miércoles, 15 de febrero de 2012

Emilio

Cuando vienes Emilio, frustro tu cometido disparando tristes
soliloquios en un intento desesperado de que estos pasen desapercibidos. Mi
esfuerzo es en vano, en lo profundo, mi dicha es completa cuando te acercas
sigiloso, como depredador al nido. Cuando arribas en mis piernas susurrándome
estrofas al oído, pronuncias mi nombre con tu lengua de fuego mientras retozas
y murmuras entre gemidos: “¡oh, nuestro amor vivirá hasta que muera el último
de los planetas…! “


El flash de tus besos destella engreídamente en mi pecho
perecedero, haces de colores que aún no existen. Se funden con el cielo creando
breves holocaustos atómicos. Mi amor por ti, Emilio, es una dulce alquimia, una
eterna sumisión, un lapsus sempiterno.


Yo te quiero Emilio, como una amante ciega y testaruda. Como
la orgullosa tierra cultiva para sí misma piedras preciosas en sus cortezas, yo
te quiero Emilio, con todas tus exclamaciones, con todos tus puntos suspensivos,
con todas tus inseguridades, con todas con todas tus certezas.


Un otoño particularmente tornasol, me dijiste: “¡El fin del
mundo está en tu boca amor mío, tus labios de néctar y rosa son capaces de
colisionar el universo entero, capaces de colisionar todos los planetas!


Yo te pedí que lo hiciéramos lento.


Déjame matarte con cuidado, déjame acabar con esto ahora que
la ciudad duerme sofocada en vaporosos sueños. A nadie le sorprenden los
fogosos ruidos de amantes, a nadie le sorprenderá tu muerte. Es prácticamente
lo mismo.


Emilio, habitante exiliado del espacio, ya no tienes donde derramar tus células, eres
más útil si te vas allá lejos, en el firmamento, para ser una más de sus
infinitas estrella.

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