miércoles, 31 de marzo de 2010

Las 6W

Él manejaba un día nublado por la carretera principal. Me miró y me dijo: “que mal que estudies periodismo, los periodistas no sirven para nada, es más, siempre que abro el mercurio me basta con leer las primeras líneas de una noticia para enterarme de todo lo que tengo que saber, el resto, que se jodan porque los periodistas no son necesarios”. No quité la mirada de las franjas blancas que avanzaban rápidamente, como papas fritas congeladas de velocidad máxima mientras intentaba ordenar mi respuesta “Esas líneas que tu lees fueron puestas allí por un periodista que ordenó la estructura completa de la noticia a base de una pauta creada hace más de un siglo, para que energúmenos como tú, sepan fácilmente una noticia sin hacerlos sentir unos idiotas”, le respondí, sin mayor preámbulos.

Momento de fingir

Te cuelgas de mi falda roja y con una carcajada inmensa, caes de rodillas arrastrándome al suelo de tus incoherencias. Nos hemos reído tanto esta noche, que siento que mis ojos pesados y adormecidos no tienen la fuerza suficiente para observar cómo continuamos con esta caminata sin rumbo.
Vamos a soltarnos el pelo y a prender las luces de neón por sobre las rosas secas colgadas del techo. Para empezar, cerramos los ojos cargados de pintura fluorescente y dejamos que nuestras manos se rocen casi en un susurro. Sí, es tiempo de ser adolescentes un rato. Pon la música tan fuerte como puedas, que sea imposible escuchar las carcajadas, que sea imposible mantener la vista fija en la imagen borrosa de nuestro baile. Sí, es tiempo de que dejen de importarnos los años, los números y las mentiras que han envenenado nuestras inocencias. Es tiempo de evadirse, de reinventarse, es tiempo de reírnos hasta reventar, entre rayos cósmicos y fuegos artifícales, láseres incandescentes y por sobre todo; pensamientos maduros. Esta noche, es momento de fingir.

Todo lo que quiero

Mis exigencias son tan altas como la montaña más grande del mundo. Yo quiero leer tus palabras, yo quiero que me escuches. Yo tengo el derecho de pedir, en mi condición de dependiente y adicta, a reclamar tesoros perdidos en el mar y la revelación de secretos enterrados en islas lejanas. Yo quiero saberlo todo, quiero caminar por estanterías llenas de títulos dorados, quiero sentir ese aroma a media luna recién horneado, quiero retorcerme de la risa entre sus pasajes, quiero abrazar ideales imposibles, quiero desentenderme del acontecer internacional, quiero soltar tres tornillos y que no me importe el clima cambiante, la revisión técnica, la tarea de fotografía, los horarios de ayudantía, yo quiero descontrolarme, quiero un unicornio con montura de chocolate, yo quiero seguir queriendo y no aburrirme de exigirlo para mi propia y egoísta persona.

Me senté al lado de esta multitud tan ajena. En realidad, esta soledad que me persigue con un hacha no me molesta tanto como creía, ahora que pienso en todo lo que quisiera de este mundo, creo que es justamente lo que dejaría olvidado en otro universo paralelo de pianos y traiciones, amores quebrados y sensaciones narcóticas de pensamientos rotos y luciérnagas en modo off. Todo un conglomerado de situaciones en el marco de mi insensato comportamiento de niña malcriada; todo lo que quiero es que me dejen seguir queriendo y que nadie me diga que esta mal pedir tanto.

Todo lo que quiero se resume en materiales lúdicos y naturales que expandan la mente sin sacrificar demasiadas neuronas, además de volantines, lápices de colores de todo tipo, silencios intensos entre canción y canción, dos velas rosadas, una esperanza y que me busques. Que me quieras aún cuando lo quiero todo. Que no te lo cuestiones, que no te lo impongas, que no sea más que un complemento a aquello que más quiero; a alguien que me quiera sin tener que decírselo.

Es una posibilidad (ser y estar)

Podría decir que estaré ahí para siempre. También podría mentir y contarte que no me interesa en lo absoluto. Podría hacerle entender a la gente que me agrada esta comunidad. También podría negarlo y ser condenada a cadena perpetua social y miradas reprobatorias. Podría mentir y hacerles creer que he perdido la razón y mecanizarme, pero manteniendo un agudo y secreto sentimiento de oposición ante el pensamiento colectivo, idiota y poco relativo del mundo actual.

Podría hacerme vieja pensando en las formas de persuasión efectivas que me integren de manera óptima en este mundo tan estúpidamente globalizado. Podría practicar tonos de voz, gestualización, comunicación no verbal e incluso la telepatía. Podría interiorizarme en diversas ramas que no me interesan con el fin de agradar a la mayoría, podría crear un plan de contingencia para controlar el espantoso sistema voraz que nos consume, podría por lo menos intentarlo antes de que mis dedos se congelen en la espera de soluciones que parecieran no llegar nunca. Es la única forma de no volverme loca con este personaje ficticio que cargo para hacerme un espacio, pero no hay forma de que pueda engañarme a mí misma, a menos de que sea una muy buena actriz y disfrace mis pensamientos. Lo cual no tiene mucho sentido.

martes, 30 de marzo de 2010

Todos los días son domingo

Que aburrido. Hoy es martes y lo siento tan domingo. Ayer lunes también tenía tanto sabor a domingo y estoy segura que mañana será mi cuarto domingo consecutivo. Así, lentamente me convenzo que los días de la semana están conspirando para provocarme esa sensación dominguera tan… inútil. De la mala programación de la tele, de la sensación de soledad pese a estar ahogándome entre la masa de gente, de la desesperación de no hacer nada, hasta la predisposición a caídas violentas del ánimo. Domingo. ¿Qué más le puedo pedir a un martes que parece domingo? Hasta el clima del séptimo día me parece tan rutinario, tan nublado, tan aburridamente olvidado. Todos los días de mi semana son domingo, todos los días se miden en distintas escalas de grises y a veces, solo a veces, tienen matices de rosa y otros, de amarillo.

Eres libre

Hagamos de cuenta que nada de esto ha pasado, en lo absoluto. Engañémonos. Persuadamos a nuestras mentes inventando una historia ficticia, con personajes escondidos entre árboles mágicos, en bosques mágicos, en países mágicos. Tratemos de convencernos que todo lo que ha pasado no es más que una quimera absurda producida por la ingesta desmedida de alcohol y alucinógenos. Pensemos que es así, es más fácil creer que todo era falso, que sobrevivir con ello a cuestas de alejarnos de los detalles de cada recuerdo, de tu recuerdo absoluto de saber que te vas así, tan de pronto, preso de mis penas sacudidas por el tiempo, por la locura irrefrenable de estar tan vivos y tan muertos al mismo tiempo. Hagamos de cuenta que nada de esto ha pasado, en lo absoluto, en lo más mínimo, por favor, haz de cuenta que te has olvidado.

Después de tantos años de pensarlo, eres libre. Tan libre como soñaste siempre. Yo en tanto, me aferro a la idea ridícula de creer que aún no te lo crees. Como si ser libre fuese fácil, no pretendo condenarte a mi compañía eterna de lágrimas eternas, de solsticios eternos, de silencios eternos, de pensamientos eternamente disfuncionales. Eres tan libre como yo quisiera dejarte ser. Por eso y por muchas razones más, hagamos de cuenta que nada de esto ha pasado. Te explico mejor; déjame ser solo un sueño vívido y tú, un pensamiento feliz que atravesó mi ventana una mañana de septiembre.

Dulces sueños

Ahora que he despertado después de tantos años de profundos sueños extraños, he entendido que nada de lo que comprendía tenía mas sentido en mí, que saber que en algún minuto debía despertar. Abrir los ojos suele ser un problema para tantos corazones. Despertar de corrientes somnolientas, de retazos de almohadas vacías y figuras retóricas relacionadas con pasajes de mis memorias, perdidas durante el día, que recogía con total presunción durante las noches en que soñaba.

Ahora que he despertado, en un comienzo, duele un poco abrir los ojos. La luz se cuela por los rincones que no esperé vislumbrar halo de luz alguno, pero lentamente mi retina se acostumbra a esas voces enceguecedoras, a esa idea perpetua de que existía algo más que oscuridad y hastío.

Ahora que hay más luz, me tropiezo menos con las cosas que no veía porque dormía mientras caminaba o hablaba. Ahora creo que las nubes son más lindas. Ahora comprendo que me perdí tanto, pero ahora es cuando más siento que es tiempo de recuperarlas.

miércoles, 17 de marzo de 2010

¿Saber o no saber?

Hace muchos atrás, cuando tenía seis dulces primaveras e ingresé a la educación básica, sentí que un millón de luciérnagas incendiaban mi estómago ya que por fin iba a aprender a escribir bien la “f” y leer de corrido los diarios y revistas que manoseaban los adultos con tanta seguridad. Qué cercano me parecía el día en que podría leer los títulos sin tener que repetir cada palabra alargada en voz alta y que entretenidas serían mis tardes una vez que pudiese comprender los textos mágicos de autores reconocidos. Todo un mundo se abría ante mí. Dejar de ser analfabeta era definitivamente, el motivo por el cual me levantaba una hora y media antes de lo necesario para ir a mi primer año de escuela.

Los recuerdos de mi lámpara rosada sobre el velador de mimbre que sostenía una amenazadora taza de leche tibia que jamás quise probar, vuelven a mi cabeza una y otra vez, mientras recuerdo la programación de la tele en aquellos años. Despertaba siempre con el final de “Banana Split” que precedía a “Tom y Jerry” mientras me sentaba al borde de mi cama. Con la emoción tremenda de una nueva jornada escolar, me ponía los calcetines azules hasta las rodillas, con absoluto cuidado de que el borde tuviera un pequeño doblez de modo que se viera perfecto con mis zapatos de princesa recién lustrados.

Puede sonar un poco ridículo, pero adoraba el sonido de la televisión encendiéndose a las 6.30 de la madrugada como arcaico despertador. Juro que muchas veces desperté minutos antes de que se encendiera y rogaba para que fuese la hora de levantarse y tener que comenzar el día con mucha energía.

Y que tontos me parecían mis compañeritos que hacían berrinches por no querer levantarse para ir al colegio. Ilusos. No sabían que se perdían la gran oportunidad de aprender a leer, escribir, sumar y restar, saber como crecen las plantas, de dónde vienen los bebés, saber sobre ese Dios que castigaba, los nombres y características de los planetas del sistema solar. Todo un mar de conocimiento y respuestas para un millón de dudas que circulaban por mi mente precoz.

Cerca de las siete de la mañana ya estaba completamente vestida, peinada, con la mochila ordenada y las ganas un poco frenadas para no parecer una infante psicótica con alteraciones nerviosas y notable falta de autocontrol de las emociones.

Cuando era pequeña tenía tantas ganas de saber, que no sabía qué era lo que iba a saber, y resulta que todo lo que he sabido no es más que un incentivo a querer seguir sabiendo aquellas cosas que no sé y que algún día sabré.

Después de todo, tenía muchos minutos libres entre que estaba lista y la efectiva entrada a la aula de clases, y durante ese tiempo me dedicaba a soñar despierta que sabía, sabía tanto, tanto, tanto, que un médico succionaba conocimiento de mi cabeza para ponerlo en un dispositivo de memoria portátil, de modo que tuviera más espacio y siempre supiera más de lo que era estrictamente necesario saber. Pero eso era un pensamiento inconcebible en aquellos años; un diskette tenía la misma memoria que hoy tengo a mis veintitrés primaveras de recuerdos y pasajes olvidados. Sin embargo, lo esencial sigue allí, depositado en algún rincón de mi masa encefálica, resguardada de las fallas de sistema y choques neuronales que amenazan con caducar la fecha de utilidad de mi cerebro. Aún así, muchas veces sigo sintiéndome de seis años, sigo con las mismas ganas de saber y las mismas ganas de no tomarme la taza con leche de mi velador.

lunes, 8 de marzo de 2010

Mi nuevo país

Mi país ha tenido unos movimientos telúricos espantosos, como si quisiera sacudirse las profundas llagas de su historia, disueltas entre tantos tópicos que de tan solo recordarlos, se vuelve a sacudir intentando olvidar sus dolores pasados.

Chile se ha movido y no ha dejado a nadie indiferente. No existió portal en Internet ni comentario morboso en donde el tema no saliera a flote como la comidilla del desastre mundial del momento.

Yo no pretendo hablar de los grados exactos que cambió el eje de la tierra ni del número de muertos y desaparecidos, yo no pretendo analizar ni comentar más de lo ya analizado y comentado como consecuencia del terremoto más grande del que se tenga registros hace cincuenta años en Chile. En realidad lo que quisiera compartir es mi más profundo anhelo de cambio social y mental tras esta desgracia que azotó al sur pero cuyas réplicas se sintieron a lo largo de esta angosta faja de tierra tan particular no sólo por su loca geografía, sino por su disparatado carácter nacional.

Todos hemos visto por la televisión como se dobló la meta que impuso la Teletón del viernes y sábado recien pasado, como la gente por muy presionada que estuvo, devolvió lo saqueado para estar tranquilos con sus propias conciencias, y como la reacción nacional e internacional le ha entregado esperanzas a miles de familias que lo perdieron todo en menos de dos minutos, gracias a la entrega de artículos de primera necesidad aportados por todos los chilenos.

Ahora vamos a lo que nos convoca, empezaré a rayarla con el tema del pensamiento. Es absolutamente NECESARIO un cambio mental a raíz de los acontecimientos del 27 de febrero. Me parecería totalmente inconcebible que luego de la trasmición initerrumpida de trágicas historias de vida y muerte de miles de chilenos sacudidos por una tragedia de esta magnitud, volviésemos a la basura del morbo farandulero, a los programas sin ningún aporte que desvirtuan el sentido real que los comunicadores pretendemos entregarles a las nuevas generaciones sedientas de información que contribuyan al progreso y la trascendencia. Me parecería totalmente deplorable continuar con aquello que llamaban "entretención" y que está profundamente ligado al periodismo. ¡¡Atención!! Es nuestro deber como futuros profesionales de las comunicaciones darle un giro a lo trillado y aburrido para comenzar a forjar un nuevo periodismo, comenzando por reconocer el esfuerzo de todos aquellos colegas que no soltaron cámaras ni micrófonos, como testigos de la dura realidad que asumieron conocer desde el momento en que decidieron dedicar sus vidas a las comunicaciones. La tarea no se trata sólo de informar, sino también sensibilizar y abrir un espacio para el debate del sentido que todo esto acarrea.

Por favor, abramos los ojos y luchemos todos por un cambio sustancial. Dejemos de creer que este cambio estará a cargo de un determinado partido político que dirigirá el país, de una tendencia religiosa marcada e impuesta por la mayoría o tan sólo por aquellos que se adelantan al resto y toman el mando solo por actuar más rápido. Dejemos de pensar que es imposible mover a la masa, comencemos a soñar con un Chile más renovado espiritualmente. Nos unen los mismo anhelos, a puertas del Bicentenario, no existe una más linda oportunidad que la de hoy para crear un nuevo carácter nacional que perdure para nuestros hijos y nietos. A mi parecer, eso es lo que le da sentido a mi vida y espero de todo corazón, que sea para todos ustedes igual.

La última vez que supe de ella

La última vez que supe de ella andaba caminando sin zapatos y tenía los pies destrozados de tanto pisar clavos y piedras retorcidas. Se movía tan lento que aburría a todos los que la observaban desde lejos hacer equilibrio entre sus pensamientos nocturnos. Andaba sin andar y pasaba totalmente desapercibida por la multitud enfervorecida que no conocía su nombre ni su rostro surcado de lágrimas saladas como el mar muerto.

La última vez que supe de ella se reía a carcajadas con una botella de cerveza en sus manos de uñas cortas y chillonas. Se había prometido a sí misma dejar el cigarro y sin embargo, encendía uno tras otro en un abrumador intento de restarle funcionamiento a sus pulmones para decaer pronto y dejar las nubes de algodón de lado.

La última vez que supe de ella había retomado los óleos, la pena y la hierba a ratos de profunda soledad.

La última vez que supe de ella, estaba un poco muerta en vida.
Luego de tales lamentables sucesos, podría decir que la última vez que supe de ella tuvo un cambio repentino y de pronto, estaba feliz. Había resucitado en una nueva forma vidriosa que llamaba su propia atención y la hacía sentirse hermosa dentro de sus destartalados cánones de belleza recargados. Estaba limpia, sonriente, sin toxinas en las venas y sin pretensión alguna más que mirar la primera luna de las miles que vendrían y que comienzan en marzo.

Sin título

A veces, por los rincones más insospechados, se aparece su figura perfecta. Se desliza tan suave como sus palabras, se aferra a mis miedos y los tranquiliza, los derrumba y los vuelve a levantar con tan facilidad que me parece irreal. Me sacude el mundo con sus melodías y logra evocarme un montón de sonrisas que creía perdidas en la estratósfera del olvido, vago de mi mente por su sonrisa utópica, con sus orgullosos ojos claros de miradas seguras.

No sé si temo por la remota posibilidad de que me asesine dulcemente o por la idea de perderlo y que de paso, arrastre mi vida con la suya en un solo torbellino multicolor y sanguinario. No sé si temo cerrar los ojos y que se detenga la música de su boca, no sé si me aterra que deje de pronunciar mi nombre o que ambos seamos tan buenos zombies como tan buenos padres.

A veces, por los rincones más insospechados, me toma de la mano y se queda a mi lado aunque no esté tan cerca. A veces, sólo a veces, tengo ganas de llorar. No sé si es porque las horas se me hacen minutos a su lado o porque temo vivir mi vida en dos suspiros; pestañear y sabernos ancianos, decrépitos y probablemente felices. A veces, por los rincones más insospechados le pido que nos fuguemos y que dejemos los planos que nos atan a la realidad subversiva para crear nuestro propio mundo. A veces me importa un rábano lo que piense la gente, lo que opinen los kilómetros, lo que diga el tiempo y lo que reclame el espacio. Puedo amarlo de la manera más descabellada y ridícula, sin importar lo que piense mi propia mente desquiciada de ello.

viernes, 5 de marzo de 2010

Bájese de esa nube

Disculpe, señor. ¿Se siente usted aludido por mis palabras esparcidas? Resulta que han pasado novecientas noches desde que olvidé su existencia, mientras usted ha vivido novecientos días creyendo que yo aún lo recuerdo. Déjeme explicarle mejor de que se trata este asunto; todas las palabras emitidas sinceramente en este espacio, no son de su completa inspiración. Hace muchos años ha dejado de despertar interés en mis dedos e ideas. Es más, quiero comunicarle que ni siquiera recuerdo su rostro y mucho menos su cariño, por tanto, le reitero que no se sienta propietario de mis desvelos escritos de media noche, porque los suspiros se vencieron el día en que el olvido contagió nuestros sueños.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Campos de fresas por siempre

Dejame llevarte hacia dónde voy. ¿El problema? No voy a ninguna parte. También me lo susurra el maestro Calamaro y un montón de cantautores sedientos de respuestas... de dónde vengo y hacia dónde voy podrían ser las premisas de cosas que nadie quiere pensar por miedo a la respuesta. Podría inventar un espacio y un tiempo nuevo, y dirigirme hacia lo desconocido que pueda saberme a caramelo claro y tibio, como los ojos de mi amor antes de saber que era amor. No sé si tendría claro saber a dónde vamos o todo el universo nos ha pintado un campo de batalla humano, disfrazado de fresas, que no son más que charcos sangrientos de dolores pasado. No sé si nos resolverían las dudas, de todas formas, es la mejor manera de asumir que voy a algún lugar sin saber dónde mierda queda.