lunes, 13 de febrero de 2012

Norte



Desde mi ventana observo como brotan frías flores de
concreto. Lentamente, evoco un trozo de musgo en vano, pues no hallo en sus
breves pinceladas las tonalidades que busco. Hay en un metro cuadrado, más valor
en su bien raíz que en su propia raíz. Hay, en un trozo de cemento, más
materiales que sentimientos.

Desde mi ventana se desprenden pequeñas cúspides de innecesarios
elementos. La Cordillera de la Costa se apiada de éstos y le entrega un frágil
terreno en donde sembrar su esfuerzo. Campos de marginalidad emergen en sus
faldas. El mar, bizarro visionario, espera arrebatarle a la tierra todo aquello
que construyó, en un solo movimiento, en un solo arrebato, en un solo beso
tectónico.

Hay en el norte una sombra proyectada desde un agujero
estelar. En sus veredas, la calle hierve de soledad, hierve de escarmiento. Un
océano de almas supervivientes alucinan con una hierba nacida de no se sabe
dónde. El desierto es un escenario espeluznante para quienes no se deleitan de
su precioso rubor dorado.

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