos de mi madre trayendo el desayuno tan temprano, menos a la habitación. Abro la puerta con rapidez y descubro a mi abuela. ¿Era esa su voz? Una sacudida de pesar recorre mis células una vez que comprendo que había olvidado su voz. Recibo la bandeja con una sonrisa cariñosa. Pastel de mora, tostadas y té con miel. Una pequeña flor silvestre adorna el plato que contiene la taza. Observo a mi abuela, sus ojos encuentran los míos y una mueca de dolor pinta su rostro de tristeza. Evade mis ojos rápidamente y murmura algo incomprensible. Se aleja de inmediato, con cuidado de no parecer apresurada.

Me siento en la cama con la bandeja sobre las piernas y veo tres diminutas pastillas. Medicamentos para la alergia quizás. Mamá siempre previene toda clase de dolencias a través de fármacos. Me las tomo, sin saber porqué ni para que.

Desayuno en absoluto silencio. A veces me disperso pensando en formas coloridas, imágenes reiteradas que adornan un mundo imaginario. Siento una punzada de dolor en la parte superior de la cabeza. Debe ser la resaca.

Escucho la voz de un hombre. Un hombre y una mujer hablan. Se acercan con paso fuerte. Vienen hacia mi habitación, cierro la bata y acomodo mi pelo hacia un lado. Me levanto rápidamente de la cama y el hombre abre la puerta, seguido por mi abuela.

- ¿Dónde está mi mamá? – pregunto en un murmullo.

- Linda, todo va a estar bien, acércate un poco, soy doctor… - me dice el hombre alto y calvo desde el umbral de la puerta. Observo como detrás de él, mi abuela con una mano en su pecho revela una mueca de horror y tristeza inmensa.

- Nona ¿mi mamá? – repito con un dejo de miedo.

El hombre, en un movimiento ágil pese a ser robusto, me toma del brazo con una fuerza que también sugiere delicadeza. Me pone una inyección. Mi garganta profiere un grito desgarrador que, pese a escaparse de mi propio cuerpo, no reconozco. No son mis cuerdas vocales. No es mi brazo que está siendo mutilado por una jeringa. No son mis lágrimas. Entre sollozos intento encontrar el rostro de mi abuela pero se ha ido. Detrás del doctor no hay nada más que sombra y polvo.

- Tranquila – murmura el médico – te ayudará a entender.

- ¿Entender qué? – pregunto entre lágrimas.

- Hace siete meses te encontraron agonizando en un parque alejado de la ciudad. Vestías de blanco, habías tragado una cantidad considerable de medicamentos para dormir. Sufres de pérdida de memoria progresiva, tuviste daño cerebral de carácter irreversible. Llevas siete meses viviendo el mismo día que crees siguiente. Tu madre no pudo soportarlo, por lo que tu abuela se hizo cargo de tu cuidado. Yo vengo cada mañana, por petición de tu nona, antes de que comprendas la situación. Con este calmante podrás llorar el resto del día, pero descuida, no recordarás nada por la mañana.

viernes, 4 de marzo de 2011

Malditos celulares

Todos pertenecemos a la generación telefónica. Probablemente cuando nací, mi abuela se encargó de llamar por teléfono a algunos familiares para dar aviso de mi existencia. Es una cuestión que se remonta incluso a la psicología, los primeros números que he memorizado en mi vida han sido telefónicos y en la actualidad, la sociedad me ha exigido portar un celular todos los días de mi vida.

El teléfono es un dispositivo que transmite mensajes de audio entre dos puntos. Fue creado por un tipo llamado Graham Bell el año del hilo negro por el 1876. En sus comienzos, estos aparatos pesaban varios kilos y en la actualidad, gracias a la implementación de tecnologías súper modernas, los celulares pueden llegar a pesar gramos.

Recuerdo que cuando era una niña, bastaba con tener un teléfono fijo en casa para mantenerte relativa y sanamente comunicada con el mundo. No sé en que momento se les ocurrió la nefasta idea de crear teléfonos móviles y complicarnos la vida a quienes desearíamos no tener que escuchar los molestos ringtones y vernos en la obligación de contestar.

Pues bien, en la actualidad poseo un celular porque de lo contrario mi madre sufriría de ataques de nerviosismos por no conocer mi paradero. Comprendo la utilidad del teléfono en algunos casos de emergencia, pero por otro lado, soy de las que se opone tajantemente al uso indiscriminado del teléfono celular. De cierta forma considero que estos aparatos sólo fomentan la falta de compromiso. Ahora es muy fácil cancelar ciertas eventualidades de la vida diario con tan solo una llamada. Cuando no existía el celular, la gente se ponía de acuerdo para encontrarse en ciertos puntos de la ciudad y había un misticismo detrás, la magia de esperar algo novedoso y no tener el plus de poder efectuar una llamada en cualquier momento. El celular no nos soluciona nada, sólo nos elimina las barreras divertidas de la vida.

Lo peor de todo es que si en la actualidad no tienes un teléfono celular, socialmente no existes. Las personas nos complicamos demasiado, creemos que por andar con un aparato móvil tenemos al garantía de salvarnos el pellejo, pero la verdad es que sólo nos limita y nos vuelven personas más evadidas, más solitarias y más dependientes de artefactos tecnológicos.

Y es que los celulares de ahora no se conforman con ser instrumentos para realizar llamadas, sino que llevan incorporados sofisticadas cámaras fotográficas de alta calidad, calculadoras, reproductores de música con grandes capacidades de almacenamiento y hasta tienen conexión a Internet. Si bien se trata de una herramienta estupenda para ingresar a portales inteligentes como Twitter, en realidad los celulares sólo están formando personas que, en el caso de que perdiesen sus aparatos por un día, morirían desesperados sin saber qué hacer.

Yo les recomiendo que de vez en cuando apaguen sus celulares. De vez en cuando hagan de cuenta que los perdieron. Escóndanse ustedes mismos los cargadores y dedíquense a generar relaciones más reales. Les aseguro que serán más felices.

SPM

Si hay algo de lo que las mujeres nos pasamos la vida intentando entender y soportar es el Síndrome Premenstrual. Es difícil, no nos libramos de ella hasta alrededor de los cincuenta años, cuando a diferencia de los pañales de adulto “plenitud” nos encontramos en el ocaso de nuestras vidas intentando viajar a costa del Gobierno y compartiendo piezas con ancianos que huelen mal mientras nos muelen las papas de la sopa para que no nos atoremos en los almuerzos comunitarios.

Y es que cuando aparece el SPM resulta difícil verle el lado bonito a las cosas y llorar se convierte en la herramienta de escape a nuestros soponcios y alteraciones hormonales varias. No sé que será lo que pasará fisiológicamente pero a nosotras las mujeres, en estos trances de la vida que se presentan una vez al mes, como que las neuronas no nos hacen mucha sinapsis. Lo sorprendente es que el final de la película de bajo presupuesto se convierte en la máxima expresión de la tristeza, lo que se ve traducido en una emanación constante de mucosidades nasales y un despilfarro de pañuelitos desechables. Peor aún, nos vienen antojos, ahogos, mareos, sulfuraciones y explosiones de violencia reprimida. Podemos concluir entonces, que el SPM es como un ligero embarazo mensual.

Pero para que lo entiendan mejor los hombres, el SPM no se trata del acto in situ de menstruar, sino de los malestares físicos y psicológicos que se manifiestan los días previos a ello. Porque menstruar no es tan satánico como piensan y como los publicistas de toallas higiénicas se encargan de transmitir por televisión. En realidad, lo peor de la menstruación radica precisamente en el SPM, porque es allí cuando las mujeres nos tomamos las libertades de insultar, atacar, golpear, destrozar y/o asesinar cualquier intento masculino de hacernos entender que no se trata del fin del mundo y que paremos de llorar por la matanza de ballenas o por las noticias del medio oriente.

El SPM es una enajenación mental, podría tratarse de una breve trastorno bipolar en donde las frases más comunes suelen ser del tipo “Moriré sola”, “No tengo amigos”, “Nadie me quiere”, “Estoy gorda”, “Mi perro prefiere un bistec a mi compañía”, “Mis colegas me odian y planean sabotearme”, “¿Por qué tuve que nacer?”, “¿Por qué mi ex pololo tuvo que ser gay?”, “¿Dónde consigo guayaba a esta hora?”, entre muchas otras más que dejan entrever las debilidades de la retorcida mente femenina susceptible a la más mínima variación hormonal. Es como el aleteo de una mariposa que es capaz de generar un tornado, pero aquí una pequeña alteración de una hormona genera una hecatombe emocional y un ataque lacrimógeno de magnitudes.

¿Qué se puede hacer al respecto? En realidad sólo existe una opción. Y se trata de aprender a vivir con ello. Si usted es hombre, tome las medidas necesarias como alejarse de la mujer en cuestión, proveerle de chocolate y ofrecerle un par de calcetines y un guatero. Y si usted es mujer, me entenderá aún más. ¿Dicen que somos el sexo débil? Entonces disfrutemos de la libertad social de poder llorar en público, de poder emocionarnos con una imagen o canción, de poder ser escuchadas pero tal vez no entendidas. Siempre podremos apelar a esta condición humana femenina de pasar por el SPM una vez al mes y sobrevivir para contarlo. Porque créanme, un hombre no es capaz de depilarse e imagínense el escándalo que tendrían si tuvieran que parir. Ellos no saben de dolor. Nosotras somos la mejor parte de la especie, disfrutemos de nuestros Síndromes Premenstruales y lloremos por y para el mundo.

jueves, 3 de marzo de 2011

Fumar o no fumar

En Chile, al menos el 70% de la población consumidora de tabaco se muere porque sus pulmones pasan de ser órganos saludables a pasas derretidas rellenas de veneno para ratones, alquitrán y monóxido de carbono similar al que sale de los tubos de escape. Pese a tan desolador panorama, los chilenos seguimos insistiendo en sentarnos en zonas de fumadores, nos reímos del morbo publicitario que rodea a este producto y nos quejamos con la paulatina alza del precio del cigarro.

El cigarro es un tubo nicotinoso que todos suelen probar a escondidas de sus padres alrededor de los quince años. Los más promiscuos lo hacen antes y son ellos los que terminan emborrachándose antes que todos y presentando un paupérrimo espectáculo después de una fiesta.

Pero díganme si hay algo más desagradable que despertar después de un carrete como si te hubieran apagado treinta cigarros en la boca. Es cuando más cobra sentido el hecho de que el cenicero es la metáfora de nuestras vidas juveniles. Uno corre a la ducha e intenta librarse del olor, pero una vez que el agua toca tus poros, sientes como el baño se inunda del mismo aroma de la noche anterior. Aún más, deja de ser glamoroso saber que la noche anterior te fumaste una cajetilla completa y además tuviste el descaro de pedirles cigarros a desconocidos.

Pero está bien, si eres adicto y tienes la situación económica que te permita solventar una lenta y dolorosa muerte producto de un cáncer de pulmón y vivir el resto de tus días dependiendo de un tubo de oxígeno y/o inhalador, excelente por ti. Pero para quienes tenemos la suerte de ser (o haber sido) fumadores sociales, la cuestión se torna totalmente distinta y mucho menos siniestra.

Los fumadores sociales se llevan al cigarro a la boca cuando se encuentran acompañados y no lo necesitan en soledad. Los fumadores suicidas se llevan el cigarro a la boca durante todo el día, sin importar zona horaria ni compañía alguna. Están enamorados de sus tubos tóxicos y sufren cuando no los tienen cerca. Por experiencia propia, estuve al borde de cruzar la delgada línea del suicidio.

Pues bien, recuerdo perfectamente la primera vez que encendí un cigarro. Tenía trece años y en vez de comprar los chocolates de diez pesos en la esquina, compré un cigarro suelto y varias pastillas de menta. Me preocupé de salir de casa con la colonia inglesa de mi abuela en la cartera. Con dos amigas de infancia nos fuimos a un parque cercano. Éramos tres niñas ingenuas intentando usar un encendedor, que en aquellos tiempos, representaba un objeto maligno con el cuál podrías sufrir severos accidente. Logré prender el cigarro, me lo llevé a la boca y comencé a toser como si mis bronquios presionaran por escapar de mi cavidad toráxica. Recuerdo que fue una de las experiencias más asquerosas de mi vida, después del guiso de guatitas con cochayuyo.

Por supuesto mi mamá me descubrió y prometí que no volvería a fumar nuevamente.

Pero obviamente todo se fue a la punta del cerro luego. Y es que uno cuando es joven piensa que es inmortal. Volví a encender un cigarro y debo aclarar que prendí muchísimos más de lo que ustedes podrían imaginar. Primero comencé con aquellos cigarros después del colegio, ése que es compartido, baboseado, de mala calidad y que en el fondo, detestabas. Luego prendí cigarros más amenos, con grandes cantidades de trago barato, en algunas de esos primeros carretes en los que uno siente que tiene el control del mundo. Más tarde encendí cigarros mientras disfrutaba de buenas conversaciones, menos cantidad de alcohol pero sí de mejor calidad, para finalmente encender cigarros antes de una prueba de cátedra mientras me regocijaba de compartir temores universitarios con los adictos de mis compañeros.

Y es que pasa que en la escuela de Periodismo de la UCN son todos unos adictos. Lo digo con total fundamento. Debe haber, con suerte, quince personas que no fumen. La misma señora del negocio de nuestra escuela dice que se le acaban antes los cigarros que las cajitas de leche con chocolate, los repollitos con manjar y los paquetes de quequitos. Pregúntenle no más. Por otro lado, es una abominación bastante comprensible pues considero que fumar se puede deber a tres cosas: mantener los dedos ocupados, canalizar el nerviosismo y/o ansiedad y el suicidio a largo plazo. Lamentablemente la mayoría de los humanistas reunimos estas tres características. Triste por nuestros pulmones, bacán por las compañías tabacaleras que se enriquecen gracias a nuestras debilidades humanas.

Llevo un mes sin fumar. Creo que nunca había decidido dejar el tabaco por decisión propia. Es más, confieso haber saboteado varios intentos de abandonar este hábito por parte de mis amigos, soy culpable y lo admito, pero es que siempre vislumbré un atisbo de angustia en sus rostros, pero en cambio para mí ha sido fácil. Es cuestión de remontarme a los quince años cuando tenía una idea fija: “Cuando esté por cumplir los veinticinco años dejaré de fumar porque habré pasado casi una década metiéndome veneno en los pulmones” Y resulta increíble notar como pasa el tiempo y las promesas valen menos que papel picado. Aún así lo hago porque: tengo algunas metas en la vida que se verán truncadas si muero, porque necesito ahorrar y porque huelo a basurero después de un holocausto los sábados y domingos por la mañana.

domingo, 27 de febrero de 2011

10 mitos de niñez

- No hay un gordo escondido en el subterráneo de las bencineras soplando para inflar los neumáticos.

- La sopa de espárragos no está hecha con carabineros.

- Las nubes no son el colchón de Dios.

- La miel la producen las abejas, no las luciérnagas.

- Las personas no están dentro de la cajita llamada Tv.

- Los rinocerontes no son unicornios con obesidad mórbida.

- Las bolitas de mantequilla de los restaurantes no fueron hechas con la dentadura rota de la cocinera.

- El duende de los calcetines no existe.

- Los gatos no tienen siete vidas.

- Los chocolates no son heces de unicornios.

lunes, 14 de febrero de 2011

14 de febrero

Es catorce de febrero y la multiplicidad de sentimientos que la fecha genera va desde la felicidad inextinguible hasta la depresión que conlleva a atentados contra su persona como el alcoholismo, adicciones a narcóticos y/o autoflagelaciones.

Si usted siente una tendencia autodestructiva y lleva algún rato torturándose con canciones de la FM2 porque este año no le ha ladrado ningún perro, mis palabras le vendrán de anillo al dedo. Asi que continúe leyéndome porque le aseguro que si usted se encuentra abatido, lograré sonsacarlae algún pensamiento positivo.

Lo cierto es que según una estadística que vi en uno de esos canales de autoayuda (ese donde enseñan a la gente a vestirse decentes por la vida o programas sobre señoras que dan a luz sin saber que estaban embarazadas) decían que en promedio uno debe besar a 68 sapos antes de encontrar al príncipe ideal (o princesa, o reitero príncipe si es que usted es gay)

Con este personaje me refiero a aquel ser idóneo que se pasea entre sus mas íntimos deseos de abandonar una vida en soledad y alcanzar por fin la felicidad. Porque es bien sabido que la verdadera felicidad es como una cerveza, sabe mejor cuando es compartida.

Porque… ¿para que sino se celebra esta fecha? Si nos remontamos en la historia, existen varias teorías que explican el porqué de esta celebración que para algunos es inútil y para otros es una bonita ocasión. Una de las teorías es que en estas fechas en los países nórdicos algunas aves se reúnen para aparearse tras una danza. Muy similar a lo que ocurre con los seres humanos después de una disco. Sin embargo, otros creen que se trata de una fiesta pagana que se realizaba cada catorce de febrero y cuyo origen romano exaltaba la adoración del Dios del amor, Eros, a quienes los romanos llaman Cupido. Ahora, si nos ponemos escépticos, no existe una teoría mas o menos cuerda que nos lleve a asociar este personaje con una personita en pañales apuntando con una flecha a diestra y siniestra. Mas siniestra que diestra, en la mayoría de los casos.

El amor es una cosa personal e intransferible. Cada quien sabe cuales son sus necesidades y sus límites. Entonces, si en este momento usted se mortifica porque nadie le manda un mensaje amoroso, ni le dedica una canción que haría llorar a Ricardo Arjona, ni le compra algún regalito empalagoso que contenga osos de peluches abrazando algún corazón deforme, chocolates o flores, consuélese sabiendo que aún quedan muchos sapos por besar y que, de cierta forma, el camino hacia el verdadero príncipe (o princesa, o reitero príncipe si es que usted es gay) puede ser bastante entretenido si entre sapo y sapo, se asoma un atisbo de realeza. Y la ilusión no la pierda de vista, que habrán muchos catorces de febrero y aún estamos libres de que nos inserten un chip bajo la piel que publique nuestras emociones a través de redes sociales sin que podamos evitarlo, y de paso, dejándonos en vergüenza.

En fin, les deseo un feliz día del amor y la amistad a todos.

jueves, 10 de febrero de 2011

Veinticuatro

Cuando una de repente despierta y tiene 24 años, se da cuenta de que el mundo dio muchas vueltas más de las que parecían haber dado. Una se da cuenta de que no puede seguir de pajarona lesa por la vida, porque se supone que pasados los veinte años, una debería asimilar que los finales de Disney eran metáforas retorcidas de la realidad y entre príncipes ficticios y animales que hablan, una lo más que termina acercándose a estas fantasías es poner el pastel recién horneado en la ventana y luego tragárselo con la miseria escurriendo de azúcar.

Y una comienza a sentirse mayor. Obligada a responder ante el mundo. Arrastrada hacia las responsabilidades que con tanto esmero intentó eludir con la delicadeza de una niña ingenua.

Cuando una de repente despierta y tiene 24 años, se da cuenta de que quedaron muy atrás los años de colegio, se da cuenta de que la universidad no te enseña lo que el profesor repite incansablemente en clases, sino que las verdaderas lecciones son aquellas mordeduras de lengua, levantarse de los tropiezos y sobarse las rodillas ensangrentadas sin decantar ninguna lágrima. Ésos son los verdaderos signos que nos recuerdan que hemos dejado de ser niños.

Cuando una de repente se despierta y tiene 24 años, las habilidades de escapista comienzan a hacerte quedar mal. Es de pésimo gusto arrancar de los problemas. Cuando una crece, se percata de eso, y ya no es cuestión fácil arrancar de la carrera profesional que no te gustó por un detalle exiguo, o terminar una relación sentimental solo porque tienes ganas de pasar más tiempo con las amigas.

Cuando una crece, se ve obligada a buscar argumentos más profundos para abandonar lo que sea que vas a abandonar.

Y una se mira al espejo y se da cuenta de que ha alcanzado algunas cosas que alguna vez temió. Entre la tintura del pelo, la grasa adiposa pegada en ciertos lugares del cuerpo que resultan prácticamente imposibles de quitar, una pequeña arruga sobre el labio, entre las cejas, y así incontables detalles que me recuerdan diariamente que el tiempo no pasa en vano. Y eso que sólo tengo 24 años. En diez años mi versión del espejo será un buen guión de película de terror.

Y cuando una de repente despierta y tiene 24 años, se pone alarmista. Una empieza a ver sin ver, a negarse sin negar y a tomar menos pero de mejor calidad. Una empieza a disfrutar más de un par de horas de un buen vodka con amigos, que pasarse la noche entera entre fiestas de desconocidos tomando de un vino barato y terminar con el maquillaje corrido en algún lugar reprochable.

Una empieza a preguntarse muchas cosas.

- ¿Era aquí donde quería llegar?

- ¿Era esto a lo que me quería dedicar por el resto de mi vida?

- ¿Cómo puedo escaparme sin que nadie me tache de cobarde?

Y una a los 24 años deja de perturbarse con el infinito del cielo y comienza a buscar a Dios. Y una empieza a intoxicarse de películas, libros y series de televisión en una eterna búsqueda de la respuesta. Una comienza a acercarse a la meditación, a la música. Una no quiere perder esa fibra sensible que hace que el mundo, en cada giro, te recuerde que aún eres una niña por el simple hecho de maravillarte con cada cosa.

Pero una a los 24 años debe hacer cosas de adultos. Como por ejemplo: ir al médico y no llorar, ir al dentista y no llorar, no meter restos de comida debajo de la cama, no gastarse la plata en la sección de dulces del supermercado, disertar y no llorar, plantear un problema sin que a una le tirite la voz, manejar sin haber consumido alcohol, hacerse cargo de los actos propios sin alegar demencia y no llorar frente a los carabineros y/o autoridades públicas.

Una a los 24 años no tiene muchos beneficios. Una obligación mental se pasea por la cabeza, una no quiere que los padres sigan esforzándose demasiado, porque si mi mamá lava mucho la loza le da la soriasis y si mi papá sigue tapando muelas, terminará con una joroba muy dolorosa. Y una se cuestiona si de pronto es buena idea vender el playstation y el ipad para tomar una maleta y recorrer la India y trabajar vendiendo postales en alguna calle hedionda. Una a los 24 años ya no quiere ser un cacho, pero tampoco quiere trabajar…

¡Porque trabajar es el primer paso de la adultez inmediata!

Y de ese paso, no existe regreso.

Una ya no vuelve a ser una niña, sino hasta que te vuelves anciana y te cambian pañales.

Por eso, una cuando despierta y tiene 24 años, piensa bastante más las cosas que cuando tenía quince. Te cambia el paradigma. Ya no son 23 y el próximo año será un cuarto de siglo. Y cuando te comienzas a dar cuenta de que tus amigos ya son abogados y médicos exitosos en la capital y otros tantos se están comenzando a casar, comienzas a intentar meterte debajo de la cama para que la realidad no te aplaste. Pero en realidad lo que te aplasta, inevitablemente, es la misma cama.

Así que en realidad lo que me duele de esta edad, es que la cama me está aplastando. La conciencia me golpea cada mañana y me dice “búscate un trabajo pagado”, “sé adulta”, “no llores cuando disertes”, “no cantes canciones de musicales”, “no sirve de nada quedarse encerrada en el baño y dejar la vida pasar”, “enfréntate a tus miedos” y sobre todo: “crece”.

Cuando una de repente despierta y tiene 24 años… puede reconciliarse o no con Dios. Puede decidirse a creer o no creer. Sobre todo decidirse a no perder la ilusión en los finales felices de esas películas que disfrutaba a los cinco, a los quince, y a los veinticuatro años.