viernes, 30 de abril de 2010

Metrópolis

Apagué la televisión. Decidí de pronto, salir a buscar una razón para hacer de esta noche una táctica y estrategia de las que hasta Benedetti envidiaría. Solo caminar, solo para dejarme sorprender por las luces de la ciudad que no duerme, con sus calles que me saben a vodka y tabaco, con sus sombras esperándome en las esquinas, con las sorpresas y secretos de sus rincones llenos de extraños que al igual que yo, buscan sus razones entre la multitud de desconocidos que bailan la misma melodía, en distintos idiomas corporales. Justamente allí me detengo, en un local pequeño con música en vivo y olor a hierba. Camino entre ellos intentando no mover el eje del lugar con mi torpeza y me siento en la última mesa desocupada. La pequeña, burdeo y brillante con una vela flotante en su centro. Observo la pequeña llama desafiante, invitándome a prender un cigarro. Lo enciendo, sin muchas ganas, deseando verdaderamente poder captar un momento de repentina lucidez para convencerme de que la vida sorprende, cuando de pronto me golpeaste sin querer. Eras tú, pero no eras tú. Conociéndome sin conocerme, te sentaste en mi mesa y me observaste durante un momento. Yo te devolví la mirada y hablamos.

La metrópolis nos hablaba con sinceridad. No era tu ciudad ni la mía. No tenía dueña y ambos éramos desconocidos en una tierra de nadie. Caminamos durante toda la noche entre sus avenidas, dejándonos sorprender por sus distintas tendencias arquitectónicas, las áreas verdes surcadas de inmensas flores tornasol, sus vehículos con pasajeros ebrios y canciones de amor mal pronunciadas en un karaoke al final de la calle.

La metrópolis no era de nadie, la noche era nuestra. Hicimos nuestra cada palabra, cada detalle, de cada cosa, de cada rincón. Nos despedimos cuando salió el sol, luego de caminar durante cuatro horas, sin saber a dónde íbamos ni porque coincidimos en la noche inmensa de la ciudad más grande, sin saber que éramos amantes desconocidos de una vida pasada que una noche de verano volvieron a encontrarse, demasiado tarde o tal vez temprano, para continuar la caminata durante el resto de nuestras vidas.

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