domingo, 23 de mayo de 2010

Quimera

Quiero vivirlo de nuevo. Quiero volver a pisar esas calles surcadas de aceras mal cuidadas, marcando con mis zapatos de bailarina el mismo ritmo de sus zapatos desteñidos. A ratos me adelantaba y los ponía de puntillas frente a los suyos, entre risas y besos de primavera, nos invitábamos a caminar todos los días, a la misma hora y siguiendo el repetido recorrido, rodeados de cientos o más. ¿Qué importaba? No habían responsabilidades más que las de llegar a casa en algún momento del día, así que correteábamos entre suspiros el atardecer y la magia de sabernos jóvenes y eternos, los panoramas que incluían helados y perturbadoras historia familiares. Me llamaba por mi apodo, con un tono de voz tan gracioso, que adoraba pedirle que cantara a viva voz en mitad de las calles. Robábamos flores de las calles y la iglesia, de las ventanas los caramelos nos saludaban mientras me fundía en su abrazo perecedero, como la sensación de inmutabilidad que gobernaban nuestras células, como la proyección de vida en saltos e instantes de alegría.

Tengo la impresión de que no necesitaremos esperar una próxima vida de adolescentes para recrear la felicidad desinteresada de comprobar que solo existimos, en un mundo subversivo donde soñar despierto es considerado un crimen, existes tú y existo yo, que en otra época fuimos los mejores amigos de este lado del hemisferio.

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