domingo, 23 de mayo de 2010

Adios pistas, adios

Estoy por sobre cinco centímetros de la multitud. No parece ser mucho y sin embargo, desde aquí puedo verlo todo más claro. Me llevo a los labios una copa dulce de mi trago favorito de almendra y limón, mientras lo observo todo por última vez.

Tengo claro que, mientras tenga otras opciones, no volveré a las pistas a menos de que se trate de un asunto de fuerza mayor. Creo que jamás me llevé bien con la cultura del baile masivo, supongo que si alguna vez las trenzas se me arrancaron, fue producto de los efectos del alcohol o por verme presionada sin más remedio que responder al movimiento corporal de quien tuviera al frente para no herir sus sentimientos bailables.

Antes me preocupaba en hecho de que me descubrieran intentando escapar. Ahora considero que el tiempo es prudente para asumirlo sin el peso de verme menospreciada y catalogada como fuera de contexto. Entiéndanme por favor: yo no bailo. Cada vez que lo hago me siento igual de estúpida como si intentara lanzar burbujas de jabón por la boca y el espectáculo es igualmente deplorable. Bailar es un don que tuve la suerte de no recibir y me siento bien con ello.

Por eso me despido de todo esto, de las cosas que vi y escuché en los baños de mujeres, de la pretensión de aquellos que creyeron que por estar bajo la oscuridad sería una presa fácil, de las conversaciones etílicas cargadas de juramentos, de la noche irreal y de la resaca.

Yo prefiero seguir sobre estos cinco centímetros y recordar con lucidez o la totalidad de la evasión, casi con irreverencia, las conversaciones que sí se quedaran en mí, mucho más de lo que dura una canción de moda o un vaso de cerveza.

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