domingo, 31 de octubre de 2010

Jalowin

Halloween es una tradición que adoptamos del extranjero, como la gran mayoría de las otras tradiciones (ejemplo: el árbol de pascua color blanco no tiene cabida en ninguna parte más que el trozo de polo sur que tenemos y que al fin y al cabo nadie pesca) y que por alguna desconocida razón se ve estimulado por el mercado de confites y telarañas de algodón. En fin, ahora miles de niñitos disfrazados de fantasmas, vampiros y brujas deambulan por nuestra larga y angosta faja de tierra sin identidad más que la de tirar huevos y disfrutar del enojo ajeno.

Confieso haber tirado más de algún huevo. Es más, confieso haberlo hecho vistiendo algún patético disfraz y es más aún, admito que ahora mismo lo repetiría sin ningún cargo de conciencia. Ser niño y que el castigo no sea más que un sermón que logro silenciar mientras tarareo una canción en mi cabeza, es un precio justo por el deleite de ver explotar un huevo en una puerta de alguien enfurecido.

Pero no, no lo haré. La vocecita en mi oído me recomienda mantener la boca cerrada. Revelarle al mundo las ganas que tengo que salir a pedir dulces a mis veintitrés primaveras no puede sonar lógico, no, y por mas vueltas que le de al asunto, ahora no debería estar pensando en disfrazarme de algo aterradoramente infantil. Como todas las de mi género, Halloween es la ocasión perfecta para parecer prostituta sin que nadie te juzgue y yo, como una idiota, quisiera disfrazarme de mariposa con alpargatas y cero portaligas. Pero la vocecita en mi oído me recomienda que no haga tal de manifestar mis intensiones, es más, por algún designio que se escapa de mis manos, me encuentro escribiendo esto en algún lugar apartado de una ciudad que no es la mía, y es una suerte, porque probablemente en otra instancia hubiera sucumbido a mis deseos infantiles y peor aún, mi madre me hubiera dado en el gusto.

sábado, 30 de octubre de 2010

Olvidar el olvido

He olvidado tanto, tanto que ya olvidé lo que he olvidado…

No es malo que la memoria sea frágil, sino todo lo contrario, pues se trata de un mecanismo de autodefensa. La memoria necesita resetearse cada cierto tiempo para librarse de los estigmas de siniestros recuerdos que entorpecen el continuo del tiempo y el espacio y nos permiten continuar con nuestras vidas. Es sencillo, nuestra memoria es como un pendrive de muchísima capacidad, incluso algunos expertos abrazan la posibilidad de que la memoria es ilimitada y por tanto, los conocimiento que podemos insertar allí son infinitos. Sin embargo, hasta un pendrive de infinita capacidad se pone lento al ejecutarse una vez que esta sobrecargado de información. Y allí entra la amnesia temporal en ciertas situaciones, es como el salvavidas de la mente. La mala memoria nos ayuda a que nuestro sistema operativo no se quede pegado en algún suceso específico, es ésta la razón del porqué no recordamos todo... nuestra mente nos protege de nosotros mismos.

Seguiré olvidando tanto, tanto que ya olvidé lo que debía olvidar…

El mar

Somos bacterias evolucionadas. En algún momento de nuestra historia, según Darwin, estuvimos sumergidos en el mar y comenzamos a mutar hasta ser los consumistas adictos e impuntuales que somos hoy en día.

Por ende, el Dios creador de toda esta vida es el agua. Y si nos adentramos más allá, nuestros creadores tienen nombre. Les presento a mamá oxígeno y papá hidrógeno. Ambos fusionados, con una leve preponderancia de una de las partes (como todo en esta vida) nos creó. Estoy casi segura de ello.

No venimos del polvo, venimos del mar. Somos seres acuáticos que salimos a dar una vuelta algunos miles de años, probablemente regresaremos al océano, cuando el cataclismo y la radiación nos de calor y provoque ganas de lanzarnos en picada sobre fresca y cristalina agua de mar.

Nota dedicada a: Javier Alfaro, Javier Araya y Sebastian Campusano, inspiradores de tamaña teoria en una tarde frente al mar.

No disponible

Estoy conectada a msn y ya no me entretiene tanto. Antes la plataforma de conversación a través de mensajería instantánea tenía un sabor distinto, hace muchos años atrás, cuando era una niña ingenua que no sabía cómo hacer el arroba.

He perdido la noción del tiempo mirando la pantalla, muchísimas veces, y los mensajes que me envían amigos y personas que jamás he visto en mi vida son como advertencias de no apegarme a la vida virtual irreal e idealizada.

He tenido que darme de cabezazos para no perder los dedos sobre el teclado. Me he echado a volar sobre miles de historias tejidas en la red. Ninguna de ellas ahora me sorprende.

Cientos de personajes danzan en mi retina, con sus avatares, emoticones y modos de escribir. Todos tienen sus propias características, todos son reconocibles por un aura multimedial que no sé de donde surge. A veces me descubro pensando que Dios es Internet, los santos son las páginas más visitadas de información relevante y las redes sociales la tentación que debemos evitar.

Es terrible no poder alejarse de esta realidad potencialmente destructiva en cuestiones de contacto físico. Más para mí que estudio lo que estudio y necesito estar conectada con todo y todos para tratar de que la actualidad no me aplaste. Porque ser periodista y no estar conectado es como ser dentista y no tener manos o ser médico y tenerle miedo a la sangre o ser zombie y no tener hambre de carne humana.

Pienso que sería excelente que todos apagáramos el computador ahora ya. Y que todos los trabajos para la Universidad tengan que entregarse en hojas escritas de puño y letra, disertar con papelógrafos con tipografías mal hechas y ponernos de acuerdo para juntarnos sin un celular de por medio. Sé que estas cosas facilitan la vida moderna, pero antes era tan pintorescamente romántico.

En fin… sólo quería decir que si estoy “no disponible” de verdad no me hablen a menos de que haya ocurrido una emergencia como el inminente choque de un asteroide con nuestro planeta o una matanza de ballenas. El “no disponible” no lo pescan para nada y es súper útil, le dice a tus contactos que no quieres ser molestado porque estas haciendo algo productivo, como estar tirado en la cama contando las pelusas que vuelan por la pieza. O simplemente estar conectado pero no hablar con nadie, sólo por el gusto de estar sin estar.

Luciérnagas

Nuestro idilio tiene colores de hierbas y raíces. Está en la tierra, se sumerge en océanos encausados a direcciones contrarias, esta compuesto de corrientes de mar y figuras oníricas. Se construye con tu silueta altanera. Y la lotería de mi mala suerte. Te ríes… te ríes un montón y me contagias la risa con un beso escondido entre las enredaderas. Me sorprende un poco encontrarme aquí contigo, esta noche de parafernalias minimalistas… te ríes, te ríes y yo me río contigo. Eres toda una contradicción. Somos aceite y vinagre; no sabes cuanto adoro ver estas luciérnagas invadiendo las mentes, a tu lado. Que mas da, sólo seremos jóvenes una vez en esta vida, en la próxima te encontraré sumergido en mares de colores nunca antes visto. Y me amarás y yo te amaré. Y nos reiremos de esta estupidez.

lunes, 25 de octubre de 2010

Destello de mar tornasol

La noche no era noche. Tampoco era día. El tiempo y las luces se habían reducido a un minúsculo espacio indeterminado que cabía perfectamente en mis manos, junto con todas aquellas cosas que recogí del suelo y que no sabía para qué servían.

Todo lo que pude sostener entre mis dedos largos como el cielo, eran pedazos de esas cosas que alguna vez había visto pero que no reconocía. Era como si en otra vida las hubiera soñado y de pronto no recordase nada y fuesen nuevas y maravillosas. Comencé a reírme de una forma que nunca creí que reiría. Podía sentir la presión que ejercían mis músculos al soltar carcajadas y sentía pequeños espasmos recorriendo mis células. Sentía vida en cada uno de mis componentes químicos.

Los colores se saturaron y los fondos de las cosas se volvieron intensos. Sentí una mano tomar mi propia mano. Pero mi mano ya no era mía y la mano del desconocido que me la tomaba, era la mía. Me besó y respondí el beso entre destellos de mar tornasol.

Cerré los ojos mientras sentía el sabor de sus labios de limón y textura de miel, vi serpientes fluorescentes desvanecerse en una nebulosa de calipsos y amarillos, miles de estrellas y constelaciones se abrieron ante mí. Acarició mi frente, sentí sus pestañas rozar mi parpados, murmuró cosas sin sentido en mi oído que me parecieron notas musicales inventadas por sus átomos. Nos reímos durante segundos que nos parecieron años. Su pelo era azul y el mío rojo. Habían cientos de mariposas fluorescentes flotando sobre el universo entero y la vida no podía ser más hermosa en esa fracción de mundo que vivía al lado de alguien cuya piel de diamantes encandilaba junto a la mía.

domingo, 24 de octubre de 2010

Yo v/s tecnología

Yo no sé porque no me llevo bien con la tecnología. Siento que tengo un chip insertado en la espalda que genera energías destructivas hacia los aparatos multimediales. Es extraño, porque pareciera que todo aquello que funciona mediante complejos mecanismos tecnológicos parecieran dejar de funcionar o suelen romperse con facilidad en mis manos.

Yo no hago nada para que de pronto su funcionamiento normal se detenga y posteriormente estallen. Esta bien, exageré, no siempre estallan, pero sí los hecho a perder con una facilidad tremenda.

Creo que este problema anti-tecnológico radica en algunas tendencias postmodernistas de mi mamá, la de sostener el libro o el diario en las manos y no tener que fijar la vista en una pantalla cuyas posibilidades de lecturas online son tan amplias como los calcetines huachos que me roba el duende de la lavadora.

Es más, la tecnología no entró a nuestro hogar hasta que la sociedad nos humilló por ser tan retrasadas, cuando todos mis compañeros hablaban a través del chat y no concebían que no tuviera correo electrónico. Pese a ello, tardé bastante en sentir una imperiosa necesidad por unirme a la red y exigir un aparato menos arcaico que el inmenso computador blanco que estaba en el living y cuya única herramienta sabía usar bien era el paint. Era y sigo siendo seca en paint. Hasta el día de hoy logro entregar diseños de medios – sin que me descubran - en donde debiese haber utilizado complicados programas de edición, sin embargo, sigo utilizando el paint a destajos sin sentir una cuota de arrepentimiento. Años más tarde, mi papá me acercó a las nuevas tecnologías de moda en aquellos años; el notebook, la cámara fotográfica y el reproductor de música en donde nunca supe comprender cómo entraban cientos de canciones en una pequeña caja llamada emepetres. Una rareza. Creo que he destruido más de dieciséis reproductores musicales y en gran medida, siento un alivio por ello ya que la tecnología muchas veces me ha perturbado. A veces logro reunir ciertas teorías que avalan toda aquella producción de modernos sistemas creados por japoneses, robots y extraterrestres, no tengo duda de ello, los alienígenas algo tienen que ver con el Internet o por lo menos como los i-pods. Y esta triple entente de poderosos magnates de las construcciones virtuales súper avanzadas cada año nos invaden con sus nuevas franquicias tecnológicas, no se aburren de adelgazar cada vez más el televisor, de achicar cada vez más el computador, de agregarle más aplicaciones a los teléfonos móviles y crear consolas de videojuegos cada vez más sofisticados, donde la persona no sólo tiene que apretar la X y el Y para pegarle una patada voladora al contrincante, sino que tienen que saltar y pegar el combo verdaderamente. Espero de corazón que esta alta definición en programas tecnológicos por lo menos ayude a la gente a bajar de peso, creo que es nuestra última esperanza como civilización occidental.

Sea como sea, mi naturaleza y la tecnología no se llevan bien. La semana ante pasada destruí tres sistemas operativos de distintos notebooks y me aterra poner los dedos incluso sobre el control remoto. Tengo una fijación con los botones, no puedo dejar de apretarlos y por mi culpa, mis amigos tienen que retroceder en los juegos y cambiar las opciones que desastrosamente escogí. Creo que de todas maneras, hubiera preferido un mundo sin tecnología para el hogar, así todos miraríamos atardeceres y no estaría escribiendo esta nota en un aparato abierto en noventa grados, sino en una libreta con tinta y papel. Hasta mi caligrafía mejoraría. Tiene tanto sentido.

Sueño

Sueño, cúbreme con tu manto de inconciencia. Ya no quiero seguir escribiendo sobre tragedias. Sueño, arrástrame con fuerza y déjame inmóvil en algún planeta que no pueda destruir. La sensación no deja de abrazarme como una noche negra y triste. Me sostiene fuerte, tan fuerte, tan fuerte que duele. Duele cada célula. No quiero seguir sintiendo, no quiero no querer, no querer duele. Todas las mentiras se congregan en miles de millones de átomos que no me interesan. ¿Qué sentido tiene después de todo si…?

La desesperanza me gobierna como una canción repetida y manoseada.

La que todos cantan y nadie entiende.

El mundo y sus contradicciones lo avalan todo. Él lo sabe, lo sabe todo, todo, todo y aún insiste en mantenerme aquí, encerrada, soportándolo en campos de cristal y flores. Quizás sea mejor callar.

A veces es mejor hacerme la desentendida ¿de qué estábamos hablando? Sí, sí, soy feliz. Sólo son palabras, casi no sirven para nada, después de todo son vestigios sobrevalorados. Dormir es una alternativa. Las señales son tan evidentes como esta noche negra y triste, en estos pasajes tan delicados y tan condenados a muerte.

Prende tu mente

Abrimos los seis ojos, un tanto caídos de tanta risa.

Conversamos media hora acerca de:

- El contagio del estornudo (sólo se contagia a personas afines)

- Las fiestas patrias en el colegio

- La empanada perfecta es sin cebolla ni pasas, y con doble aceituna

- El primer disco de Pink Floyd y la muerte

- Lo inútiles que son los calcetines cortos

- ¿Por qué la gente es escrupulosa?

Nos callamos cuarenta y cinco minutos. Y yo entre tanto pensaba:

- ¿Cómo sigue vivo Paul McCartney si fuma caleta?

- La cantidad de canciones que deben haber dando vueltas en Internet

- Michael no está muerto

- Las hadas

Nos reímos dos horas y media sobre:

- Una afirmación homosexual que no sabemos de dónde surgió

- La caída de un licántropo

- A orillas del río piedra me senté y reí

- Mezclar vino tinto con coler de frutilla

- Malos covers de temas de los Beatles

También

Yo también quiero embriagarme de amor. Perder el juicio y ser incorregible. Poder suicidarme en lagunas de lágrimas, besar causas perdidas, acostarme con el olvido.

Yo también quiero embriagarme de amor. Hasta perder la conciencia. Conseguir que el futuro borre el pasado y me permita deslizarme sobre el presente, de recuerdos vencidos y añoranzas muertas. Ya no me importa.

Yo también quiero embriagarme en ti, que existes y no existes.

Los hombres y el PES

Pueden estar fácilmente más de siete horas frente a la pantalla de la televisión. Al aparato le conectan un play station y le insertan un disco que simula un juego de fútbol que los hace vibrar. Se emocionan y liberan sensaciones similares a la ejecutar un gol, la única diferencia es que no mueven sus traseros del asiento. No importa si son dos u ocho jugadores, la pasión de multitudes se consigue con sólo presionar algunos botones. Hombres eructan, que se presionan las tetillas entre sí, hombres grandes, rudos y toscos. Y yo, me hice pasar por uno de ellos y me senté a vivir lo que pasa por sus cabezas cuando el PES se toma sus neuronas.

Por: María Luisa Córdova

Cuatro de la tarde y el sol pega fuerte en Antofagasta. Javier vive solo y su departamento es el centro de operaciones para maquinar carretes o simplemente vegetar durante tardes enteras. Somos todos estudiantes de periodismo, por lo tanto, disponemos de bastante tiempo libre que se justifica con el desarrollo intelectual que enseña la universidad de la vida, o al menos nos convencemos de ello.

Mis amigos en esta ciudad son en su mayoría hombres. Paso gran parte del día con ellos, manejan mi auto y le ponen bencina cuando mi bolsillo esta flojo, andan sin polera por la casa, asaltan la despensa y se preocupan de que yo coma, compran un pack de doce latas de cerveza y se sientan frente al televisor para jugar PES en el playstation.

PES es la sigla de Pro Evolution Soccer y es un juego de plataforma virtual donde el jugador simula un partido de fútbol. Maneja una serie de estrategias en donde el usuario intenta controlar el balón y el que mete más goles es el ganador, y en consecuencia, el perdedor es humillado.

Javier y Ratón se sientan en el sillón floreado frente a la televisión de muchas pulgadas. Enfocan la mirada y de pronto, dejan de pestañear. Seleccionan el país con el cuál jugarán, Javier es España y Ratón es Holanda. Hacen algunas modificaciones en cuanto a jugadores, la pantalla se llena de infinitas opciones descritas en íconos de colores y palabras técnicas que parecen ser parte de un misterioso idioma masculino indescifrable. Toman el último sorbo de cerveza, el juego esta cargando… y comienza el partido.

Y ellos de pronto abren la boca. El partido trascurrirá en sólo cinco minutos y durante esta fracción de tiempo, ambos intentan acercarse al arco rival para ejecutar no sólo un gol, sino un golazo. Existe una diferencia radical entre un gol y un golazo; un gol es la acción de introducir el balón en el arco rival de manera simple y sin mayor estrategia, un golazo es exactamente lo mismo pero al parecer la pelota es lanzada desde una mayor distancia o va con algún efecto. Y un golazo es digno de celebrar. Ratón mete el primer tanto y se enfervoriza, salta del sillón floreado y se tira al suelo gritando “GOLAZO” y una serie de improperios verbales y gestuales que humillan a su oponente. Javier se queda mirándolo un segundo y se limita a sonreír mientras Ratón le dice“¿Quién es el papá ahora, perrito?”

Javier mete un gol y quedan empatados. Ambos se concentran aún más ahora que han quedado igualados, y durante los últimos segundos que dura el encuentro, fruncen los ceños, presionan los botones del control con desesperación, sueltan algunas palabras como “puta la hueá”, “aaaaaahhhhh casi!” y una vez que termina el partido se levantan del sillón y lejos de comentar el partido, vuelven a tomar sus cervezas y se sientan a conversar conmigo, mientras yo simulo cara de enojada para que comprendan cuan aburrido es no pertenecer al extraño mundo del fútbol virtual.

Creo que son muy pocas, prácticamente nulas, las mujeres asiduas a esa clase de videojuego. Creo que pasa por un asunto de logística genérica, las mujeres a lo largo del tiempo no hemos sabido comprender ni sentir la emoción de ver a veintidós hombres correr detrás de una pelota en una cancha de pasto. Por lo menos a mí, no me genera ninguna sensación en lo absoluto, si quisiera enfrascarme en un video sería en algo como “Súper Mario” o “Tetris”. En lo personal, creo que prefiero vencerme a mi misma superando varios niveles, a intentar superar a un rival que, por cuestiones de suerte, presionará o dejará de presionar ciertos botones que lo llevarán a la victoria o a la derrota. Soy conciente de que existe una estrategia detrás del juego, pero ni con eso siento ganas de jugarlo.

Lo que me desagrada del PES es la capacidad que tiene para retraer a mis amigos. Se quedan pegados, con la boca y los ojos muy abiertos y ocasionalmente se presionan la tetilla para debilitar al oponente (eso es muy gracioso) pero sin embargo, suelo sentirme sola cuando ellos juegan. Son cinco minutos muy relativos, para algunos muy cortos, pero para mí siempre son largos.

La única manera de matar el tiempo en la mesa de los que no juegan sin caer en la locura, es conversar con otro de los que no juegan. El Sebastián es buena compañía en esos cinco minutos mientras espera su turno para jugar. Estudia ingeniera comercial, pero es un humanista encubierto. El Sebastián al igual que los demás, tiene la paciencia para explicarme en que consisten ciertas estrategias y la ciencia del fútbol que me parece incomprensible.

Decidí dejar de ser una simple espectadora y pasé a sentarme al sillón floreado para jugar contra el Mauro. Matías en tanto, toma mi control y mueve algunas opciones que desconozco, para dejar el juego listo y que sólo tenga que hacer correr a las personitas pequeñas detrás del balón. Comienza el partido y todo lo que yo quisiera hacer con aquellas personitas virtuales no resulta. Intento correr más rápido, quitarle el balón al equipo contrario y comenzar a correr muy lejos, hacer paces con estilo y meter goles… y luego de presionar algunos botones prácticamente al azar y cuidar de no escuchar las instrucciones que me dan mis amigos, por alguna extraña e incomprensible razón, meto un golazo. Y todos me lo celebran. Ganar es como una droga dura, una vez que la pruebas, quieres seguir probándola siempre. Y al cabo de veinte segundos siento la extraña urgencia de meter otro golazo y que mis amigos lo vuelvan a celebrar. El gol no viene, pero las ganas insisten. Finaliza el primer tiempo del partido y me tomo un largo sorbo de cerveza. Sé que el Mauro esta pensando que no puede dejarse vencer por una mujer que tiene cero conocimiento del juego, eso dejaría su masculinidad en alguna parte del suelo y la humillación por tanto, sería doble. Pero mi golazo fue una cuestión de suerte, comienza el segundo tiempo y eso queda demostrado cuando Mauro mete un gol, otro gol y remata con un golazo desde una posición complicada. Y yo me siento derrotada. Me levanto del sillón floreado y me voy a la mesa de los que no juegan, esa mesa en la que siempre estoy, mirando y tal vez, muy en el fondo, envidiando esa capacidad que tienen los hombres de abstraerse de la realidad por sólo cinco minutos, donde desatan sus pasiones y dejan entrever sus esencias. Esa mesa, por el momento, parece ser menos amenazante que las ganas irrefrenables de continuar jugando durante horas. Yo los seguiré mirando, pero hay algo que sí aprendí; si presiono el cuadrado suavemente, puedo meter un golazo y creerme futbolista por algunos segundos, y es esa sensación, la misma de tener conocimiento de los buenos amigos con los que se cuenta, no todos tienen la suerte de tenerla.

Muere, muere, muere

Lo observé llegar en silencio. Prendió el computador mientras lentamente esbozaba una sonrisa. Deleitándose con su intrusión al mundo virtual, levantó la mirada sólo para comentarme que tenía hambre porque había pasado gran parte ocupado en sus inútiles actividades. No prestó atención cuando le comenté que se me había ocurrido una idea perfecta para pasar el resto de nuestra tarde juntos. Se limitó a mantener la vista pegada en la pantalla y de vez en cuando, tecleaba como loco, sumergido en algún comentario en la red.

Podía haberme pasado la vida entera observando sus imperfecciones. Su rostro surcado de granos cubría sus facciones hermosas pero a la vez frías. Sus ojos cansados de tanto repasar se escondían detrás de un falso interés en todo. Él era la mentira hecha hombre. Impuntual, machista, soberbio, clasista e imprudente. No pensaba más que en sí mismo cuando daba una orden. Era una especie de autoproclamado patriarca al que todos respetaban por temor a ser blanco de palabras hirientes.

Decidí rellenar los panqueques con manjar y orfidal. Mezclé también el sedante con azúcar flor que le espolvoreé encima. Serví dos tazas de té verde, uno con dos cucharadas de azúcar y el otro sin nada. Lo puse todo sobre una bandeja y salí de la cocina. Comencé a caminar hacia su encuentro y deje de observarlo una vez que se llevó la comida a la boca. Le comenté sobre las inestables estaciones del tiempo y cómo éstas afectaban mi estado de ánimo. Durante un momento me prestó atención, al segundo siguiente, cayó sobre la cama dormido. Grité su nombre para comprobar que estaba inconsciente. No me respondió y sonreí. Lentamente corté sus venas en diagonal. Luego prendí la televisión y busqué mi serie favorita mientras su sangre se desparramaba sobre la alfombra y el plato con panqueques a medio consumir. Esperar el último halito de su miserable vida podía ser muy divertido.

Seguía revolviendo su taza de té con dos cucharadas de azúcar cuando desperté del trance. Imaginé su muerte tan detalladamente, que pude sentir el aroma de la sangre brotando de sus muñecas azules. Percibí también sus temblores corporales, sus retinas bajo los parpados intentando en vano sobrevivir y de fondo, la risa grabada de los personajes de mi serie favorita. Puse todo sobre la bandeja y fui a su encuentro. Estaba intacto, frente a la pantalla del computador aún, conteniendo sospechosas risas. Se llevó los panqueques a la boca sin pronunciar palabra alguna. Cuando terminó, puso el plato sobre la cama y continuó observando el computador y escribiendo rápidamente. ¿Cómo podía hacerme esto? Yo que rellené sus malditos panqueques y dejaba que hiciera uso de mis aparatos electrónicos, no recibía un mínimo agradecimiento de su parte. Eso no podía quedarse así. Un zumbido de abejas asesinas comenzó a invadir mis oídos, la furia brotaba en mí como un virus que mutaba violentamente y la presión disparada hacia las nubes me nublaba la vista. Nada nunca estuvo más claro, tenía que matarlo.

Y no fue difícil. Cuando la rabia del alma embarga el cuerpo, la fuerza se desata a niveles insospechados. Le lancé la taza de té hirviendo sobre los ojos abiertos y entre gritos, el líquido se desparramó sobre el computador, lanzando una descarga energética que lanzó pequeñas chispas y lo sacudió por un momento. Se apagaron las luces debido al cortocircuito y él, enceguecido de dolor y con los dedos cubriendo torpemente sus ojos quemados, soltaba garabatos intentando ponerse de pie. Le hice una zancadilla y una vez que estuvo en el suelo, dejé caer la televisión de treinta y seis pulgadas sobre su cabeza. El sonido que produjo al estrellarse contra su craneo fue una dulce melodía. La televisión giró dos veces hasta posarse, intacta, sobre la alfombra, al lado de su cuerpo estático de ojos inyectados muy abiertos.

Cerré los ojos. No podía ser posible. Volví a abrirlos y ahí estaba él. Masticaba los panqueques con total normalidad. Mi imaginación esta vez había llegado demasiado lejos. Terminamos de tomar el té y le pedí que me acompañara a dar una vuelta en auto. Entre sus constantes reclamos y palabras cargadas de ironías, lo convencí. Yo manejé porque él aún no tenía su licencia de conducir. Nos dirigimos hacia la salida norte de Antofagasta y llegamos hasta la portada. Nos bajamos a mirar el atardecer en la Perla, me sostuvo la mano durante un breve instante y luego comentó que tenía frío, que nos fuéramos. Yo le pedí un abrazo y que cerrara los ojos. Con una piedra que recogí disimuladamente al bajar del vehículo, golpeé su nuca con toda la fuerza que me fue posible y él, contrariado, adolorido y algo mareado, comenzó a balbucear e intentar no perder el conocimiento debido al gran impacto. Resultó incluso divertido verlo intentar escapar de mis empujones hacia el precipicio. Era como si estuviera aprendiendo a caminar o fuese un borracho incapaz de mantenerse en pie. Me reí en su cara a carcajadas. Intentó abrazarme y yo, con un mínimo esfuerzo final, lo lancé hacia las rocas, a más de treinta metros de altura, con la satisfacción de saber que ésta vez, no era mi imaginación, pues cerré los ojos y al abrirlos, su cuerpo diminuto se hallaba al fondo, cubierto de manchas rojas y arena. Fue gracioso intentar darle con la piedra que aún sostenía en mis manos, en su cabeza. Pero fue más gracioso aún notar que el tiro fue exitoso.

Prendí el motor y puse su canción favorita. La canté seis veces hasta llegar a casa y servirme otra taza de humeante té verde.

Cuando la noche calla

Ese extraño que me besa no eres tú, no puedo creer que seas tú. Me quema, se esconde en mis dedos, ridículamente soñadores con sus pensamientos surreales que rayan en la locura. Sus labios tienen sabores nuevos y al mismo tiempo puedo reconocerlos de mi cotidianeidad. Eres tú pero no eres tú. Y te callas procurando construir el momento exacto. Yo te sonrío un poco con frenesí, un poco con miedo. Me invitas un rato a volar, como todos los días, me subo a tu nube feliz y no quiero bajarme, no quiero bajarme… no, porque el paisaje desde lo alto es tan hermoso como tus ojos de mar. No quiero bajarme, la realidad me aplasta y sobrevivo de tus manos eufóricas, de pociones hilarantes, de cuartos menguantes, de sonrisas cómplices bajo el umbral salpicado de estrellas cuando la noche calla y todos se han ido.

No me dejes todavía. El amor me ha golpeado y la anestesia de tu boca calma mis augurios negros. Y cuando todo lo que el astro cuestione, vendrás con tu negación y yo seré feliz viéndote partir. Será el momento perfecto, cuando el amor vuelva a golpearme, sabré con exactitud dónde te escondí para rescatarte entre montañas de memorias de días felices y noches secretas.

viernes, 22 de octubre de 2010

Oposición

El mundo no quiere seguir así, girando

El universo en silencio va conspirando

Yo no quiero seguir así, rotando

Sueño que vienes en sueños…

Y el cielo se abre escarlata

Murmura amores rotos

Me lo arrebata todo

Se ha muerto

Te mueres

Muero.

Muero.

Te mueres,

Se ha muerto

Me lo arrebata todo

Murmura amores rotos

Y el cielo se abre escarlata

Sueño que vienes en sueños…

Yo no quiero seguir así, rotando

El universo en silencio va conspirando

Y yo, muerta como estoy, te he olvidado.

Las cinco

Alguien está martillando una pared y son las cinco de la mañana. Acabo de abrir los ojos e intento saber si se trata de un sueño o una molestia real. Es real. Murmuré algunos insultos que mi madre se espantaría de oír y puse la almohada sobre mi cabeza. Me he dado mil vueltas intentando retomar el sueño inexistente, más que nada, deseo volver a estar inconsciente, poner mi cerebro en suspensión y ahorrarme las horas de pensamientos de madrugada. Y es extraño, son aquellas horas en las que uno regresa del carrete, en que ocurren las ideas más fantásticas que son capaces de resolver grandes problemas de la vida, o por el contrario, si hay alcohol involucrado, las ideas no son tan buenas y generalmente uno termina llorando y preguntándose si envejecerá solo y roído por los perros. Pero ese ya no es mi caso, con alcohol, sin alcohol, estupefacientes, alteradores de la realidad, ya no pienso en nada más que cosas buenas. Es más, no lloro desde muchas madrugadas y la última vez que lo hice fue porque me quemé un dedo por tratar de comer a las cinco de la mañana y tostar pan en estado de sonámbula distraída.

Y es que ahora me parecen irreales las horas previas al amanecer. Un pobre idiota da de martillazos en la pared y yo me quedo sentada mirando las luces naranja que cubren la ciudad, como un mar de luciérnagas urbanas. He tratado de que mis neuronas hagan sinapsis y comprendo que probablemente nadie esté martillando. Se me ocurrieron varias ideas que explicarían el sonido constante de golpe seco. Alguien sin duda alguna, se estaba pegando cabezazos en la pared o alguien jugaba a lanzar una pelota, o era un fantasma aburrido y desubicado que andaba penando a las cinco de la mañana.

Decidí dejar de pensar y escribir esto. Y… es fantástico, el sonido ha dejado de atormentarme. Y son las cinco y quince minutos. El fantasma se aburrió, el tipo quedó inconsciente de tanto cabezazo y yo abrazo a Morfeo nuevamente, que me invita a dormir luego de que encendiera mi ampolleta por la madrugada. La hora más feliz de todas para escribir una idea sin sentido.

Cadáver de azúcar

Tengo un cadáver encima. Dulce y asqueroso. Ya esta muerto, no sé que hacer con él. He pensado en enterrarlo en medio del desierto y visitarlo años más tarde, para comprobar cómo se pudre en la soledad eterna de la pampa del norte. Besé su cuerpo inerte tantas veces que ahora me da asco. Está tan muerto que me parece increíble. Pensé que sería para siempre, soñé que sería por siempre y helo aquí, con los labios morados de sangre coagulada, de besos truncados, de sueños marchitos.

Está tan muerto y me da risa, tanta, tanta, tanta risa, que no me duele absolutamente nada que su corazón haya dejado de palpitar. Pensé que lloraría su muerte durante años, pensé que envejecería recordando sus facciones hermosas y frías. Ahora me río sobre su putrefacción, ahora me río, me río tanto, tanto... cómo me río de su amor muerto que he derramado alcohol sobre sus parpados congelados, he prendido infinitos cigarros sobre su cadáver, le he lanzado bocanadas del humo que tanto él odiaba, y he bailado y besado infinitos labios ajenos ante su inerte mirada.

Tengo un cadáver encima. Ya no quiero enterrarlo. Lo envolveré en un par de bolsas negras y lo lanzaré en alguna fosa. No vale la pena gastar absolutamente nada en darle sagrada sepultura. Me río en su rostro muerto. Me río tanto, tanto, tanto, que ahora mientras él lee mis palabras desde el más allá, sabe perfectamente que cada vocal y consonante son suyas y comprende, por fin, cuan muerto y enterrado se encuentra en la tumba que él mismo cavó antes de que el sol se apagara en sus sentidos equívocos, en mis risas eternas. Me verá desde arriba por siempre y yo, no dejaré de sonreír jamás.