En la oscuridad veo dos
luces enceguecedoras que me persiguen como estigmas religiosos. Intento huir de
ellas pero son más fuertes que el caos. Mi carne es mortal y etérea. En la
oscuridad, los signos de interrogación hacen gala de su carácter insensato… las
dos luces continúan allí, yo las observo minimizada en el triángulo de
lobreguez materializado bajo el velador y la lámpara. Creo que si continúo
siendo pequeña, podré volverme invisible y éstas no me hallarán para acusarme.
La noche pervierte todos los
materiales. Su silueta ancha como el océano, juega a reinventar espectros
siderales. Los minutos son imberbes. Lloro por la muerte de la muerte, me
entrego a ella sin miedos… ¿será acaso que aquí, en este lado del hemisferio,
la tierra tiembla para espantarnos los temores? ¿Acaso mi ser astral ha venido
a buscarme y me besa como amante febril para convencerme que me fugue con ella?
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