martes, 28 de julio de 2009

Realidades paralelas

Hoy me reuní con él y resultó ser la inspiración perfecta para noches nubladas como las que hoy me acompañan. Prendimos un cigarro al mismo tiempo y nos miramos a los ojos durante un momento. Tomé un sorbo de Coca Cola y evité su mirada quisquillosa, para posar mi vista en el crucifijo fluorescente que gobierna su pieza.
- ¿Todavía crees en Dios, amor? – me preguntó con despreocupación, haciendo aquel ademán de acercarse sin moverse de lugar.
- A veces, cuando me conviene – le respondí, con una sonrisa forzada y selecta de mi colección de sonrisas falsas para momentos inoportunos. Abrí mi cartera, como siempre cuando estoy algo nerviosa, y comencé a buscar un lápiz y un papel.
- Tengo un lápiz justo aquí – me dice repentinamente, adivinando mis más profundos deseos – te conozco, me harás un dibujo de una vaca con zapatillas de fútbol o una ballena flotando feliz en un océano calipso y turquesa.
Lo miré por un momento. Había cambiado, tenía ocho años encima y el pelo más oscuro, las facciones más duras, la sonrisa más fría, las manos más grandes y una arruga sobre la boca. Yo también tengo lo mismo, sólo que con un par de canas rebeldes revoloteando sobre mi coronilla, imponentes como una bomba de tiempo. Ocho años es poco para quien ha vivido setenta años, pero es mucho para ambos, que sumados no alcanzamos las cuatro décadas.
- Tu siempre lo sabes todo – le dije sin mirarlo. Sostenerle la mirada más de diez segundos es como meter las manos a una olla con agua hirviendo la misma cantidad de tiempo – pero crecí y estudio periodismo. Ya no hago dibujos tontos (mentira, sólo se lo dije para que pensara que maduré) y soy una persona seria.
- Hasta que lo asumiste pollito – me respondió con una sonrisa – eres tan porfiada, te lo dije desde el principio, el periodismo es lo tuyo. ¿Es lo tuyo? Claro que era lo tuyo.
Sus palabras me dolieron, no sé porqué.
- Lo mío no es esto – le dije con un dejo de rabia – lo mío es parecido a esto, que es muy diferente, pero no quiero que hablemos de cuestiones académicas, no volveremos a vernos hasta que tengamos treinta años y tu estés gordo, pelado y sordo y yo completamente abrumada criando a mis hijos.
- Quizás nuestros hijos.
- Quizás cuide a los tuyos.
- Quizás los míos también sean tuyos.
- No creo querido, me mataste todo el amor que alguna vez tuve y ahora por tu culpa soy incapaz de querer a nadie por más de doce meses seguidos, así que quédate callado antes de que tome ese crucifijo fluorescente y te lo clave en el pecho, idiota – le respondí, haciéndome la graciosa.
Y de pronto me derretí. Pensé en el amor como no pensaba hace tiempo, el amor como institución social de la que todos dependen estúpidamente. Él me lo aclara con la mirada, me cuenta que no ha podido olvidarme pese a que me había olvidado, me pide perdón por no haberme pedido perdón antes y me sigue hablando sin mover los labios. Él es una contradicción sólo por el hecho de haber nacido.
Nos miramos durante un momento y me toma la mano. Nos sonreímos. Nos queremos profundamente pero somos demasiado tóxicos para coexistir en la misma ciudad.
- A lo mejor en una realidad paralela – me susurra y yo cierro los ojos.
Prende el equipo de música y pone mi canción favorita de todas las canciones favoritas que he tenido en veintidós años. Me conoce tan bien que me sorprende. Abro los ojos y sigue ahí mismo, mirándome y esperando que le responda algo bonito.
- Ya estamos en realidades paralelas – le digo monótonamente, mirándome las uñas de manera despreocupada – y esto me tinca que va a terminar mal así que mejor me voy porque mi vida amorosa pese a ser inexistente, no tiene ganas de pensar más en ti durante otros ocho años. No me hagas esto. Por favor.
Me levanto del sillón gris con lunares violetas. Hay catorce colillas de cigarro en el cenicero y su sonrisa ridícula me sigue hasta la cocina. Boto todas las cenizas y lo abrazo… créanme que si tuvieran que abrazar a alguien por última vez, sentirían lo que yo sentí al tocar su pelo oscuro, mirar sus pestañas tiesas, sus ojos verdes y su sonrisa maravillosa capaz de iluminar el desierto completo a las cinco de la mañana.
No hubo beso. Ni un te quiero. No hubo más que un abrazo sincero, una despedida casi de colegas, un hasta luego, nos vemos pronto, quizás algún día tengamos una hija que se llame Matilde, quizás dos perros que se llamen Fede y Madonna. Quizás hubiera sido mejor enterrarle el crucifijo fluorescente en el pecho, quizás no volvamos a vernos o tal vez sí y vuelva a amenazarlo y él pedirme perdón. Quizás.

viernes, 10 de julio de 2009

Autoentrevista

María Luisa es puntual como pocas. Nos reunimos a las cinco de la tarde en la entrada del McDonald’s, su restaurante favorito. El día está perfectamente despejado en Antofagasta y María Luisa se estaciona rápidamente, en una movida sinceramente riesgosa para el gato que duerme en la acera. Y se baja del auto, mientras los Beatles terminan abruptamente su canción. Mientras se acerca a mí, prende un cigarro, el primero de tantos que fumará durante esta conversación. Lleva el pelo suelto y desordenado, usa un vestido floreado por sobre unos jeans oscuros. Sus ojos cubiertos por unos lentes grandes de estilo retro y su boca muy roja son el preámbulo de una estudiante de periodismo que adora las luces pero que aún no lo asume.
Lo primero que me dice es que se siente cansada porque no ha dormido bien últimamente, pero se apresura en agregar sonriendo, que su cansancio no tiene nada que ver con la universidad, sino que se debe a su adicción a las caricaturas de medianoche. La observo y me parece una escolar demasiado madura para su edad, sólo que tiene 22 años y no los representa en absoluto. Me pregunta cuanto durará la entrevista y se ríe al ver mi reacción de desconcierto. Pide un café expreso y un postre de tres leches, se acomoda y me ofrece un cigarro que acepto con gusto.

¿Qué es lo que ronda en tu cabeza cuando estas a punto de dormir?
Pienso mucho en la muerte, pero no el lado macabro de ella ni nada que tenga que ver con sangre, sino en la pérdida de las esencias humanas. Me cuestiono hacia donde se van los pensamientos cuando los perdemos. También pienso en los buenos momentos… la verdad es que de ese trance saco bastantes ideas, pero la mayoría inconclusas, porque me termino durmiendo. Es que parece que soy un poco dispersa, pero generalmente antes de dormir, prefiero pensar en momentos agradables.

Comprendo, yo también hago lo mismo. ¿Cuáles son tus recuerdos más felices?
Tengo un baúl de los recuerdos en donde guardo todos los cachureos de la época del colegio y me encanta revisarlo por lo menos una vez al mes. Así me impregno de las cosas que realmente valen la pena, como las amistades verdaderas, el primer amor y el sarcasmo en los dibujos. Son muchas cosas. Siempre he pensado que si viniera un tsunami y tuviese que arrancar, lo primero que haría sería tomar ese baúl y llevármelo conmigo. Es que mis recuerdos son lo más valioso que tengo, porque vivo a través de ellos y me sirven de inspiración para escribir.

¿Tanto te gusta escribir?
Ni siquiera lo imaginan. Pero tengo una contradicción muy grande, porque por un lado soy una floja en potencia que nació en una sociedad demasiado apurada pero al mismo tiempo, yo soy la más apurada de todas. Por eso escribo como una bala. Generalmente lo que escribo para muchos no tiene sentido, por eso escojo con pinzas los pequeños párrafos que luego publico en mi blog o en Facebook. Pero soy pudorosa con mis palabras, me cuesta desprenderme de ellas, y al mismo tiempo me cuesta mucho estar un día sin escribir, por eso siempre llevo una libretita donde anoto ideas que se me vienen a la cabeza.

¿Y cuál fue la última idea que anotaste?
La anoté anoche antes de dormir y se trataba acerca de una monja. Lo que pasa es que yo me muerdo las uñas desde que me salió el primer diente de leche, entonces ayer de la nada recordé que una vez una monja en la calle me miró las uñas y me retó. Yo no la conocía, pero era una monja. Y que una monja desconocida me haya dado un sermón en plena plaza es algo extraño. Y de esas ideas saco un pensamiento más grande y las escribo. Y la mayoría de las veces recibo buenos comentarios.

¿Te gusta tu carrera?
Estoy completamente enamorada de todo lo que involucra crear con palabras. Pero también siento que me faltan condiciones para ser buena, como controlar un poco el pánico escénico que me da en las disertaciones. Tengo muy mala base del colegio, fui una alumna mediocre que en vez de preparar las disertaciones y pruebas, se pasaba leyendo libros grandotes bajo la mesa, entonces eso me ayudó mucho a desarrollar estas aptitudes medias literarias y raras, pero también hizo que me volviera una persona con poca confianza para exponer ante el resto. Pero en general me gusta el periodismo, fue una carrera que nunca pensé en estudiar pero a la que mi mamá siempre supo que entraría. Y creo que tal vez es la única que me gusta, porque hasta el momento no han inventado la carrera de mis sueños.

¿Qué tendría que tener esa carrera?
Más literatura, más surrealismo. Talleres de reflexiones, salidas a terreno en donde desarrollemos las sensibilidades y no sólo la oralidad. Un periodista no sólo es un comunicador, sino un forjador de ideas y si voy a ser una periodista en el futuro, me gustaría exponer buenas ideas.

¿Qué piensas de la soledad y el amaretto sour? ¿Buena mezcla?
Es una buena mezcla. Me deja absoluta e irrevocablemente feliz. No quiero que pienses que soy una alcohólica, de hecho, pocas veces tomo algún trago cuando salgo porque manejo y en ese sentido soy muy responsable. Pero la soledad es algo muy mío, disfruto la soledad de una forma que pocos comprenden porque también la sufro, lo que no quiere decir que sean conceptos distintos. Disfruto de esa pena se saberme ser humano y estar condenada a las penurias y alegrías de los mortales corrientes porque es la condición con la que todos nacimos, sólo que yo le pongo un poco más de atención y disfruto de darme cuenta de cómo funciona.

Para finalizar, ¿qué es la vida para ti?

Hay un disco de Coldplay que me encanta. Se llama “viva la vida” y cuando lo escucho, realmente me llega. Tiene temas lentos al punto de ser depresivos, como también sonidos que hacen que se me ponga la piel de gallina. Definiciones de vida hay un montón pero no tengo la mía. Debe ser porque aún no le encuentro mucho sentido a estar de pie en este planeta, pero créeme que lo estoy buscando. Cada mañana cuando despierto me pregunto qué hago aquí y hacia dónde voy. Me cuesta imaginar a una María Luisa vieja, con harto carrete en el cuerpo, por lo que pretendo hacer lo que se me dé la gana cada día, a ver si logro alcanzar la luminosidad mental y comprendo el sentido de la vida. Si el alzhéimer y la artritis aún no me consumen, escribiré un libro al respecto.

lunes, 6 de julio de 2009

Cultura de la flojera

Flojera; del sustantivo común flojo cuya raíz latina viene del flojitus, sirve para categorizar un estilo de vida desganado y sin fuerzas. La flojera es un estado físico y emocional que causa una serie de consecuencias conductuales y biológicas en el individuo. Pueden copiar esta frase y ponerla en Google y no aparecerá porque es mi propia definición chamullenta de la flojera. Porque hasta me da flojera buscarla en Google, porque hasta me da flojera pensar en que tengo que pensar.
Los adultos –y suena raro que lo diga ya que, al parecer, yo también soy adulta- piensan que nosotros los jovencitos somos una generación de puros flojos mandados a hacer para dormir hasta mediodía. Pero el entorno no quiere comprender que somos una generación cansada que vino al mundo a sufrir.
Yo sufro. Cargo con mi pena de ser humana cada día, como un estigma que me recuerda a cada instante lo vulnerable que soy como individuo y todas esas leseras psicodélicas. Y me dan ganas de bailar con glitter, me imagino haciendo hartas cosas motivadas, jugar Bowling en un lugar fluorescente, grabar un cortometraje donde pueda tirar harto papel picado, hacer un teatro de títeres de dedos… pero me da una flojera tremenda.
Esto de ser floja obviamente me ha hecho pasar más de algún mal momento. Mi flojera se ha elevado a niveles tan insospechados, desde dejarme repitiendo de curso en el colegio hasta preferir ver el programa de Alfredo Lamadrid por flojera de buscar el control remoto. Sin embargo, convivir con esta flojera determinante en mi vida igual es un poco entretenido, me hace propensa a las cosas divertidas y que le dan sentido a mi miserable vida, como luchar por pasar algunos ramos que por flojera debo batallar a esta altura del semestre o pensar constantemente en un nuevo orden para mi pieza porque el desorden producido por una flojera asquerosa me obliga a pensar en ello.
Ser floja es una opción. Yo soy floja porque responde a mis necesidades pensantes, necesito tiempo inútil para describir lo que veo y/o siento y comunicárselo a la mayor cantidad de gente posible sin caer en la locura. Es por eso que mi flojera es sanita, no le hago daño a nadie salvo a mis propios sistema nervioso que cada cierto tiempo reflexiona sobre este tipo de vida relajada y que a la vez le trae muchos más problemas que a la gente responsable.
Pero es que es tan difícil dejar de ser floja. Es como si me pidieran que vigilase un pie de limón sin comérmelo o escuchar reguetón sin cambiar de estación. Es más difícil que no ver un video de Michael Jackson en el Vh1 por estos días, más difícil que evitar que se derritan los polos, más complicado que la teoría de la relatividad multiplicada por la ley gravitacional y todo eso elevado a doscientos.
Por eso seguiré siendo floja hasta que la misma vida me lo permita. Si en algún momento tengo que pagar por mis pecados flojísticos, probablemente sienta flojera de pensar en ello y solo me remita a mis propias palabras y pensamientos noctámbulos de frases inconclusas y preguntas sin respuesta. Todo un mundo flojo que debo aprovechar por el bien de la humanidad.

El novio de mi mejor amigo

Antes podíamos pasarnos horas en silencio, tratando de focalizar nuestras esencias artísticas por medio de dibujos y arte surreal postmoderno. Podíamos hacernos hamburguesas con palmitos y choclo con los dedos, sin tener asco de la basurita que se juntaba en nuestras uñas. Podíamos correr sin zapatos por el pasto mojado y hasta obligar al hámster a tomar un baño y luego divertirnos con el secador de pelo y el pobre roedor. Podía plancharle las ondas de su pelo dorado, mientras él descubría el mundo de mi estuche de maquillaje y yo dejaba que me pintara cuan payaso y salíamos a dar vueltas al centro y tomábamos helados sentados en la berma de la calle.
Éramos los mejores amigos de todo el universo. Hicimos pacto de sangre y saliva que viviríamos juntos cuando el cáncer nos hubiese consumido y nuestras vidas amorosas se desmoronasen. Nos haríamos compañía todos los días de nuestras vidas, no habría ningún otro amigo al que prefiriésemos antes.
Pero un día mi mejor amigo se enamoró. No se dio cuenta, pero ahora parecía avergonzado de tener que reunirse conmigo por las tardes a pernoctar, porque para la chica (o el chico) de sus sueños, yo no era la mejor amiga de su amado, era la competencia. La fría y la the real competencia que debía eliminar.
Porque cuando los niños comienzan a enamorarse, entran en una fase de retraso mental tremendo y dejan de lado todo, con tal de estar con la persona amada.
Las amigas, quedamos en el camino. Y no lograba comprender porqué estaba sucediendo. ¿Por qué tengo que pasar sola la tarde del sábado, mientras la parejita se está tomando un jugo natural, tomados de las manos y hablando del futuro?
Obviamente, yo no encajaba en ese futuro perfecto y por supuesto a mi amigo, le costó mucho decírmelo. Tuvo que sorbetear esa sangre y esa saliva, y masticar sus promesas que aún yo no digería, para hacerme entender que yo ya no era la prioridad de su vida.
Cuando la novia(o) de mi mejor amigo fue una realidad dentro de mi cabeza, me di cuenta que había perdido al compañero de juegos y conversaciones. Cuando pensé en hacerme amiga de su novia(o) me di cuenta de que por alguna extraña razón, ella(el) no quería saber de mí y ni pretendía siquiera ponerme una cara simpática. La novia(o) de mi mejor amigo me odiaba por el simple hecho de preceder el tiempo que ahora ella(el) disponía de mi amigo.
Han pasado muchos años desde que perdí todo contacto con él. Me sorprende, estamos casi en edad de estar comprometidos y ellos siguen juntos. Yo no creo que él guarde mi número de teléfono en su celular, y si lo hizo, estoy segura de que su novia(o) se encarga de que jamás me llame.
Ha sido muy duro pasar estos últimos diez años sin él. Hoy vivimos en ciudades distintas, él no recuerda mi cumpleaños, yo tengo todos sus dibujos guardados. Supongo que estaba escrito que esto iba a pasar, supongo que no soy la primera mujer que pasa por lo mismo. Creo que nunca dejaría de lado un amigo(a) por un romance eterno, aún así, siempre estaré en el mismo lugar, por si es que mi mejor amigo decide volver. Siempre estaré pendiente de su regreso. Siempre.

Baños de mujeres

Qué complicado es ir a los baños públicos para nosotras las mujeres. La mayoría de las veces se tratan de antros asquerosísimos, con mala iluminación, sin papel higiénico, y desagradables aromas orgánicos. Además, por algún extraño motivo, la señora que hace el aseo siempre está ahí escuchando atentamente todo lo que se dice dentro de los baños y mirándote con cara de odio. Lo único rescatable de entrar a un baño público femenino es que nosotras las mujeres somos capaces de entablar una intima relación con alguna mujer desconocida que se encuentre allí. ¿Tienes papel o pañuelito? ¿Por qué lloras, quien fue el maldito mal hombre que te hizo daño? ¿Me sostienes la puerta por favor? Porque las puertas de los baños nunca tienen bueno el pestillo pero tienen un riqueza literaria increíble escrita dentro de sus paredes. Puedes encontrar poemas, amenazas de muerte, correos electrónicos y hasta he visto fotos de unos pobres hombres que han hecho sufrir a alguna mujer y que ésta, por venganza, se dio la tarea de hacérselo saber a cada mujer que entra a la cabina individual.
Por eso entrar a un baño público es casi un ritual de observación y dialéctica en su estado puro (aprendí esa palabra recién hoy) porque si es un baño pagado, pucha que se les critica por su falta de higiene. Hasta los baños más pitucos de los malls más bacanes de Santiago y Buenos Aires (no conozco más) tienen algo malo, por muy pequeño e insignificante, por muy perfecto que parezca el toilette siempre faltará el jabón o por descarte, una señora te mirará con odio cuando salgas.