jueves, 15 de abril de 2010

Déjenme en paz

Estoy buscando desesperadamente vivir las emociones escondidas en otras dimensiones paralelas a la vida monótona y aburrida que llevo como ser humano corriente. Puedo decir con seguridad que el tiempo me limita aterradoramente, provoca en mí ciertas sensaciones que empañan el óptimo desempeño en el área en el cual quisiera dedicarme a tiempo completo por el resto de mi vida, provocándome sueño, hambre e incomodidades derivadas de choques de horario, choques de autos, choques neuronales, entre otros, a la hora de realizar la labor que me he impuesto.

Es por ello que me parece sumamente injusto que la sociedad me obligue a pasar cinco años por la universidad. Esta bien, reconozco la importancia de las herramientas que la educación superior puede entregarme, sin embargo y sin muchos fundamentos cuerdos, considero una pérdida de tiempo tener que asistir a la gran mayoría de las clases que, por muy interesantes que sean, me limitan de sobremanera y me alejan del alma matter esencial de mi vida cuyo propósito principal se basa en la interpretación de los contextos y creación de realidades nuevas, fantásticas, mágicas y alucinantes. Me lo ha confesado el universo; yo nací para otra cosa, no para pasarme veinte horas a la semana sentada frente a la pizarra escuchando palabras ajenas a las mías que producen ecos distorsionados en mi cabeza.

Sí, amo profundamente la carrera que estudio. Pero más amo la libertad de ejercerlo sin la presión del tiempo como detonador explosivo de futuros despidos laborales, sin cargar con el peso de la cámara, los televidentes, los auditores, el mensaje propiamente tal, la ética y la ciudadanía dispuesta a desterrarme por entregar un dato equívoco. No se puede vivir con este peso tremendo. Es como una negligencia intelectual. No es sano para nadie. Precisamente por ello, no tengo más tiempo que perder. De hecho, ni siquiera dispongo de tiempo. Vivir los años que me quedan no son suficientes para pensarlo todo, mil veces, dos mil veces más, dar vueltas los mundos buscando nuevas emociones, trascribiendo todas las sensaciones de la vida a unos renglones que para algunos es basura, que para otros son las palabras que no pueden decir y le dan sentido a tantas cosas.

Sé que puede parecerles una estupidez, pero es una estupidez tan bonita. Saber a ciencia cierta qué hacer durante el tiempo de vida que nos queda parece una opción macabra y limitante. Pese a todo lo anterior, tengo la esperanza de que después de tanto ajetreo y lágrimas de impotencia, podré encerrarme a escupirlo todo con la elegancia de mi pluma solitaria. Lo más hermoso de todo, es que siempre quedaran vestigios de los mundos encerrados en mi mente. Mierda, tengo tanta suerte por ello.

Gracias.

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