miércoles, 15 de febrero de 2012

Estado telúrico

Surgiste en días de mar y
movimientos telúricos
Prendiste fuego al tiempo, derrumbaste
sortilegios de un futuro agónico
Llegaste a cantarle al alba, sin
saber que era a mí a quien despertabas


Se me antoja materializar contigo
domingos infinitos
Se me antoja el consuelo de tus
Versos artificiales
Se me antoja proyectarte en
renglones
A ver si así alcanzo a conocer
tus formas


Yo no quiero quererte
Y sin embargo, quiero que me
quieras
Yo quiero merendar contigo
Los últimos besos en primavera.

Eterna pérdida

Tengo tres tengo
El que tengo y el que no tengo.

Nada más tengo.

Ser

Soy la princesa y viajera del tiempo, la
hija insensata de la modernidad y el ocio. La niña descalza que juega a romper
olas con el pensamiento, la mujer que por las noches se evade con elíxires y frutos
de la tierra en combustión. Soy la memoria colectiva y la memoria soberana, la
heredera de esta corona ensangrentada.
Soy la hija errante de un Dios que desconozco, las fuerzas oscuras del
agua en sus minerales me confirman mis más terribles temores; cultivo tumores,
en un paraíso que no escogí, bajo un albor que arde. ¿Puede ser sinónimo de
sol, la gracia de Dios? Soy la herejía hecha mujer y lo celebro con amores de
una noche.
Soy la fascinante luz planetaria que huye
hacia las ráfagas siderales cargando opio y sangre, soy la llovizna ácida que
roe todos los materiales, soy el cariz de plata que emerge en la tierra desde
la estratósfera hasta sus más lóbregas profundidades, soy la princesa y viajera
del tiempo, la hija bastarda de un monarca, la materialización de los
padecimientos universales.

Emilio

Cuando vienes Emilio, frustro tu cometido disparando tristes
soliloquios en un intento desesperado de que estos pasen desapercibidos. Mi
esfuerzo es en vano, en lo profundo, mi dicha es completa cuando te acercas
sigiloso, como depredador al nido. Cuando arribas en mis piernas susurrándome
estrofas al oído, pronuncias mi nombre con tu lengua de fuego mientras retozas
y murmuras entre gemidos: “¡oh, nuestro amor vivirá hasta que muera el último
de los planetas…! “


El flash de tus besos destella engreídamente en mi pecho
perecedero, haces de colores que aún no existen. Se funden con el cielo creando
breves holocaustos atómicos. Mi amor por ti, Emilio, es una dulce alquimia, una
eterna sumisión, un lapsus sempiterno.


Yo te quiero Emilio, como una amante ciega y testaruda. Como
la orgullosa tierra cultiva para sí misma piedras preciosas en sus cortezas, yo
te quiero Emilio, con todas tus exclamaciones, con todos tus puntos suspensivos,
con todas tus inseguridades, con todas con todas tus certezas.


Un otoño particularmente tornasol, me dijiste: “¡El fin del
mundo está en tu boca amor mío, tus labios de néctar y rosa son capaces de
colisionar el universo entero, capaces de colisionar todos los planetas!


Yo te pedí que lo hiciéramos lento.


Déjame matarte con cuidado, déjame acabar con esto ahora que
la ciudad duerme sofocada en vaporosos sueños. A nadie le sorprenden los
fogosos ruidos de amantes, a nadie le sorprenderá tu muerte. Es prácticamente
lo mismo.


Emilio, habitante exiliado del espacio, ya no tienes donde derramar tus células, eres
más útil si te vas allá lejos, en el firmamento, para ser una más de sus
infinitas estrella.

lunes, 13 de febrero de 2012

Norte



Desde mi ventana observo como brotan frías flores de
concreto. Lentamente, evoco un trozo de musgo en vano, pues no hallo en sus
breves pinceladas las tonalidades que busco. Hay en un metro cuadrado, más valor
en su bien raíz que en su propia raíz. Hay, en un trozo de cemento, más
materiales que sentimientos.

Desde mi ventana se desprenden pequeñas cúspides de innecesarios
elementos. La Cordillera de la Costa se apiada de éstos y le entrega un frágil
terreno en donde sembrar su esfuerzo. Campos de marginalidad emergen en sus
faldas. El mar, bizarro visionario, espera arrebatarle a la tierra todo aquello
que construyó, en un solo movimiento, en un solo arrebato, en un solo beso
tectónico.

Hay en el norte una sombra proyectada desde un agujero
estelar. En sus veredas, la calle hierve de soledad, hierve de escarmiento. Un
océano de almas supervivientes alucinan con una hierba nacida de no se sabe
dónde. El desierto es un escenario espeluznante para quienes no se deleitan de
su precioso rubor dorado.

domingo, 5 de febrero de 2012

Las dos luces

En la oscuridad veo dos
luces enceguecedoras que me persiguen como estigmas religiosos. Intento huir de
ellas pero son más fuertes que el caos. Mi carne es mortal y etérea. En la
oscuridad, los signos de interrogación hacen gala de su carácter insensato… las
dos luces continúan allí, yo las observo minimizada en el triángulo de
lobreguez materializado bajo el velador y la lámpara. Creo que si continúo
siendo pequeña, podré volverme invisible y éstas no me hallarán para acusarme.


La noche pervierte todos los
materiales. Su silueta ancha como el océano, juega a reinventar espectros
siderales. Los minutos son imberbes. Lloro por la muerte de la muerte, me
entrego a ella sin miedos… ¿será acaso que aquí, en este lado del hemisferio,
la tierra tiembla para espantarnos los temores? ¿Acaso mi ser astral ha venido
a buscarme y me besa como amante febril para convencerme que me fugue con ella?

Todo lo que (no) tengo

Es tan triste todo lo que tengo y todo lo que no tengo
La angustia me corroe las venas celebrando una victoria que
no comprendo
Yo me abandono un poco al creer que he muerto
Despierto agonizando en la rutina
En todo lo que tengo y todo lo que no tengo

Es noche de luna llena. Pero desde mi ventana, falta un
trozo de astro. Me resguardo en su metáfora rebuscada. Me deleito con su rubor de
plata. En lo alto de la cúpula estrellada, despegan sueños de auroras boreales
y felicidades de escarcha.
A varios metros bajo el cielo, el ejército multicolor ensancha
la tierra.
Me siento triste vida, agradecida pero desconsolada de todo
lo que tengo y todo lo que no tengo. Estoy cansada de poner mis pies en el
suelo. Mi sonrisa es una mueca sin alma. Me han arrebatado lo inmaterial, no sé
donde está, me lo han quitado y no hallo consuelo más que en estas palabras.

Una sensación fría me recorre el cuerpo. ¿Será acaso que
vienes por mí?
¿Esta angustia que me invade será tu presencia o mi condena?
¿Pueden ser ambas cosas?
Ya no siento nada, vida.
No tengo miedo.
Quiero morir justo así, pensándote en reversa.

martes, 17 de enero de 2012

Elegia en la muerte de un perro


La quietud sujetó con recia mano
al pobre perro inquieto,
y para siempre
fiel se acostó en su madre
piadosa tierra.
Sus ojos mansos
no clavará en los míos
con la tristeza de faltarle el habla;
no lamerá mi mano
ni en mi regazo su cabeza fina
reposará.
Y ahora, ¿en qué sueñas?
¿dónde se fue tu espíritu sumiso?
¿no hay otro mundo
en que revivas tú, mi pobre bestia,
y encima de los cielos
te pasees brincando al lado mío?
¡El otro mundo!
¡Otro... otro y no éste!
Un mundo sin el perro,
sin las montañas blandas,
sin los serenos ríos
a que flanquean los serenos árboles,
sin pájaros ni flores,
sin perros, sin caballos,
sin bueyes que aran...
¡el otro mundo!
¡Mundo de los espíritus!
Pero allí ¿no tendremos
en torno de nuestra alma
las almas de las cosas de que vive,
el alma de los campos,
las almas de las rocas,
las almas de los árboles y ríos,
las de las bestias?
Allá, en el otro mundo,
tu alma, pobre perro,
¿no habrá de recostar en mi regazo
espiritual su espiritual cabeza?
La lenuga de tu alma, pobre amigo,
¿no lamerá la mano de mi alma?
¡El otro mundo!
¡Otro... otro y no éste!
¡Oh, ya no volverás, mi pobre perro,
a sumergir los ojos
en los ojos que fueron tu mandato;
ve, la tierra te arranca
de quien fue tu ideal, tu dios, tu gloria!
Pero él, tu triste amo,
¿te tendrá en la otra vida?
¡El otro mundo!...
¡El otro mundo es el del puro espíritu!
¡Del espíritu puro!
¡Oh, terrible pureza,
inanidad, vacío!
¿No volveré a encontrarte, manso amigo?
¿Serás allí un recuerdo,
recuerdo puro?
Y este recuerdo
¿no correrá a mis ojos?
¿No saltará, blandiendo en alegría
enhiesto el rabo?
¿No lamerá la mano de mi espíritu?
¿No mirará a mis ojos?
Ese recuerdo,
¿no serás tú, tú mismo,
dueño de ti, viviendo vida eterna?
Tus sueños, ¿qué se hicieron?
¿Qué la piedad con que leal seguiste
de mi voz el mandato?
Yo fui tu religión, yo fui tu gloria;
a Dios en mí soñaste;
mis ojos fueron para ti ventana
del otro mundo.
¿Si supieras, mi perro,
qué triste está tu dios, porque te has muerto?
¡También tu dios se morirá algún día!
Moriste con tus ojos
en mis ojos clavados,
tal vez buscando en éstos el misterio
que te envolvía.
Y tus pupilas tristes
a espiar avezadas mis deseos,
preguntar parecían:
¿Adónde vamos, mi amo?
¿Adónde vamos?
El vivir con el hombre, pobre bestia,
te ha dado acaso un anhelar oscuro
que el lobo no conoce;
¡tal vez cuando acostabas la cabeza
en mi regazo
vagamente soñabas en ser hombre
después de muerto!
¡Ser hombre, pobre bestia!
Mira, mi pobre amigo,
mi fiel creyente;
al ver morir tus ojos que me miran,
al ver cristalizarse tu mirada,
antes fluida,
yo también te pregunto: ¿adónde vamos?
¡Ser hombre, pobre perro!
Mira, tu hermano,
ese otro pobre perro,
junto a la tumba de su dios, tendido,
aullando a los cielos,
¡llama a la muerte!
Tú has muerto en mansedumbre,
tú con dulzura,
entregándote a mí en la suprema
sumisión de la vida;
pero él, el que gime
junto a la tumba de su dios, de su amo,
ni morir sabe.
Tú al morir presentías vagamente
vivir en mi memoria,
no morirte del todo,
pero tu pobre hermano
se ve ya muerto en vida,
se ve perdido
y aúlla al cielo suplicando muerte.
Descansa en paz, mi pobre compañero,
descansa en paz; más triste
la suerte de tu dios que no la tuya.
Los dioses lloran,
los dioses lloran cuando muere el perro
que les lamió las manos,
que les miró a los ojos,
y al mirarles así les preguntaba:
¿adónde vamos?
Miguel de Unamuno