viernes, 22 de octubre de 2010

Las cinco

Alguien está martillando una pared y son las cinco de la mañana. Acabo de abrir los ojos e intento saber si se trata de un sueño o una molestia real. Es real. Murmuré algunos insultos que mi madre se espantaría de oír y puse la almohada sobre mi cabeza. Me he dado mil vueltas intentando retomar el sueño inexistente, más que nada, deseo volver a estar inconsciente, poner mi cerebro en suspensión y ahorrarme las horas de pensamientos de madrugada. Y es extraño, son aquellas horas en las que uno regresa del carrete, en que ocurren las ideas más fantásticas que son capaces de resolver grandes problemas de la vida, o por el contrario, si hay alcohol involucrado, las ideas no son tan buenas y generalmente uno termina llorando y preguntándose si envejecerá solo y roído por los perros. Pero ese ya no es mi caso, con alcohol, sin alcohol, estupefacientes, alteradores de la realidad, ya no pienso en nada más que cosas buenas. Es más, no lloro desde muchas madrugadas y la última vez que lo hice fue porque me quemé un dedo por tratar de comer a las cinco de la mañana y tostar pan en estado de sonámbula distraída.

Y es que ahora me parecen irreales las horas previas al amanecer. Un pobre idiota da de martillazos en la pared y yo me quedo sentada mirando las luces naranja que cubren la ciudad, como un mar de luciérnagas urbanas. He tratado de que mis neuronas hagan sinapsis y comprendo que probablemente nadie esté martillando. Se me ocurrieron varias ideas que explicarían el sonido constante de golpe seco. Alguien sin duda alguna, se estaba pegando cabezazos en la pared o alguien jugaba a lanzar una pelota, o era un fantasma aburrido y desubicado que andaba penando a las cinco de la mañana.

Decidí dejar de pensar y escribir esto. Y… es fantástico, el sonido ha dejado de atormentarme. Y son las cinco y quince minutos. El fantasma se aburrió, el tipo quedó inconsciente de tanto cabezazo y yo abrazo a Morfeo nuevamente, que me invita a dormir luego de que encendiera mi ampolleta por la madrugada. La hora más feliz de todas para escribir una idea sin sentido.

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