viernes, 22 de octubre de 2010

Cadáver de azúcar

Tengo un cadáver encima. Dulce y asqueroso. Ya esta muerto, no sé que hacer con él. He pensado en enterrarlo en medio del desierto y visitarlo años más tarde, para comprobar cómo se pudre en la soledad eterna de la pampa del norte. Besé su cuerpo inerte tantas veces que ahora me da asco. Está tan muerto que me parece increíble. Pensé que sería para siempre, soñé que sería por siempre y helo aquí, con los labios morados de sangre coagulada, de besos truncados, de sueños marchitos.

Está tan muerto y me da risa, tanta, tanta, tanta risa, que no me duele absolutamente nada que su corazón haya dejado de palpitar. Pensé que lloraría su muerte durante años, pensé que envejecería recordando sus facciones hermosas y frías. Ahora me río sobre su putrefacción, ahora me río, me río tanto, tanto... cómo me río de su amor muerto que he derramado alcohol sobre sus parpados congelados, he prendido infinitos cigarros sobre su cadáver, le he lanzado bocanadas del humo que tanto él odiaba, y he bailado y besado infinitos labios ajenos ante su inerte mirada.

Tengo un cadáver encima. Ya no quiero enterrarlo. Lo envolveré en un par de bolsas negras y lo lanzaré en alguna fosa. No vale la pena gastar absolutamente nada en darle sagrada sepultura. Me río en su rostro muerto. Me río tanto, tanto, tanto, que ahora mientras él lee mis palabras desde el más allá, sabe perfectamente que cada vocal y consonante son suyas y comprende, por fin, cuan muerto y enterrado se encuentra en la tumba que él mismo cavó antes de que el sol se apagara en sus sentidos equívocos, en mis risas eternas. Me verá desde arriba por siempre y yo, no dejaré de sonreír jamás.

No hay comentarios: