domingo, 23 de mayo de 2010

Tierras desconocidas

En lo profundo de mi corazón se esconden tierras desconocidas. A veces, generalmente por las noches, encienden en mi cabeza historias chispeantes llenas de anécdotas que intento sostener en mi mente antes de que mi memoria en un intento vago por recordarlas, olvide por completo la intensa acción de mis personajes ficticios. Ellos se pasean entre renglones imaginarios, entre escenarios nuevos y alucinantes, entre sentimientos que recojo de los rostros desconocidos de peatones distraídos.

En lo profundo de mi corazón, tengo la certeza de que mis puntos de vistas no están tan errados. Tengo una esperanza, una ilusión enorme como un océano, cargado de todo lo que todos quisieran re-saber, volver a encontrarse con aquello que olvidaron, entre sílabas y metáforas cohesionadas en lo más profundo de mi corazón.

Hilarante poción de una vidente

El clima de mayo la ilumina con esa intensidad vaporosa de su mirada absorta. Esta vestida de azul y observa ensimismada como la gente camina por la avenida preocupadas de sus trámites y diligencias. Ella puede vislumbrar historias de vidas escondidas entre las facciones desconocidas, sabe perfectamente quien carga una pena inmensa como quien es la persona más feliz de la cuadra. Puede enterarse de todo. No le pregunta nada a nadie. Supone que ya es demasiado saberlo sin saber para además preguntar. No le gustan las entrevistas, no le encuentra mucho sentido, prefiere la interpretación subjetiva de expresiones corporales y tonalidades de voz.
Los sigue observando, enterándose de cosas que los demás desconocen de sí mismos. Supone que no es la única, por mientras arranca pasto por pasto, solo para mantener sus dedos ocupados y dirigir la emoción de la información, sin caer en la locura absoluta de revelar secretos entre líneas.
Mañana se vestirá de café. Es quizás su color favorito, cree firmemente que se trata de un tono subvalorado y que es el alma matter de la tierra, su amiga y compañera, en su pequeña estadía de oyente y vidente mundial.

Adios pistas, adios

Estoy por sobre cinco centímetros de la multitud. No parece ser mucho y sin embargo, desde aquí puedo verlo todo más claro. Me llevo a los labios una copa dulce de mi trago favorito de almendra y limón, mientras lo observo todo por última vez.

Tengo claro que, mientras tenga otras opciones, no volveré a las pistas a menos de que se trate de un asunto de fuerza mayor. Creo que jamás me llevé bien con la cultura del baile masivo, supongo que si alguna vez las trenzas se me arrancaron, fue producto de los efectos del alcohol o por verme presionada sin más remedio que responder al movimiento corporal de quien tuviera al frente para no herir sus sentimientos bailables.

Antes me preocupaba en hecho de que me descubrieran intentando escapar. Ahora considero que el tiempo es prudente para asumirlo sin el peso de verme menospreciada y catalogada como fuera de contexto. Entiéndanme por favor: yo no bailo. Cada vez que lo hago me siento igual de estúpida como si intentara lanzar burbujas de jabón por la boca y el espectáculo es igualmente deplorable. Bailar es un don que tuve la suerte de no recibir y me siento bien con ello.

Por eso me despido de todo esto, de las cosas que vi y escuché en los baños de mujeres, de la pretensión de aquellos que creyeron que por estar bajo la oscuridad sería una presa fácil, de las conversaciones etílicas cargadas de juramentos, de la noche irreal y de la resaca.

Yo prefiero seguir sobre estos cinco centímetros y recordar con lucidez o la totalidad de la evasión, casi con irreverencia, las conversaciones que sí se quedaran en mí, mucho más de lo que dura una canción de moda o un vaso de cerveza.

Aromas futuros

Mi casa huele a lavanda feliz. En invierno se llena de escarchas en sus ventanas, lentejuelas de algunas carcajadas reverberantes entre sus paredes suaves. Tiene un calor especial arrimado en el suelo, una clase de calor que no conocí en otro lugar y que me conquista más cada día. No quisiera dejarla nunca, la disfruto tanto como puedo, antes de buscar nuevos aromas y calidez en otras paredes lejanas del futuro, de aquellas que espero ansiosa y a la vez temerosa. No sé si tendrán impregnados ese aroma a lavanda feliz, quizás a rosas tristes o tal vez a jacintos enamorados. No sé si encontraré esa calidez, pero no pierdo nada con buscarlo.

Quimera

Quiero vivirlo de nuevo. Quiero volver a pisar esas calles surcadas de aceras mal cuidadas, marcando con mis zapatos de bailarina el mismo ritmo de sus zapatos desteñidos. A ratos me adelantaba y los ponía de puntillas frente a los suyos, entre risas y besos de primavera, nos invitábamos a caminar todos los días, a la misma hora y siguiendo el repetido recorrido, rodeados de cientos o más. ¿Qué importaba? No habían responsabilidades más que las de llegar a casa en algún momento del día, así que correteábamos entre suspiros el atardecer y la magia de sabernos jóvenes y eternos, los panoramas que incluían helados y perturbadoras historia familiares. Me llamaba por mi apodo, con un tono de voz tan gracioso, que adoraba pedirle que cantara a viva voz en mitad de las calles. Robábamos flores de las calles y la iglesia, de las ventanas los caramelos nos saludaban mientras me fundía en su abrazo perecedero, como la sensación de inmutabilidad que gobernaban nuestras células, como la proyección de vida en saltos e instantes de alegría.

Tengo la impresión de que no necesitaremos esperar una próxima vida de adolescentes para recrear la felicidad desinteresada de comprobar que solo existimos, en un mundo subversivo donde soñar despierto es considerado un crimen, existes tú y existo yo, que en otra época fuimos los mejores amigos de este lado del hemisferio.

No quiero creer

Me sumergí en ese mundo imaginario del que todos hablaban. Lo hice con tal precaución, que me sentí perdida – por dos instantes – pero completamente libre de toda preocupación exterior, de algo que probablemente me busqué inconcientemente.
¿Por qué todo me parecía un gran arcoiris? Es imposible describir cuan aletargada y eufórica me he llegado a sentir con todo el asunto de la muerte rondando por los rincones más vulnerables de mi mente. Se pasea, vagando, como si no le importara pisotearme la realidad más absoluta de toda esta infinidad fantástica que mi mente se niega a comprender. No quiero, no quiero. ¡¡No quiero creer!!

Despabila

Y mientras me tragaba todos tus silencios confeccionados con esa molesta actitud tan tuya, pensaba en la cantidad de cosas que hubiera querido hacer contigo y con tu recuerdo. Colgarte luces de navidad del cuello y matarte con la mirada. Lentamente. Como si de eso tratara nuestras miserables vidas. Matarnos de a poco, poquito, hasta perder la conciencia y lanzarnos al abismo de la nada. Esa nada tan tuya y tan mía que no era nuestra, sino dos pedazos de algo que no juntaban ni pegaban.

Entonces, luego de tan magistral suicidio emocional, me decido a preguntarte si recuerdas mi nombre, mi apodo, mis uñas mordidas, mis gestos prolijos y mis pensamientos absurdos. Yo te he escuchado desde que se acabó el siglo pasado. Incluso he creído ver algunas de tus facciones caminar por esta ciudad, he visto los colores de tu pelo y de tus ojos en peatones anónimos y la extensión de tus brazos empujar los míos. Te he visto de todas las formas que puedas llegar a imaginar. Como una seguidilla de personajes que componen tu ausencia, permíteme decir, que pese a que desatabas mis más profundos sentimientos, no he vuelto a necesitarte desde que te fuiste.

Parece ser una buena noticia, por lo menos para mí. Mi idea de vida subnormal rayaba en la locura de saber que podía disolverte mentalmente, a todas horas, en cualquier lugar.

Diciembre se nos caerá a pedazos y no se que hacer con este nudo en la garganta que me asfixia y me reclama esas antiguas ilusiones. La gracia de que mis átomos te extrañen cruelmente, componen esta sensación de saber que puede existir nuevamente algo que tenga más sentido que este mundo que vive por y para pisotear a los demás, comprobar que efectivamente mucho de aquello que pienso no es compartido, pero que pese a sentirme devastada y mutilada, tiene sentido porque tú se lo entregas.

No quiero que cambies. No quiero que transformen tu imagen perfecta. No quiero que te metas de cabeza entre la gente que sólo es gente por montón. No. Porque la única forma de salvarte es que leas esto. Una y otra vez. Vuelve a leerlo. No te aburras de mis palabras que son completamente tuyas, porque si lo haces, la misión que me asignaron no tendría sentido y mi mundo entero se caería. Por favor, deja de revolver entrañas ajenas y concéntrate en pensar e imaginar, un mundo nuevo, lleno de esos arcoiris que confeccioné para ti cuando era importante. Yo me quedo con los vestigios y con la idea fascinante de un nuevo prisma.

Vaga

Hoy despierto completamente asumida de mi condición de vagabunda cómoda. Otra vez me hago la dormida para mi misma, como para autoconvencerme de abrazar nuevamente a Morfeo pero aún así, no me sale. No puedo dormir más de seis horas, pero también me cuesta mantenerme despierta durante las 18 horas siguientes, entonces no sé qué pasa con mi sueño. Me mantengo en vigilia constantemente y es como si nada importante pasara fuera de mi cabeza.

Las ideas abundan como cometas en septiembre. Van volando por ahí dispersas, y me dejan un sabor a caramelo. Lo principal para mí, sin querer caer en la autorreferencia, es tramitar esas ideas en la cola de las ilusiones. Allí las dejo deambular un rato, solas, para que se ventilen o para que algunas, las más débiles, se disuelvan. En momentos como aquellos, en donde me encuentro totalmente apartada de la dimensión humana, me doy cuenta de que estoy siendo víctima de alguna pregunta, ya sea hecha por un profesor, por un amigo o por la señora quisquillosa de la esquina.

Y me quedo completamente callada. Un rato indefinido, no sé si dos segundos o tres minutos y medio, sólo sé que mis cuerdas vocales están más tiesas que la misma muerte. Y pienso que ahí tal vez, debo verme como una retrasada mental. Quizás.

Pero no me importa quedarme callada. Porque no sé que está pasando en el mundo, que de un tiempo a esta parte, no puede dejar de sorprenderme y maravillarme cada pedazo de espacio temporal que degusto cuando respiro. Son aires de mayo, aires de comunicadora cómoda, aires de amor y felicidad.

Revueltas

Me he autobligado a no dar por muerta una de las últimas noches libres que me regala la ciudad. Medito la situación y pese a tener claro que mi deseo más profundo es cubrirme hasta la punta de la nariz y mirar televisión hasta altas horas de la madrugada, me hago el ánimo de sacarme las pantuflas y salir a dar una vuelta. Sólo por no perder el ritmo o por convencerme de que no es normal no tener ganas de hacer absolutamente nada por la vida y que si insisto en pernoctar en mi casa, hasta una ameba tendría más carrete en el cuerpo que yo.

Me pinto los labios y paso por alto las demás siutiquerias que las niñas solemos hacer antes de salir a carretear. Nada de delinearme los ojos, nada de chaqueta combinada y ni pensar en alisarme el pelo. Finalmente me di cuenta que de noche todos los gatos son negros y todas las chanas son reconocibles por sus escotes pronunciados. Quiero pasar piola y le ruego a Dios que no me involucre en ninguna situación bochornosa.

Prendo la radio y comienza la odisea nocturna. Conduzco sola pero con un panorama fijo programado por mi afán de comodidad. No voy a ningún lado pese a estar comprometida en varios puntos de la ciudad. Deambulo, prendo un cigarro y me cago de la risa porque conduzco de vuelta a mi casa. Creo que mi capacidad de autoimposición son tan nefastas como mi producción personal. Que rico es llegar a la casa sin el remordimiento de que me pierdo la vida en ello, sabiendo en lo más profundo, que la vida comienza justo así, haciendo lo que se me de la real gana.

Des-amor

No me hagas competir con su sombra pasada

ni con los vestigios de los gestos de aquella

que abrazaste hace cientos de días atrás.

No me atrapes sólo para compensar su ausencia

ni repitas su nombre en silencio mientras me observas dormir.

Tengo claro que no vas a quitarte su presencia

La cargas como un saco de frases que te marcaron,

que te quitaron el sueño y los suspiros,

Pero al menos piensa en mi amor desinteresado

cuando recuerdes sus formas en las mías.


No creo que encuentres sus besos en mi boca

No creo que sea necesario tampoco que te lo explique

Comprendo cuan difícil puede llegar a ser

Quererme como la quisiste a ella

Abrazarme y tocarme como lo hiciste con ella

No te pido que la olvides porque asumo que nunca lo harás

Sólo dime que no me arrastrarás en tu sufrimiento infinito

Cuando digas cuanto me amas pensando en otra cosa.


Sólo quería decirte que ya lo sabía

Porque tus besos no logran borrar los besos de otro

Cuyas manos, más grandes y más suaves, también marcaron mi sentir.


No eres el único atrapado en recuerdos ajenos

Aquella que amas y aquel que yo adoro

Piensan como tú y yo; en otras manos, en otras euforias

Porque no somos parte de ninguna memoria

Y al final, sólo somos sobrevivientes intentando vivir olvidando

En cada pedazo de historia.


Por eso no te sientas mal si te sorprendo buscando sus ojos en los míos

Como yo busco sus palabras en las tuyas

Como ambos intentamos encontrar trozos de amores pasados

Silencios, risas, llantos, silencios ajenos

Que no son nuestros, sino de ellos.

martes, 18 de mayo de 2010

Cállate y escribe

No tengo el don de la oralidad. La palabra hablada me aterra tanto como quedar flotando a la deriva en mar abierto o en una capsula espacial. No soy capaz de dar un discurso cuya elaboración contenga más de veinte palabras, no puedo explayarme verbalmente como quisiera, porque mientras un lóbulo del cerebro procesa la información para decirla, el otro lóbulo siempre piensa que está haciendo el ridículo. Básicamente es eso, prefiero la decapitación antes de mandarme un discurso de una hora. La diferencia radica, claro está, en que ese mismo discurso que soy incapaz de verbalizar, puedo escribirlo en diez minutos. Supongo que no se puede tener todo en la vida.

domingo, 16 de mayo de 2010

¿Donde estoy?

Dicen que estoy atrapada en un círculo vicioso del tipo catastrófico. Dicen que si me quedo dando vueltas en este lugar, mi cuerpo perecerá y mi alma se quedará atorada entre este follaje calipso y burdeo de los bosques remotos. Yo no sé donde estoy. No veo más allá de estos toscos troncos que me obligan a evadirme. Me parece tan bonito, a ratos, son cúmulos de felicidad en dosis inspiradas con cautela. Ellos dicen que me hará mal, que el amor es el principal precedente del cáncer y yo creo firmemente que todos ustedes están cuerdos. No sé si quiero seguir escuchando palabras escépticas para mi sana demencia. Prefiero escuchar los aleteos de la libertad y felicidad natural. Prefiero morirme de no poder contener más alegría en mis pulmones, que fallecer de negrura en el fondo de mis arterias, hastiadas, carcomidas, podridas de tanta lágrima y lamento. Prefiero, de todas formas, unirme a este clan de desquiciados felices que no tienen nada y sin embargo lo tienen todo.

Delirios gripales

¿Alguien sabe si la gripe existía en este continente o lo trajeron los españoles, junto con el sida, el catolicismo y el alfabeto? Porque ya estoy harta de estar amarrada a esta cama y ser una convaleciente más de este invierno que aún no llega en su plenitud.

Estar en cama es una cosa espantosa. Trato de levantar mi ánimo con los consejos de mis amigos, que dicen que aproveche de descansar de tanto ajetreo, pero ochenta horas en posición horizontal también cansa. Me duele la espalda de tanto que he descansado y necesito urgentemente descansar de este descanso.

Esta bien, la gripe la agarré por mi culpa. Lo predije como una vidente de la desgracia. Me pasó por andar sin zapatos en la cocina, porque salí con el pelo mojado a las ocho de la mañana y porque mi hermana fue un foco de infección terrible la semana pasada. Pero eso no justifica la vulnerabilidad de mis defensas ante tales agravios, mi cuerpo debería ser más resistente ante los virus y estoy enojada con mi sistema inmunológico porque no hace bien su pega desde que nací.

No sé si tengo mala suerte o estoy condenada a pasarme el 12% de mi existencia postrada en una cama. Soy como un mueble inútil, como una puerta. Como una bolsa de mucosidades y lamentos eternos. Y la cabeza duele como si la metieran dentro de un cascanueces pero sin todo el entorno mágico. Aquí la magia se va a la mierda, nada es bonito cuando se está enfermo, soy una bolsa de fluidos nasales y solo deseo que la muerte venga a visitarme en vez de mi mamá que de vez en cuando me trae un paño húmedo para la fiebre.

Los recuerdos que tengo de mi niñez en cama se remiten a jarabes rosados y amenazas de inyecciones en el caso de poner resistencia para tomarme el jarabe. También a delirios y dibujos animados. A veces lectura liviana, pero cuando era analfabeta solo tenía que conformarme con pintarle caras a mis dedos y crear una representación teatral sobre mis piernas.

Ahora el panorama no es muy distinto. Y creo que mi adultez es pasada a llevar considerablemente, pero como se supone que estoy delirando, no seré condenada al oprobio por pasarme el día viendo dibujos animados, leyendo historias medievales y mordiendo galletitas de animales. Creo que si tengo que pasarme unos días en este estado, puedo aprovecharme de la situación y simular que tengo diez años, reírme a carcajadas cuando tenga fiebre al punto de preocupar a mi madre, pedir servicio a la habitación y lamentarme verbalmente y también por este medio.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Yo versus tecnología

Yo no sé porque no me llevo bien con la tecnología. Siento que tengo un chip insertado en la espalda que genera energías destructivas hacia los aparatos multimediales. Es extraño, porque pareciera que todo aquello que funciona mediante complejos mecanismos tecnológicos parecieran dejar de funcionar o suelen romperse con facilidad en mis manos.

Yo no hago nada para que de pronto su funcionamiento normal se detenga y posteriormente estallen. Esta bien, exageré, no siempre estallan, pero sí los hecho a perder con una facilidad tremenda.
Creo que este problema anti-tecnológico radica en algunas tendencias postmodernistas de mi mamá, la de sostener el libro o el diario en las manos y no tener que fijar la vista en una pantalla cuyas posibilidades de lecturas online son tan amplias como los calcetines huachos que me roba el duende de la lavadora.

Es más, la tecnología no entró a nuestro hogar hasta que la sociedad nos humilló por ser tan retrasadas, cuando todos mis compañeros hablaban a través del chat y no concebían que no tuviera correo electrónico. Pese a ello, tardé bastante en sentir una imperiosa necesidad por unirme a la red y exigir un aparato menos arcaico que el inmenso computador blanco que estaba en el living y cuya única herramienta sabía usar bien era el paint. Era y sigo siendo seca en paint. Hasta el día de hoy logro entregar diseños de medios – sin que me descubran - en donde debiese haber utilizado complicados programas de edición, sin embargo, sigo utilizando el paint a destajos sin sentir una cuota de arrepentimiento. Años más tarde, mi papá me acercó a las nuevas tecnologías de moda en aquellos años; el notebook, la cámara fotográfica y el reproductor de música en donde nunca supe comprender cómo entraban cientos de canciones en una pequeña caja llamada emepetres. Una rareza. Creo que he destruido más de dieciséis reproductores musicales y en gran medida, siento un alivio por ello ya que la tecnología muchas veces me ha perturbado.

A veces logro reunir ciertas teorías que avalan toda aquella producción de modernos sistemas creados por japoneses, robots y extraterrestres, no tengo duda de ello, los alienígenas algo tienen que ver con el Internet o por lo menos como los i-pods. Y esta triple entente de poderosos magnates de las construcciones virtuales súper avanzadas cada año nos invaden con sus nuevas franquicias tecnológicas, no se aburren de adelgazar cada vez más el televisor, de achicar cada vez más el computador, de agregarle más aplicaciones a los teléfonos móviles y crear consolas de videojuegos cada vez más sofisticados, donde la persona no sólo tiene que apretar la X y el Y para pegarle una patada voladora al contrincante, sino que tienen que saltar y pegar el combo verdaderamente. Espero de corazón que esta alta definición en programas tecnológicos por lo menos ayude a la gente a bajar de peso, creo que es nuestra última esperanza como civilización occidental.

Sea como sea, mi naturaleza y la tecnología no se llevan bien. La semana ante pasada destruí tres sistemas operativos de distintos notebooks y me aterra poner los dedos incluso sobre el control remoto. Tengo una fijación con los botones, no puedo dejar de apretarlos y por mi culpa, mis amigos tienen que retroceder en los juegos y cambiar las opciones que desastrosamente escogí. Creo que de todas maneras, hubiera preferido un mundo sin tecnología para el hogar, así todos miraríamos atardeceres y no estaría escribiendo esta nota en un aparato abierto en noventa grados, sino en una libreta con tinta y papel. Hasta mi caligrafía mejoraría. Tiene tanto sentido.

09:13

A veces me arrastras contigo. Me llevas lejos, tan lejos, lejos o cerca, tan cerca que da lo mismo a dónde me llevas. Me llevas y no pongo resistencia. Me llevas de paso por nuevas constelaciones llenas de arcoiris en blanco y negro y siluetas mágicas cargadas de ilusiones ópticas tridimensionales para un universo tan serio como el nuestro. Me arrastras y cierro los ojos para no memorizar el camino. Sonrío sin mirar a nadie mientras escucho tu voz a lo lejos, murmurándome conjuros para evitar mi caída. Puedo sentir tu esfuerzo y lo agradezco. Me arrastras contigo y por el momento, por este día, no necesito más para estar de pie…

... las luces de la ciudad vistas desde lo más alto, parecen ser el único panorama, pero ninguno quiere verlas. Yo tengo los ojos cerrados hace años y los arácnidos tejen sus redes sobre mis parpados e ilusiones, yo tengo los ojos cerrados porque es más fácil retomar los sueños, porque es más fácil vivir, porque es más fácil perder la conciencia.

Me dices que no tenga miedo. Pero yo estoy harta de esperar por ese sueño que desaparece cuando estiro los brazos e intento atraparlo. Es como un espejismo surreal que domina mis más profundos anhelos. A veces las cosas tienen un sentido tan grande y me siento relativamente feliz, pero de pronto y sin mayores preámbulos, nada tiene coherencia y me invaden las sensaciones de pesadumbre asociadas a cosas que ya olvidé... [ ]

No quiero seguir sintiéndome así. Tu me preguntas porqué y yo nunca tengo la respuesta; no sé si la desconozco o la verdad nos puede matar a ambos.
Debe ser que me evado demasiado.
Debe ser que me evado tanto.
Cualquiera que se jacte de pensar más de dos veces cada resolución, sentiría los mismos impulsos asesinos derivados de comportamientos amenamente estúpidos. Debe ser que me evado demasiado para este mundo. Por eso te propongo que nos vayamos lejos, tan lejos o tan cerca que de lo mismo. Te llevaré de paso por todo ese infinito misterioso, prometo abrir los ojos y tener las respuestas, con la condición de que me arrastres siempre a tus brazos enormes como el cielo.

lunes, 3 de mayo de 2010

El planeta se volvió loco

Érase una vez un planeta gravitando en el sistema solar. No era muy grande ni muy pequeño. En realidad, era un planeta bastante estándar dentro de los cánones de planetas en el universo que conservan vidas más allá de la netamente bacterial. Este planeta estaba compuesto en su mayoría por agua y tenia algunos trozos de tierras flotantes en la superficie, terreno que albergaba una gran gama de vida vegetal y animal cuyos destinos estaban dirigidos hacia la nada misma. En ése planeta tenían una idea de Dios que había sido consensuada hace más de dos mil años, pero en la antigüedad clásica, también existieron diversas razas de Dioses que albergaban poderes ocultos de la naturaleza elemental, sin embargo, este choque de ideologías y creencias sin fundamentos, entre otras cosas más, hicieron que un día se perdiera toda razón lógica.

Fue un proceso relativamente corto, cuyas consecuencias se estiman a quinientos años de duración, plazo que probablemente defina el fin del mundo. No se sabe si de pronto el planeta dejará de sostenerse en su eje y caerá a través del universo, arrastrando toda vida con ella, formando una bola de fuego danzante en la nebulosa de las estrellas, realizando un nuevo viaje en la historia de los mundos perdidos o quizás en que constelación irá a estrellarse mientras los más creyentes le rezarán a un Dios que se ríe de nuestra caída. Tampoco se sabe si de pronto el planeta, hastiado de tanta tontería, comience a agitarse con fuerza y se divida en dos partes, formando un agujero entre sus mitades, donde pecadores y no tan pecadores, caeremos a sus fauces directo a hacernos polvo.

Creo que nunca lo sabremos. Quizás, la solución más cruel que podría tomar el planeta sería dejar que nuevas generaciones intenten salvar el mundo, mientras la tierra se conforma con culparnos por la destrucción de la capa de ozono, el desprendimiento de los polos y la muerte de los animales más lindos que circulan por la tierra por nuestras armas y sentimientos homicidas.

No sé si el planeta se volvió loco, o los locos somos nosotros. O nosotros volvimos loco al planeta o Dios tiene la culpa de enloquecernos a ambos.

domingo, 2 de mayo de 2010

Niebla

Manejo con el corazón dormido. La ciudad me habla en un idioma que no comprendo. Intento despertar del trance pero mis sentidos están paralizados. Me cuesta hilvanar las actividades programadas para el día. Manejo, cambio la canción, retrocedo, avanzo, me detengo. De pronto vuelve la niebla y me hiere con tal precisión, que me desvanezco entre sus moléculas letales. Me ahogan, tan rápido y tan fuerte que no me dan tiempo de mirar atrás.

Manejo con la esperanza de morir en el intento. Tengo la certeza de que, por muy riesgoso que sea, es lo mejor. Sucede en una fracción de tiempo indeterminado. Toda una vorágine en mi mente. Ni siquiera logro comprenderlo. Podría manejar hasta estrellarme contra una muralla de amores y cemento. Podría.

Manejo, tal vez con el anhelo de que algún día, no tenga arreglo alguno ni existan huesos reconocibles entre escombros y angustias, todas arrastradas por la niebla de la ciudad que no quiero volver a mirar.