domingo, 24 de octubre de 2010

Los hombres y el PES

Pueden estar fácilmente más de siete horas frente a la pantalla de la televisión. Al aparato le conectan un play station y le insertan un disco que simula un juego de fútbol que los hace vibrar. Se emocionan y liberan sensaciones similares a la ejecutar un gol, la única diferencia es que no mueven sus traseros del asiento. No importa si son dos u ocho jugadores, la pasión de multitudes se consigue con sólo presionar algunos botones. Hombres eructan, que se presionan las tetillas entre sí, hombres grandes, rudos y toscos. Y yo, me hice pasar por uno de ellos y me senté a vivir lo que pasa por sus cabezas cuando el PES se toma sus neuronas.

Por: María Luisa Córdova

Cuatro de la tarde y el sol pega fuerte en Antofagasta. Javier vive solo y su departamento es el centro de operaciones para maquinar carretes o simplemente vegetar durante tardes enteras. Somos todos estudiantes de periodismo, por lo tanto, disponemos de bastante tiempo libre que se justifica con el desarrollo intelectual que enseña la universidad de la vida, o al menos nos convencemos de ello.

Mis amigos en esta ciudad son en su mayoría hombres. Paso gran parte del día con ellos, manejan mi auto y le ponen bencina cuando mi bolsillo esta flojo, andan sin polera por la casa, asaltan la despensa y se preocupan de que yo coma, compran un pack de doce latas de cerveza y se sientan frente al televisor para jugar PES en el playstation.

PES es la sigla de Pro Evolution Soccer y es un juego de plataforma virtual donde el jugador simula un partido de fútbol. Maneja una serie de estrategias en donde el usuario intenta controlar el balón y el que mete más goles es el ganador, y en consecuencia, el perdedor es humillado.

Javier y Ratón se sientan en el sillón floreado frente a la televisión de muchas pulgadas. Enfocan la mirada y de pronto, dejan de pestañear. Seleccionan el país con el cuál jugarán, Javier es España y Ratón es Holanda. Hacen algunas modificaciones en cuanto a jugadores, la pantalla se llena de infinitas opciones descritas en íconos de colores y palabras técnicas que parecen ser parte de un misterioso idioma masculino indescifrable. Toman el último sorbo de cerveza, el juego esta cargando… y comienza el partido.

Y ellos de pronto abren la boca. El partido trascurrirá en sólo cinco minutos y durante esta fracción de tiempo, ambos intentan acercarse al arco rival para ejecutar no sólo un gol, sino un golazo. Existe una diferencia radical entre un gol y un golazo; un gol es la acción de introducir el balón en el arco rival de manera simple y sin mayor estrategia, un golazo es exactamente lo mismo pero al parecer la pelota es lanzada desde una mayor distancia o va con algún efecto. Y un golazo es digno de celebrar. Ratón mete el primer tanto y se enfervoriza, salta del sillón floreado y se tira al suelo gritando “GOLAZO” y una serie de improperios verbales y gestuales que humillan a su oponente. Javier se queda mirándolo un segundo y se limita a sonreír mientras Ratón le dice“¿Quién es el papá ahora, perrito?”

Javier mete un gol y quedan empatados. Ambos se concentran aún más ahora que han quedado igualados, y durante los últimos segundos que dura el encuentro, fruncen los ceños, presionan los botones del control con desesperación, sueltan algunas palabras como “puta la hueá”, “aaaaaahhhhh casi!” y una vez que termina el partido se levantan del sillón y lejos de comentar el partido, vuelven a tomar sus cervezas y se sientan a conversar conmigo, mientras yo simulo cara de enojada para que comprendan cuan aburrido es no pertenecer al extraño mundo del fútbol virtual.

Creo que son muy pocas, prácticamente nulas, las mujeres asiduas a esa clase de videojuego. Creo que pasa por un asunto de logística genérica, las mujeres a lo largo del tiempo no hemos sabido comprender ni sentir la emoción de ver a veintidós hombres correr detrás de una pelota en una cancha de pasto. Por lo menos a mí, no me genera ninguna sensación en lo absoluto, si quisiera enfrascarme en un video sería en algo como “Súper Mario” o “Tetris”. En lo personal, creo que prefiero vencerme a mi misma superando varios niveles, a intentar superar a un rival que, por cuestiones de suerte, presionará o dejará de presionar ciertos botones que lo llevarán a la victoria o a la derrota. Soy conciente de que existe una estrategia detrás del juego, pero ni con eso siento ganas de jugarlo.

Lo que me desagrada del PES es la capacidad que tiene para retraer a mis amigos. Se quedan pegados, con la boca y los ojos muy abiertos y ocasionalmente se presionan la tetilla para debilitar al oponente (eso es muy gracioso) pero sin embargo, suelo sentirme sola cuando ellos juegan. Son cinco minutos muy relativos, para algunos muy cortos, pero para mí siempre son largos.

La única manera de matar el tiempo en la mesa de los que no juegan sin caer en la locura, es conversar con otro de los que no juegan. El Sebastián es buena compañía en esos cinco minutos mientras espera su turno para jugar. Estudia ingeniera comercial, pero es un humanista encubierto. El Sebastián al igual que los demás, tiene la paciencia para explicarme en que consisten ciertas estrategias y la ciencia del fútbol que me parece incomprensible.

Decidí dejar de ser una simple espectadora y pasé a sentarme al sillón floreado para jugar contra el Mauro. Matías en tanto, toma mi control y mueve algunas opciones que desconozco, para dejar el juego listo y que sólo tenga que hacer correr a las personitas pequeñas detrás del balón. Comienza el partido y todo lo que yo quisiera hacer con aquellas personitas virtuales no resulta. Intento correr más rápido, quitarle el balón al equipo contrario y comenzar a correr muy lejos, hacer paces con estilo y meter goles… y luego de presionar algunos botones prácticamente al azar y cuidar de no escuchar las instrucciones que me dan mis amigos, por alguna extraña e incomprensible razón, meto un golazo. Y todos me lo celebran. Ganar es como una droga dura, una vez que la pruebas, quieres seguir probándola siempre. Y al cabo de veinte segundos siento la extraña urgencia de meter otro golazo y que mis amigos lo vuelvan a celebrar. El gol no viene, pero las ganas insisten. Finaliza el primer tiempo del partido y me tomo un largo sorbo de cerveza. Sé que el Mauro esta pensando que no puede dejarse vencer por una mujer que tiene cero conocimiento del juego, eso dejaría su masculinidad en alguna parte del suelo y la humillación por tanto, sería doble. Pero mi golazo fue una cuestión de suerte, comienza el segundo tiempo y eso queda demostrado cuando Mauro mete un gol, otro gol y remata con un golazo desde una posición complicada. Y yo me siento derrotada. Me levanto del sillón floreado y me voy a la mesa de los que no juegan, esa mesa en la que siempre estoy, mirando y tal vez, muy en el fondo, envidiando esa capacidad que tienen los hombres de abstraerse de la realidad por sólo cinco minutos, donde desatan sus pasiones y dejan entrever sus esencias. Esa mesa, por el momento, parece ser menos amenazante que las ganas irrefrenables de continuar jugando durante horas. Yo los seguiré mirando, pero hay algo que sí aprendí; si presiono el cuadrado suavemente, puedo meter un golazo y creerme futbolista por algunos segundos, y es esa sensación, la misma de tener conocimiento de los buenos amigos con los que se cuenta, no todos tienen la suerte de tenerla.

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