domingo, 18 de octubre de 2009

Detalles de un domingo ajeno

Los domingos son corrosivos para mi salud mental. Me persiguen como balas de angustia, como imanes de distintas cargas, como persigue la muerte a la misma vida. Los domingos son ajenos y me condenan a saberme irritable. Me ahogan. Los domingos son como estresantes, en cierta parte, se me hacen difíciles de llevar sabiendo que puedes estar en cualquier parte.

Los domingos por la noche termino por acostarme antes. Escojo el más lindo par de calcetines -como si eso fuese a aliviar mi pena, en parte- en cómodas situaciones distantes, en silencio. Porque los domingos por la noche me pesan como toneladas de almas miserables. Lo peor de todo, es que no me parece tan extraño saber que estas noches me vuelven tan vulnerable.

miércoles, 14 de octubre de 2009

¡Las palomas se creen personas!

No sé si lo han notado o es que su plan malévolo les está resultando muy bien, pero las palomas se estan creyendo personas. Lo estan haciendo de manera planeada y perfecta, casi secreta, solo que a nosotros no nos interesa saber que planean las ratas con alas que deambulan por nuestra ciudad.
Las palomas son aves de cuerpo y cuello robusto, pico delgado y corto con ceras carnosas. Su nidos son estorbosos, elaborado con ramitas que cortan produciendo un sonido molesto y generalmente ponen dos huevos que dan ganas de estrellarlos contra la pared y son incubados por señor y señora paloma. Este asqueroso animal se alimenta de semillas y frutos y produce una secreción nauseabunda con la cual alimenta al pichón para que el muy desgraciado no se estrelle contra el suelo y muera. Las palomas tienen un gran sentido de la orientación, siendo una de las aves que más rápido vuela, alcanzando los 56 km/h pero eso ya es medio utópico porque hace rato que las palomas no vuelan y se juntan en reuniones secretas a planear su rebelión sanguinaria.
Tecnicamente las palomas son un error de Dios. Por lo mismo, ellas saben que lo son y quieren tomar el poder por medio del camuflaje (la gran mayoría son grises) les gusta caminar por las veredas junto a los peatones, casi imitandolos, esperan la luz verde en las esquinas y también se enojan cuando uno las pasa a llevar. Porque las personas les hacemos el quite para evitar que nos reten levantándose del suelo aleteando.
Por favor, no nos hagamos los ciegos. Estas aves pronto van a evolucionar y nos van a quitar nuestros trabajos, habran emisoras radiales de ultrasonido molesto a traves de la frecuencia modulada del ululeo y sus crías llenaran de estiercol todas nuestras costas. Por lo mismo, de Arica a Punta Arenas, unámosnos en esta gran cruzada de revelarle al mundo la gran verdad; ¡que Jesús tuvo hijos!, ¡que a la Marilyn la mataron!, ¡que Elvis es extraterrestres!, ni que ocho cuartos... Las palomas se creen personas y si no hacemos algo, pronto nos dominarán.

domingo, 11 de octubre de 2009

Perdón, pero me niego

Qué difícil es escribir algo que se supone que tiene que tener una estructura. Es muy complicado tener que seguir un orden o una base para que luego ésta sea evaluada. Saber que un par de ojos seguirán mis párrafos con absoluta atención, intentando descubrir un pequeño error que me condenará a la angustia de sentirme reprobada.
En mi condición de estudiante de periodismo debo estar absolutamente preparada para que mi trabajo sea cruel y merecidamente criticado. Comprender con resignación como aquella pequeña falta ortográfica y orden sintáctico de mis palabras no me permitió tener la calificación que esperaba me carcome el alma. Es obvio. También es estresantemente difícil asumir que más que pasar penurias en cuanto a notas, ser una futura profesional de las comunicaciones requiere de mucha valentía y perseverancia.
He leído que cada año aumenta considerablemente el número de estudiantes que ingresan a la carrera de periodismo en diversas universidades a lo largo del país. La mayoría argumenta que sienten una pasión desmedida hacia la expresión oral, la comunicación audiovisual y el servicio social. ¿Pero cuántos entramos porque nos encontramos completamente enamorados de la escritura?
Ser periodista. Que lejano me parece escribirlo. Mi madre me lo dijo toda la vida, mi padre lo niega hasta el cansancio. La sociedad se ha encargado de convencerse a sí misma de que la profesión del periodista no es bien remunerada y que es sencilla de estudiar, que no requiere gran ciencia, que es una labor que cualquiera que se aprecie de manejar correctamente los conceptos, puede desempeñar. Sin embargo, ser periodista va más allá del hecho de tener que abrazar las cámaras y sostener un micrófono. Yo solo pienso, durante la mayor parte del día, en escribir. ¿Deben condenarme por eso?
Por eso me niego. Perdón, pero es como ponerle nota a una pintura o a una canción. Me niego a seguir un orden y me niego a que me pongan nota. Lo asumo y aún me quedan muchísimos años por aprender y ser evaluada en distintos aspectos. Pero siempre he sabido, en lo más profundo, que estudiar la carrera de mis amores no sólo hará que logre desarrollarme como una buena profesional y no sólo hará que pueda hacer de este mundo un lugar más cómodo para las personas que me rodean, sino que me hará feliz. Perdón, pero no podía no escribirlo.

Seiscientas formas de equivocarnos

Siempre he escuchado que los chilenos hablamos mal. Que las palabras que usamos en la mayoría de los casos se encuentran fuera de contexto, que ni siquiera sabemos muy bien qué significan y que abusamos reiterativamente de ciertas muletillas coloquiales que nos sirven para salir del paso, como “la cuestión”, “la tontera” y “la cosa”.
Esta mañana prendí la radio y la teoría que muchos planteaban y que yo no creía, resultó ser una absoluta verdad. Una banda nacional interpretaba una sarta de garabatos musicalizados: “ch bah puta la hueá” de los Petinellis, quienes con absoluta irreverencia evidenciaban una completa falta de respeto hacia nuestro lenguaje. En ése minuto me di cuenta de las razones del porqué no me agrada la nueva música chilena, siendo que en su mayoría sólo nos comprueba el paupérrimo nivel lingüístico que se viene gestando en nuestro país, utilizando éstas manifestaciones musicales tan influyentes sobre la juventud, moviendo masas e imponiendo tendencias. ¿Preocupante o no?
Según un estudio realizado por lingüistas y académicos eruditos en las artes letradas, los chilenos utilizamos en promedio 600 palabras, mientras que la RAE registra más de 85 mil. El dato más que preocuparnos debería ocuparnos. Más que sugerir cambios y reformas educaciones para revertir esta situación, la clave a mí parecer es partir por casa. No puede ser posible que se aplaudan y sobrevaloren conversaciones, textos o canciones que fomenten la desvirtualización de nuestras raíces idiomáticas, sólo por flojera y desgana de ahorrarnos la tarea de completar oraciones que a nuestro parecer, son entendidas por los demás sin que debamos preocuparnos de expresarlas de manera correcta.
¿El gran culpable? Los medios de comunicación masivos e invasivos. Primero fue el boom de los mensajes de textos vía teléfonos celulares, en donde ahorrar vocales y consonantes eran y siguen siendo sinónimo de ahorrar pesos. Y ahora el revuelo de los mensajes virtuales por medio del Internet, que por moda y comodidad, suprimen cualquier signo de puntuación, acentuación y correcta expresión entre los comunicantes.
A puertas del V Congreso Internacional de la Lengua Española a celebrarse en Valparaíso en marzo del 2010, éste debiera ser un tema que no sólo se deba discutir a nivel nacional, sino a nivel personal. Debemos reflexionar acerca de nuestras raíces filológicas, para que éstas no nos dejen un amargo sabor en los labios. Digamos las cosas como son, pero sobre todo, digámosla bien.

martes, 6 de octubre de 2009

Ojo con tu ojo

Más del noventa porciento (nueve de diez de mis encuestados) quisieran tener los ojos verdes o azules. Parece que la gente que los tiene de ése color tienen más éxito en la vida que quienes cargamos con unas pupilas oscuras, comunes y corrientes. Ellos tienen poderes sobre nosotros, porque el tipo o la tipa en cuestión pueden ser unos asesinos espantosos pero… “tiene ojitos claros”. Mansa cuestión.
Yo por mi parte admito que mis ojos son chicos, chatos y oscuros. Cualquier nazi podría matarme sin compasión y si vinieran extraterrestres a elegir gente superior para llevarse a su planeta súper bonito, me dejarían botada en un barranco junto a ochorrocientos pelagatos que al igual que yo, tienen ojos oscuros. Pero no me quejo, por favor, no quiero que usted lea esto como una horrible parodia existencialista, porque mis ojos no son tema ni para el oculista. Pero siguiendo con el tema de los ojitos claros, debemos entrar a analizar porqué la sociedad asume que la gente bendecida con el verde y el azul son tan terribles de bacanes. Seguro debe ser por una cuestión elitista, al típico modelo de perfume de diseñador le hacen un zoom y listo. Ahí, en perfecta armonía con el fondo floreado, unos grandes ojos azules, brillantes y perfectos, que no sólo nos convence de que compremos el perfume porque si lo usamos algún día llegaremos a ser tan endemoniadamente hermosos como los modelos, sino que en el fondo nos hunden en nuestra propia basura. “Señor consumidor, no se aflija, ni siquiera gaste su plata en comprar nuestro perfume, porque echándoselo o no, jamás tendrá una vida tan fascinante como el modelo drogadicto de la serie The Tudors, pero no pierde nada con intentarlo”. Y nos matan lentamente, juegan con nuestros sentimientos y finalmente los índices de suicidio se van a las nubes porque la gente no soporta vivir con corazas obesas ni ojos oscuros.
Pero hace varios años se encontró la formula mágica para estar en onda. Los lentes de contacto de colores surgieron de un macabro plan de revertir todo el asunto de los colores. James McRowland pensó en crear miles de millones de lentes de contacto azules y verdes para que toda la gente anduviera igual y así las personas que tuviesen los ojos oscuros fueran muy selectos. No sé si usted me entiende, sino me entiende debe ser porque todo esto lo he inventado porque en el fondo de mi corazón intento buscarle alguna explicación a este asunto de la importancia de los ojos colorinches. Lejos de recriminarles a mis padres y abuelos por mi condición indígena, prefiero creer que fui creada en serie y por lo mismo, quizás pueda destacar en algún otro ámbito que no tenga nada que ver con mis ojos oscuros. Aprender a vivir con el peso de la normalidad no es tan fácil, pero si pueden verlo con otros ojos, la cosa puede ser más llevadera y más bonita.

lunes, 5 de octubre de 2009

Baile de colegio

Quisiera volver a vivir la sensación de fiesta de colegio. No sólo aquella que empezaba a las diez de la noche y a las dos de la mañana esperabas a que alguno de tus padres o padrastros buena onda, te fuera a buscar en medio de la neblina fuera del colegio.
Aquellas fiestas que necesitaban una previa (en
absoluta abstinencia, no sé ustedes, el Liceo Católico Atacama tenía un detector etílico por medio del aura que los inspectores lograban reconocer con facilidad) Pero yo me refiero a las primeras fiestas, aquellas en las que fumarse un cigarro era la expresión máxima de rebeldía y que a lo lejos, podías mirar al niño que te gustaba, haciendo de cuenta que ni lo habías visto.
Bailábamos siguiendo una coreografía especialmente comercial, vestidas con prendas que estaban a la moda y con sendos chubis de colores pegados en las orejas. Y yo me dedicaba a mirar fijamente las luces como si éstas me susurrasen ideas para ser más bacán. Obviamente las luces nunca me aportaron nada, pero sí tengo muy grabadas en la retina y en el corazón, todas las emociones que se atoraban en mi garganta cada vez que poníamos un pie en un baile de colegio.
Para empezar, era una ocasión muy importante. El colegio no prestaba con facilidad el salón porque en el fondo sabían que éramos unos malditos bolcheviques remendados. Y en el fondo todos nosotros también sabíamos que no nos portábamos muy bien y siempre terminábamos fugándonos del salón y colándonos en la penumbra del colegio, porque nos parecía irresistible negarnos ante un paseo nocturno en un lugar prohibido que era vigilado por profesores de turno y fantasmas de estudiantes que murieron trágicamente en alguna fiesta (la típica penadura colegial para convencernos de que había que obedecer) y sin embargo nos paseábamos con pedazos de pizza en las manos, caminando y haciendo nuestro un lugar tan cotidiano pero a la vez muy tenebroso.
Y al igual que la gran mayoría de las fiestas, ésta terminaba con un lento anglo de los ochenta que la mayoría de nosotros odiaba, pero que sin embargo bailábamos, porque era el único momento de la noche en donde se recreaba un mágico idilio de romance. Típico que el niño que te gustaba justo te sacaba a bailar y terminábamos mirando el techo mientras nos pisábamos los pies como una pareja de orangutanes. El baile nunca fue lo mío ni lo nuestro, no recuerdo ningún lento bien bailado, todas fueron una constante tortura de brazos torpes y sonrisas camufladas por el humo que lanzaban unas máquinas que a todos asfixiaba. Y pese a todo lo bailábamos y a las dos de la mañana nos sentíamos agotados. A esa hora nos sentíamos adultos con vidas bohemias y extravagantes, con nuestros peinados altos y nuestros ojos con sombras verde brillante, con la magia de los labios rosados y las faldas con puntitos.
Nos retirábamos con la convicción de que no pudo haber sido una mejor fiesta. Aunque hubiesen lágrimas de desamor, peleas entre amigos y show en general, ésa era la verdadera gracia de las fiestas de colegio; vivir todo por primera vez, de la forma más noctámbula y más brillante, de luces rojas y azules encandilándonos, ésos son realmente los recuerdos que toda mi generación guarda, al igual que aquellas fotos análogas al fondo del cajón que nos revelan nuestros rostros a los quince años.

Lúgubre euforia de amor obsoleto y podrido

Como me saturan tus ojos oscuros
Tu risa irónica y la macabra señal
De que siempre estás ahí
Solitario sosteniendo
El susurro componiendo
En el fondo, muriendo
Cómo comprendo
Cuán fácil se nos va la vida
Así de la nada, viviendo.

Nuevamente te observo de lejos
Y te imagino cubierto de colores
Nítidos y brillantes
De lejos todo me parece
Mejor que antes
De lejos comprendo la razón
Por la cual durante estos últimos días
Me he sentido tan insignificante.

No me parece justo que tengas que dejarme
No me parece correcto ahora
Si siempre existió un antes
Porqué elegiste un lunes para olvidarme
¿Acaso hay algún motivo por el cual
Tengas que espantarme?

No me dejes, no me dejes ahora
Que las cosas funcionan mal
No me dejes, que si te llevas los colores
Nítidos y brillantes
No sabría cómo volver a empezar
Si desplazas toda tu música
Llévatela a mi lado
Para poder con perfecta atención,
Y la más sutil pereza, de tus manos, escuchar.

Lunes por la mañana

El despelote lejos de desordenarme, me hace bien. Me siento mejor que ayer, peor que mañana y el pasado mañana es tan incierto que más que querer quedarme en la nebulosa de la incertidumbre, me dedicaré a la poesía elaborada de aquellas que sueltan lagrimones.
Una de las peores cosas que el hombre se ha autoimpuesto son las labores mañaneras del día lunes. Aceptémoslo, a nadie le gusta el lunes porque nos sabe a residuos de flojera dominguera. Nos quedaron muchas cosas por hacer, aquellas que deberíamos haber hecho durante el fin de semana, pero que al realizarlas bajo presión temporal hace que las cosas nos proporcionen un cierto alivio que en el fondo, nos agrada. El alivio de sentirnos seres humanos comunes y corrientes.
Más que sentirme útil, ésta mañana de lunes me sorprende por su calidad de acción. He realizado todas las labores justificadas e injustificadas habidas y por haber, he odiado, amado, reído, llorado, saltado, corrido, comido y un montón de verbos más. También he mirado feo, no he mirado, me he escondido y me he sustraído. Ensimismada en ése universo noctámbulo de las caras con resaca que gobiernan el lugar que frecuento por las mañanas de lunes. Todo lo he hecho con absoluta y desmedida pasión, al igual que las doscientas personas que se pasean a mi lado, completamente aturdidas por un sol que amenaza con dejar de ser sol. Y ahora que lo pienso, al fin y al cabo, este despelote lejos de desordenarme, me hace bien y me levanta. No es tan difícil hacer de cuenta que somos seres humanos, es más fácil que creernos piedras, por lo menos.