viernes, 30 de abril de 2010

Metrópolis

Apagué la televisión. Decidí de pronto, salir a buscar una razón para hacer de esta noche una táctica y estrategia de las que hasta Benedetti envidiaría. Solo caminar, solo para dejarme sorprender por las luces de la ciudad que no duerme, con sus calles que me saben a vodka y tabaco, con sus sombras esperándome en las esquinas, con las sorpresas y secretos de sus rincones llenos de extraños que al igual que yo, buscan sus razones entre la multitud de desconocidos que bailan la misma melodía, en distintos idiomas corporales. Justamente allí me detengo, en un local pequeño con música en vivo y olor a hierba. Camino entre ellos intentando no mover el eje del lugar con mi torpeza y me siento en la última mesa desocupada. La pequeña, burdeo y brillante con una vela flotante en su centro. Observo la pequeña llama desafiante, invitándome a prender un cigarro. Lo enciendo, sin muchas ganas, deseando verdaderamente poder captar un momento de repentina lucidez para convencerme de que la vida sorprende, cuando de pronto me golpeaste sin querer. Eras tú, pero no eras tú. Conociéndome sin conocerme, te sentaste en mi mesa y me observaste durante un momento. Yo te devolví la mirada y hablamos.

La metrópolis nos hablaba con sinceridad. No era tu ciudad ni la mía. No tenía dueña y ambos éramos desconocidos en una tierra de nadie. Caminamos durante toda la noche entre sus avenidas, dejándonos sorprender por sus distintas tendencias arquitectónicas, las áreas verdes surcadas de inmensas flores tornasol, sus vehículos con pasajeros ebrios y canciones de amor mal pronunciadas en un karaoke al final de la calle.

La metrópolis no era de nadie, la noche era nuestra. Hicimos nuestra cada palabra, cada detalle, de cada cosa, de cada rincón. Nos despedimos cuando salió el sol, luego de caminar durante cuatro horas, sin saber a dónde íbamos ni porque coincidimos en la noche inmensa de la ciudad más grande, sin saber que éramos amantes desconocidos de una vida pasada que una noche de verano volvieron a encontrarse, demasiado tarde o tal vez temprano, para continuar la caminata durante el resto de nuestras vidas.

Flotas

Detente. No esta en mi vocabulario mental seguir desparramando tu nombre por mí. Amándote más que a mí. Espera. No era lo que yo había imaginado desde mi niñez, desde que los sentimientos románticos comenzaron a gestarse en mi interior, volverme loca de amor y remate por alguien que se lanza en paracaídas cada noche, cargándome en sus brazos que prometen ser seguros pero que flaquean durante la caída. Detente. Ya no sé si quiero seguir cayendo a tu lado, no está en mis prioridades poner mi corazón al fuego viendo tus gestos esperando que me queme. Puede que pronto no crea, puede que una parte de mi este completamente convencida, puede que otra parte no quiera ni siquiera pensarlo demasiado, pero aún así no es justo. No debería ser así. No era lo que yo creía que sería. No sé si quiero seguir resolviendo mientras tu juegas a flotar entre las nubes de mis suspiros y locas revelaciones.

lunes, 26 de abril de 2010

Ego

Me gustan las aceitunas amargas, le tengo miedo a la mostaza, podría tomar un litro de Pepsi sin remordimientos, me muerdo las uñas y me gustan las ballenas. No puedo dormir sin calcetines en invierno, siento delirios de bajeza en lugares masivos, me amurro con facilidad y suelo soñar que tengo súper poderes. A veces lloro sin motivos, cuento las rayas de las veredas, odio la cebolla y me gusta ponerle tiempo a la tele antes de dormir para creer que no estoy sola. Me agrada el sol, me agrada mi perfume Chanel, me disgusta la lluvia, me deprime el canal de noticias, me gusta leer las revistas desde el final hacia delante, me gusta jugar a ser periodista, en mi cartera tengo mil cosas innecesarias y jamás me he quebrado un hueso. Me gusta ser copiloto, me agrada Morrissey, siempre quise tener una Barbie que tiraba burbujas, me gusta estar en el suelo y llenarme las manos de pintura intentando descifrar el sentido del arte desastre, no pido seriamente perdón, no tomo precauciones, no sé mirar por los espejos del auto, no me gustan las charlas, no tomo atención en clases por estar mirando el cielo por la ventana y a veces quisiera escapar sin avisarle a nadie.

No confío en mí, no confío en las proyecciones. Me nutro de sueños remotos, de confusiones, de paradojas, de ideales perdidos, de metáforas rebuscadas, de silencios de medianoche, de besos que se esfuman, de sensaciones que olvido con facilidad, de canciones cuyas melodías me recuerdan aromas y personas que se quedaron atrás.

Me gusta estar sola, me aterra estar sola. Me gustan los días nublados, odio cuando esta despejado. La contradicción es mi esencia. No evoluciono. Solo me dedico a redactar, hasta altas horas de la madrugada, pasajes de mi memoria a corto plazo que confío en que por la mañana serán olvidadas.

domingo, 25 de abril de 2010

Calles de sueños

Todas las calles que he visto en sueños se acercan a mí. Tienen vida. Son celestes, son grises, son violetas. Tienen jardines saturados de frondosos árboles. Están cargados de flores de todos los colores cálidos existentes, en la amplia gama de matices de primavera de mis sueños quebrados.

La brisa los sacude a momentos. Yo no puedo dejar de observar sus recovecos, sus aceras incrustadas de huellas peatonales dispersas, su aroma a césped recién cortado, la sensación de seguridad sumergida entre las luces doradas del astro, que me iluminan durante horas, mientras pienso, mientras agradezco, mientras escribo estas palabras ahogadas de lágrimas naturales.

viernes, 23 de abril de 2010

Ellos

Tengo una relación extraña con ellos. Quisiera tenerlos a todos en mis manos, mirándome con adoración, dispuestos a hacer lo imposible por resolver mis dudas y mantenerme entretenida. Me gusta ver cómo lo intentan. La mayoría de las veces lo consiguen, y cuando alguno de ellos fracasa, no soy compasiva. Deben morir en el olvido o simplemente desaparecer de mi vida.

Creo que me he enamorado varias veces de sus fisionomías, me parecen tan dulces al tacto, tan perfectos y simétricos, equilibrados, hasta sus aromas desprenden sabiduría. No podría estar con alguno que se jacte de contarme tonteras sin un atisbo de inteligencia y una perfecta sincronía entre sus contextos y figuras literarias.

He llorado más de alguna vez cuando han venido a mí. A través de los años me han sorprendido de fantásticas maneras, han aparecido bajo mi almohada luego de esperarme todo un día de arduo trabajo, han viajado desde lugares imposibles y remotos hasta mi cama, he pasado noches enteras rebuscando en su interior aquellos significados que creí perdidos, besándolos y durmiendo sobre sus cubiertas.

Libros. Miles de millones de libros escritos en cientos de idiomas, repartidos por todo el mundo, en lenguas romances, en papeles desvanecidos, escritos bajo prohibición, copiados hasta la muerte, plagiados hasta el cansancio. Libros que tienen doscientos años, libros que aún no se imprimen, libros que jamás verán la luz. Infinitas posibilidades de creación. Feliz día mundial del libro.

Errar es humanamente mágico

En el frío caos que resultan ser mis sospechas (que suelen errar continuamente) me pregunto que tal será asumirlo. ¿Será maravillosamente cierto o será catastróficamente inaceptable? Puede que lo sienta, a momentos, cuando más pierdo la razón, a eso de las doce de la noche y cerca de la una de la madrugada. En la penumbra de mi cama, rodeada de animales mágicos hechos de género y esponja, siento que observan mis cuestionamientos sin poner reparo en ningún punto que atente contra mi falta de responsabilidad e incluso abrazan el hecho de creer que puede ser hermoso. Quiero creerles, o por último nutrirme de las fuerzas inmóviles que generan cuando un haz de luna toca sus ojos brillantes, absolutamente quietos, absolutamente de plástico.

Creo que mis sospechas nuevamente serán equívocas. Por un lado es bueno, por otro lado es un cataclismo mundial. Por un lado quiero tener razón, por otro lado me alivia saber que nunca la tengo y eso, de todas maneras, logra un equilibrio entre el universo y mis pensamientos.

Re-volver

Nuestros besos, míos y tuyos, han caído a la licuadora del destino y no pueden escapar. Se revuelven, crean sonidos nuevos y descargas eléctricas derivadas de fallas de sistemas previos a dolores ajenos, antiquísimos, que nos matan a ratos y nos revuelven a veces. Alguien presiona los botones y nuestros besos, míos y tuyos, se vuelven locos y todo queda reducido a la nada. Se evaporan. En nueve instantes. O tal vez en diez. Ya no sé a ciencia cierta en qué momento comenzó ni mucho menos cuando terminará. Tengo los dedos un poco congelados de tanto intentar detener la presión inminente del botón. Tengo una gran confusión; pues ya no sé si quiero dejar de dar vueltas a tu lado.

martes, 20 de abril de 2010

Vivir en la luna - Mi teoría del caos mental

Vivir es un problema.

Vivir es un problema serio, en serio.

No les pedí a mis padres venir al mundo bajo ninguna circunstancia. Pero ya que estoy acá y me veo inserta en una generación atrapada en un sistema que se rige por un sistema de premios y castigos, no veo porqué no puedo hacer de mi paso por este problema, unos años divertidos para errar y distraerme bajo el alero de la sensibilidad a flor de piel. En el peor de los casos, puedo excusarme de que soy humana y equivocarme es lo primero que hice desde el momento en que llegué al mundo.

Para tales efectos y como parte de una terapia natural, he decidido vivir en la luna durante gran parte de mis días, durante toda mi vida. No sé si es porque la gravedad allá no me limita los temas en lo absoluto o simplemente porque es un lugar más despejado y las situaciones no me empujan a caer en vicios como el consumismo y la estupidez.

Vivir en la luna parte de la premisa de estar físicamente enchufado a la superficie terrestre mundial, pero con la mente divagando por rincones absurdos, etéreos, simplemente desvanecidos, intentado de alguna forma canalizar el oxígeno y arreglar el mundo al mismo tiempo, siempre con la esperanza de abandonar el satélite y regresar a tierra. Sin embargo, el estado lunar trae consigo una serie de consecuencias que se traducen en la lentitud en cuanto a reflejos y respuestas, y una clara tendencia a olvidarlo todo, lo que dificulta las relaciones sociales con todos aquellos que viven pegados a la realidad y/o no tienen la capacidad de soñar.

Vivir en la luna no sólo sirve para perderse de razones lógicas y hacer lo que se debe hacer sin la presión de que el esfuerzo invertido no valdrá la pena una vez que seamos cenizas, de hecho, hace que el problema sea más fácil de cargar precisamente por la razón anteriormente señalada; seremos cenizas, a nadie le importara nada lo que hagamos hoy o mañana. Por eso recomiendo vivir en la luna. Despegar es difícil, el viaje es un poco solitario, pero la vista final es hermosa.

Pedazo de locura temporal

La intuición no me falla. Estoy completamente segura de que las condiciones actuales se deben a mi precedente de buenas acciones que reservo con absoluta dedicación debido a sus suculentas ganancias. Me dejo estar y me dejo ser. Simplemente he de mirar el universo de la manera más simple y he dejado de odiar lo que profundamente he odiado toda mi vida. Por fin, siento que logro conciliar sesgos que creí irreconciliables, sospechas que creí verdaderas, sentimientos de culpa angustiantes, trastornos del ánimo derivados de interpretaciones erróneas y la gula o la anulación propiamente tal de ésta. No sé si a esto se le llama crecer o simplemente estoy perdiendo la razón. Aunque en efecto, ambas opciones son prácticamente las mismas.

lunes, 19 de abril de 2010

Para siempre vete

Creo que no quiero seguir compartiendo el mismo cuerpo contigo, ánimo resentido y eterno, con tus constantes cambios injustificados y tus palabras poco planeadas que me traen problemas. Me parece que ya es hora de despedirnos. Creo que sin darme cuenta he crecido todos estos años, cargándote en mi espalda como un saco de verduras inútiles y pesadas. Creo que ya es hora de que hagas tu propia vida, ánimo maldito e irritable, no es bueno que sigas aferrado a mis angustias y temblores esporádicos. Por eso ándate de mi vida y no vuelvas, ya no te necesito. Me he enamorado de ideales constructivos en pos de mi bienestar. La verdad es que ya no puedo seguir sosteniéndote. Alimentarte me consume y si he de consumirme, prefiero evaporarme de risas y sueños de amores, que la angustia latente de tus heridas mortales. Adiós, ánimo, adiós.

viernes, 16 de abril de 2010

La quinta

La quinta me estremece. Puedo recordar perfectamente sus calles grises y amenazadoras. Las recuerdo a todas horas del día, cuando la madrugada invadía sus veredas sucias hasta que la noche aterrizaba sin compasión sobre la ciudad. Sus olores y sabores me envuelven nuevamente como una ráfaga de sensaciones antiguas e inmutables. Sus pasteles violetas en la esquina, los tulipanes frescos esperando en la avenida, la soledad abrumadora dibujada en mi rostro de peatona solitaria. Podría tratarse perfectamente de una tarde marzo como de una noche de octubre, todas las horas se componen de iguales sensaciones.

La lluvia golpeaba en mi ventana de medianoche. En la soledad absoluta de verme desvanecida y evadida completamente, prácticamente despojada de cualquier abrigo, sosteniendo un cigarro medianamente consumido, esperando. Miré por la ventana infinitas veces. Escuché tantas veces su voz. Sus discos repetidos me acompañaron mientras el tabaco de lenta combustión formaba nubes tóxicas sobre mi cabeza. Me hablaba de profundos dolores pero yo no quería escucharlo. Creo que la quinta me estremece porque me recuerda que sus paisajes no están hechos de acuarelas, no son eternos, ni su puerto ni sus callejones escondidos en la intimidad del barrio azul, ni sus cafés pintorescos, ni los girasoles de San Martín. Prefiero el desierto, prefiero ese mar tranquilo, sin intimidaciones, sin limitaciones. Prefiero el cielo rosa en lugar de sus penas que, por muy hermosas, me causan alergia. La quinta me satura, prefiero la linda perla. De todas maneras.

Suspensión

Hoy me siento suspendida. Como si mi cuerpo fuese una computadora y la opción de suspensión se activara por todas mis células. Siento que se apagan por un momento, no sé si para ahorrar energía o sólo por la inminente explosión de todo mi sistema operativo.

A veces sospecho que mis cambios de humor se deben a una sobredosis de información y tengo una batalla interna entre desconectar de una vez mis sentidos o instalar un antivirus de almas desoladas. Ojala pudiese formatear mi cabeza. Hoy me siento suspendida pero no lo estoy, es raro, pero no puedo quitarme esa idea de la cabeza. Mañana quizás sea un poco mejor.

jueves, 15 de abril de 2010

Adios amor, adios

Te quiebras, de aquella forma espeluznante que alguna vez vi en sueños. Lo haces con disimulo, intentando cubrirte el rostro para que no pueda descubrir aquellas lágrimas imposibles de soltar. Me das la espalda y murmuras algo ininteligible antes de partir por tu camino amplio sin mirar atrás. Sin mirar ni una sola vez. Yo te observo marchar, con mi vestido azul manchado de escarchas y estrellas fugaces, impresionada por la frialdad de tu despedida. Te quiebras. Por un momento puede que lo haya imaginado, sólo para ver tu orgullo herido tal como mi corazón se rompió por traiciones de colores y formas indefinidas, sumergidas en océanos de estrofas sin terminar y promesas saturadas de sal y sangre coagulada. Te quiebras y te vas. Justo como lo planeé.

Déjenme en paz

Estoy buscando desesperadamente vivir las emociones escondidas en otras dimensiones paralelas a la vida monótona y aburrida que llevo como ser humano corriente. Puedo decir con seguridad que el tiempo me limita aterradoramente, provoca en mí ciertas sensaciones que empañan el óptimo desempeño en el área en el cual quisiera dedicarme a tiempo completo por el resto de mi vida, provocándome sueño, hambre e incomodidades derivadas de choques de horario, choques de autos, choques neuronales, entre otros, a la hora de realizar la labor que me he impuesto.

Es por ello que me parece sumamente injusto que la sociedad me obligue a pasar cinco años por la universidad. Esta bien, reconozco la importancia de las herramientas que la educación superior puede entregarme, sin embargo y sin muchos fundamentos cuerdos, considero una pérdida de tiempo tener que asistir a la gran mayoría de las clases que, por muy interesantes que sean, me limitan de sobremanera y me alejan del alma matter esencial de mi vida cuyo propósito principal se basa en la interpretación de los contextos y creación de realidades nuevas, fantásticas, mágicas y alucinantes. Me lo ha confesado el universo; yo nací para otra cosa, no para pasarme veinte horas a la semana sentada frente a la pizarra escuchando palabras ajenas a las mías que producen ecos distorsionados en mi cabeza.

Sí, amo profundamente la carrera que estudio. Pero más amo la libertad de ejercerlo sin la presión del tiempo como detonador explosivo de futuros despidos laborales, sin cargar con el peso de la cámara, los televidentes, los auditores, el mensaje propiamente tal, la ética y la ciudadanía dispuesta a desterrarme por entregar un dato equívoco. No se puede vivir con este peso tremendo. Es como una negligencia intelectual. No es sano para nadie. Precisamente por ello, no tengo más tiempo que perder. De hecho, ni siquiera dispongo de tiempo. Vivir los años que me quedan no son suficientes para pensarlo todo, mil veces, dos mil veces más, dar vueltas los mundos buscando nuevas emociones, trascribiendo todas las sensaciones de la vida a unos renglones que para algunos es basura, que para otros son las palabras que no pueden decir y le dan sentido a tantas cosas.

Sé que puede parecerles una estupidez, pero es una estupidez tan bonita. Saber a ciencia cierta qué hacer durante el tiempo de vida que nos queda parece una opción macabra y limitante. Pese a todo lo anterior, tengo la esperanza de que después de tanto ajetreo y lágrimas de impotencia, podré encerrarme a escupirlo todo con la elegancia de mi pluma solitaria. Lo más hermoso de todo, es que siempre quedaran vestigios de los mundos encerrados en mi mente. Mierda, tengo tanta suerte por ello.

Gracias.

martes, 6 de abril de 2010

Ella dice

Me gusta sentarme sobre el pasto a escuchar sus versos. Tienen una melodía increíble, un ritmo fantástico y una letra maravillosa. Me quita todos los pensamientos negativos de la cabeza y hace que me sienta desquiciada y absolutamente cuerda en la misma fracción de segundo. Enciende mis sentidos con su versatilidad escondida. La miro y no lo puedo creer. Irradia de esa magia que me condena a observarla de por vida. Ella dice que lo aprendió de mí y yo miro al espejo y la encuentro tan poco atractiva, pero tan distinta.

lunes, 5 de abril de 2010

Ya es suficiente

Ella tiene los ojos cansados. Esta herida. Camina, se desliza, se muere. Nadie se da cuenta. Se derrumba con tal facilidad que aterroriza a los animales del bosque que la siguen sin comprender porqué. Se sienta a los pies de un árbol y escribe sobre temblores, amores, discursos políticos, filosofía y fallecimientos. No es bohemia, no es noctámbula, no es artista. No es nada. Tiene las manos frías y olvida que ha olvidado. No tiene ganas de seguir, no tiene ganas de soñar, no tiene ganas de escuchar, no quiere saber de células, de lunas menguantes, de pasajes oscuros, de hojas de roneo. Tiene poesía en sus huellas dactilares, se evade componiendo versos con brillos fosforescentes. En la oscuridad los relee y le parece divertido. A ratos ríe, se emborracha, fuma y besa. A ratos se queda en silencio mirando el infinito, recorriéndolo, pensando en cómo abandonar el barco sin dañar al resto de la tripulación. Lo ha intentado. Nadie se da cuenta. Esta herida, pero es superficial dicen los médicos. Esta deprimida, pero es superficial dicen los psicólogos. Esta perdida, pero lo ha estado siempre. Pide ayuda a gritos de silencios. Nadie la escucha. Tiene un universo perfecto y no es feliz. No es feliz. Nada la hace feliz. No esta muerta porque su corazón ha dejado de latir, lo esta porque es caprichosa y lo único que tiene claro es que no tiene nada claro.

sábado, 3 de abril de 2010

Imposibles posibles

La emoción fue demasiada después de ver todos esos planetas alineados. Podría ser perfectamente feliz en este contexto tan perfecto para todos, tan aburrido para mí. Y en la oscuridad comprendo que ya no puedo más; no está el sol, ni la luna, ni constelación alguna protegiéndome de los rayos ultra violentos de esta generación, de esta sociedad macabra. En la oscuridad, por un momento, no puedo más. No puedo más porque es tan fuerte y tan continuo que creo que desfallezco en cada respiro que trago con absoluta resignación. Debería seguir buscando la explicación sabiendo que no soy la única desubicada viviendo entre desubicados, pero no quiero darme el tiempo de pensarlo demasiado a menos de que quiera un cupo en el centro de salud mental de la esquina de mi casa.
Por esa misma razón he decidido dejar de pensar en imposibles y concentrarme en posibilidades concretas que se adhieran a mis anhelos y necesidades; un transplante de cerebro y una cirugia de ideales.

Tonto

Deja de tomarte las cosas en serio, de verdad, sólo deja de tomarte todas las molestias líquidas y fumables que veas a tu alrededor. Deja de tragártelas sin pensar en las consecuencias de tus actos imbéciles cada vez que reprogramas tu mente de ideas estúpidas. No creo que intentes evadirte de tu mundo perdido con tales situaciones, pero considero que ya no es sano para nosotros ver esos ojos surcados de manchas oscuras, cuando la noche se acaba y los rayos de sol tocan tu rostro demacrado de palabras incoherentes. Me abrazas, me sigues, me hostigas, me aburres. No eres tonto porque lo haces, lo eres porque aún sabiendo que está mal lo sigues haciendo.

¿Quién lo iba a saber?

El camino oscuro y pedregoso desde la orilla de la playa hasta la entrada de la casa enorme lo recorrimos corriendo por temor a lo desconocido. Me tomaste de la mano al comienzo del camino y me arrastraste contigo en un efusivo ataque de risa y terror. Me dijiste que mi estado físico era tan lamentable como la guerra y que estaba tan bronceada que parecía una indígena con obesidad mórbida, mientras me dabas un leve empujón en la cabeza y te alejabas con una sonrisa enorme. Caminaste al interior de la casa a buscar dos vasos de leche con chocolate y un pedazo de mi torta de cumpleaños. Sabías perfectamente que no tolero la leche, menos a las tres de la mañana, cuando todos los invitados tomaban vino en relucientes copas y bailaban al ritmo de alguna melodía antigua. Volviste tan seguro de ti mismo, con dos vasos que dejaste sobre la mesa de vidrio carcomido, y te acercaste rápidamente. Pusiste tu brazo sobre mis hombros y fue un alivio porque hacia frío, luego me hablaste sobre el clima, las conjunciones solares, me dijiste que mañana sería un lindo día para recorrer el puerto a pie, te burlaste de la forma en que pongo mis labios hacia el lado cuando algo me desagrada, me prometiste un helado de frutilla al atardecer y me contaste lo agradecido que te sentías de ser mi amigo después de toda la cantidad de agua que había pasado bajo el puente de nuestra amistad quebrada. Te acercaste aún más, tanto que rozaste tu mejilla con la mía y mientras sujetabas mi rostro con tus manos suaves, me pediste perdón en un susurro y me invitaste a bailar el twist de la baldosa junto al resto de nuestros amigos. No pude evitar reprimir una carcajada enorme mientras arrastrábamos nuestros pies, me sentí tan ridícula intentando coordinar mis brazos con los tuyos, tanto que te rogué que nos detuviésemos con la excusa de que tenía sed. Me tomaste de la mano y me acompañaste al balcón a despedir a los invitados que comenzaban a irse. La noche estaba tan clara y teníamos dos lunas, una sobre nuestras cabezas y otra reflejada en el mar, alumbrando nuestras ideas de dominio mundial y distorsionados planes futuros. Volvimos al inicio de la noche; caminamos cerca de las seis de la mañana desde la casa enorme hacia la orilla del mar, mientras me hablabas de tus miedos y esperanzas yo recogía conchitas y te escuchaba en silencio, luego dejaba de escucharte y me concentraba en mis propios pensamientos. Tenía sueño, frío y ya la noche había sido lo suficientemente larga para los dos. Te lo hice saber y volvimos corriendo y asustados de la oscuridad inminente, mientras tu te encargabas de avivar mis miedos diciéndome que justo ahí, a esa misma hora, hace muchos años atrás, había muerto un joven ahorcado y que solía salir a molestar a la gente que pasaba por el lugar. Mientras yo me reía de tu absurda historia, te detuviste de pronto en medio del silencio, me observaste de una manera distinta y te acercaste lentamente. Besaste mis ojos anegados de lágrimas y repetías una y otra vez cuánto me querías. Lloraste conmigo, abrazados, ambos sabíamos de las condiciones naturales que te impedía que siguiéramos juntos, y yo las comprendía todas tan bien que no tuve razones para odiarte. Me besaste en la boca con tal suavidad que entendimos que era la última vez que la vida nos daba la oportunidad de recordarnos tan intactos y permanentes. Me llamaste amor mientras me ponías una frazada encima y besabas en mi frente, antes de apagar la luz y abandonar la pieza, cuando el sol comenzaba a aparecer en la ventana y yo cerraba mis ojos.