lunes, 9 de mayo de 2011

Reminiscencia

Suena una alarma a lo lejos, invocando una sensación contenida de otro sueño. Me interno en ese océano de gente que camina en un solo sentido, parecen felices porque no cargan ideas, los que van hacia otra dirección suelen estrellarse con las estrellas y recurren a formas inmediatas de acabar con sus vidas, como luciérnagas acuáticas. Desde la esquina, un hombre me observa y lo reconozco, es un amigo que en éste sueño es sólo un espejismo. Pienso en romper la rutina con un sable. Hacerla trozos de cielo y luego tragármelas. Y que los ciudadanos sigan esa corriente. Me refugio bajo una mesa cubierta por un mantel estampado de flores silvestres. Pasar a un nuevo plano, en esta dimensión, es cuestión de microsegundos; como la estela de un cometa de trayectoria incierta.

Bajo esta mesa hallo sus manos gastadas por la música. Sus dedos son ocho por cada mano, estallo de risa ante esa nueva información, hallo sus ojos y me observan con curiosidad. De pronto, sin sonido alguno, una fuerza desconocida lo lanza fuera de mi escondite bajo la mesa, no alcanzo a distinguir su voz, sé que murmura mi nombre, sé que murmura muy dulce.

Estoy sentada en una casa de árbol. Tengo todos los dulces de mi niñez posados sobre mi vestido. Reconozco juguetes de aquellas cajas de sorpresas que solían entregar en los cumpleaños de hace muchas décadas atrás. Un barco de plástico despliega sus velas y una brisa marina recorre mi espalda, una libreta con forma de corazón está palpitando, sus muchas páginas rosas tienen vida.

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