lunes, 25 de octubre de 2010

Destello de mar tornasol

La noche no era noche. Tampoco era día. El tiempo y las luces se habían reducido a un minúsculo espacio indeterminado que cabía perfectamente en mis manos, junto con todas aquellas cosas que recogí del suelo y que no sabía para qué servían.

Todo lo que pude sostener entre mis dedos largos como el cielo, eran pedazos de esas cosas que alguna vez había visto pero que no reconocía. Era como si en otra vida las hubiera soñado y de pronto no recordase nada y fuesen nuevas y maravillosas. Comencé a reírme de una forma que nunca creí que reiría. Podía sentir la presión que ejercían mis músculos al soltar carcajadas y sentía pequeños espasmos recorriendo mis células. Sentía vida en cada uno de mis componentes químicos.

Los colores se saturaron y los fondos de las cosas se volvieron intensos. Sentí una mano tomar mi propia mano. Pero mi mano ya no era mía y la mano del desconocido que me la tomaba, era la mía. Me besó y respondí el beso entre destellos de mar tornasol.

Cerré los ojos mientras sentía el sabor de sus labios de limón y textura de miel, vi serpientes fluorescentes desvanecerse en una nebulosa de calipsos y amarillos, miles de estrellas y constelaciones se abrieron ante mí. Acarició mi frente, sentí sus pestañas rozar mi parpados, murmuró cosas sin sentido en mi oído que me parecieron notas musicales inventadas por sus átomos. Nos reímos durante segundos que nos parecieron años. Su pelo era azul y el mío rojo. Habían cientos de mariposas fluorescentes flotando sobre el universo entero y la vida no podía ser más hermosa en esa fracción de mundo que vivía al lado de alguien cuya piel de diamantes encandilaba junto a la mía.

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