lunes, 8 de marzo de 2010

Sin título

A veces, por los rincones más insospechados, se aparece su figura perfecta. Se desliza tan suave como sus palabras, se aferra a mis miedos y los tranquiliza, los derrumba y los vuelve a levantar con tan facilidad que me parece irreal. Me sacude el mundo con sus melodías y logra evocarme un montón de sonrisas que creía perdidas en la estratósfera del olvido, vago de mi mente por su sonrisa utópica, con sus orgullosos ojos claros de miradas seguras.

No sé si temo por la remota posibilidad de que me asesine dulcemente o por la idea de perderlo y que de paso, arrastre mi vida con la suya en un solo torbellino multicolor y sanguinario. No sé si temo cerrar los ojos y que se detenga la música de su boca, no sé si me aterra que deje de pronunciar mi nombre o que ambos seamos tan buenos zombies como tan buenos padres.

A veces, por los rincones más insospechados, me toma de la mano y se queda a mi lado aunque no esté tan cerca. A veces, sólo a veces, tengo ganas de llorar. No sé si es porque las horas se me hacen minutos a su lado o porque temo vivir mi vida en dos suspiros; pestañear y sabernos ancianos, decrépitos y probablemente felices. A veces, por los rincones más insospechados le pido que nos fuguemos y que dejemos los planos que nos atan a la realidad subversiva para crear nuestro propio mundo. A veces me importa un rábano lo que piense la gente, lo que opinen los kilómetros, lo que diga el tiempo y lo que reclame el espacio. Puedo amarlo de la manera más descabellada y ridícula, sin importar lo que piense mi propia mente desquiciada de ello.

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