miércoles, 23 de marzo de 2011

Memoria de verano

Abrir los ojos en medio de la penumbra de mi habitación, duelen como si llevasen años cerrados. Los abro con cuidado. Lágrimas secas pegaron mis pestañas durante la noche. Observo como las sombras proyectadas por el atrapa sueños se desvanecen en las paredes. No recuerdo muy bien que día fue ayer ni cómo llegue a mi cama. Miro por la ventana, esta pronto a amanecer. Intento invocar la memoria, parece extraño esforzarme más de lo acostumbrado en recordar lo que hice el día anterior. Creo que fui a pasear. Quizás bailé con algún desconocido. Fumé y bebí.

Sí, eso lo recuerdo perfectamente.

Lentamente, el sol se cuela por mi ventana. Observo como los azules del mar se funden con el cielo. Arriba, muy en lo alto, un astro brillante y solitario divaga por el espacio infinito. Me levanto de la cama, cojo mi bata y procedo a abrigarme. Hace frío y me parece extraño, ayer la ciudad disfrutó de una cálida tarde de verano. Recuerdo sentir la brisa bajo mi vestido blanco y mis dedos abiertos recogiendo los trozos de sol. Y el aroma a verde en la atmósfera, una suave mezcla de pétalos de nomeolvides y girasoles. Sí, lo recuerdo como si la imagen se filtrase por mi mente en secuencias lejanas, como si no fueran mis memorias sino unas ajenas. Pero era yo, desde lejos, danzando al compás de unas hadas que nadie más veía. Hacía calor. Me quité los zapatos la tarde de ayer. Que raro, esta madrugada congela el vidrio y sepulta las calles bajo una densa capa de niebla.

Me acerco al espejo en la esquina de mi habitación. Una parte de mi estómago se remece de impresión una vez que hallo mis facciones descoloridas. Desconozco mi rostro. ¿Estoy más delgada? ¿Mis pestañas están más cortas? Toco mi rostro para cerciorarme de que soy yo y no un fantasma que observa a través del reflejo. Mi cabello que alguna vez fue rojo y que teñí de negro hace dos días pareciera como si no hubiera sido tocado por tintura alguna hace semanas. Hace meses, tal vez. Tengo una raíz en el cuero cabelludo de por lo menos cinco centímetros. Cincuenta milímetros de un rojo furioso se escapa de mi cráneo, como implorando escapar, rebeldes y enmarañados. ¿Fue hace dos días que decidí pintarlo de negro? ¿Cómo fue que pudo haber pasado? Debería haber leído mejor las instrucciones de coloración que contenía el envase.

Que dulce es caminar descalza sobre la madera. Mi habitación tiene de esos aires rústicos campestres, pero escondidos en medio de la ciudad. Un florero vacío gobierna mi cómoda. No recuerdo haber puesto ese florero. No recuerdo ese florero en lo absoluto. Observo con detención los detalles que me rodean, siento que los objetos me espían. Una caja metálica junto al florero, yace abierto conteniendo pétalos de alguna rosa seca. Me acerco a mi closet para recoger algún abrigo más grande, pienso en calcetines tal vez, me parece increíble como el cambio climático puede configurar una mañana fría luego de una tarde particularmente soleada. Pero no encuentro ningún abrigo. No hay ropa en mi closet. Ni siquiera mis bufandas de lana tejidas por la abuela, cuelgan en el fondo. ¿Pudo mi mamá sacarlos durante la noche mientras dormía? El vestido blanco que usé ayer tampoco se haya por ningún lugar. Recorro la habitación completa en su búsqueda. Una mariposa vuela fuera. Abro la ventana, en vano, porque escapa.

Ya no recuerdo qué era lo que buscaba.

- Traje tu desayuno, linda – una voz de mujer, a través de la puerta, suena lejana e incomprensible. ¿El desayuno? No tengo recuerdos de mi madre trayendo el desayuno tan temprano, menos a la habitación. Abro la puerta con rapidez y descubro a mi abuela. ¿Era esa su voz? Una sacudida de pesar recorre mis células una vez que comprendo que había olvidado su voz. Recibo la bandeja con una sonrisa cariñosa. Pastel de mora, tostadas y té con miel. Una pequeña flor silvestre adorna el plato que contiene la taza. Observo a mi abuela, sus ojos encuentran los míos y una mueca de dolor pinta su rostro de tristeza. Evade mis ojos rápidamente y murmura algo incomprensible. Se aleja de inmediato, con cuidado de no parecer apresurada.

Me siento en la cama con la bandeja sobre las piernas y veo tres diminutas pastillas. Medicamentos para la alergia quizás. Mamá siempre previene toda clase de dolencias a través de fármacos. Me las tomo, sin saber porqué ni para que.

Desayuno en absoluto silencio. A veces me disperso pensando en formas coloridas, imágenes reiteradas que adornan un mundo imaginario. Siento una punzada de dolor en la parte superior de la cabeza. Debe ser la resaca.

Escucho la voz de un hombre. Un hombre y una mujer hablan. Se acercan con paso fuerte. Vienen hacia mi habitación, cierro la bata y acomodo mi pelo hacia un lado. Me levanto rápidamente de la cama y el hombre abre la puerta, seguido por mi abuela.

- ¿Dónde está mi mamá? – pregunto en un murmullo.

- Linda, todo va a estar bien, acércate un poco, soy doctor… - me dice el hombre alto y calvo desde el umbral de la puerta. Observo como detrás de él, mi abuela con una mano en su pecho revela una mueca de horror y tristeza inmensa.

- Nona ¿mi mamá? – repito con un dejo de miedo.

El hombre, en un movimiento ágil pese a ser robusto, me toma del brazo con una fuerza que también sugiere delicadeza. Me pone una inyección. Mi garganta profiere un grito desgarrador que, pese a escaparse de mi propio cuerpo, no reconozco. No son mis cuerdas vocales. No es mi brazo que está siendo mutilado por una jeringa. No son mis lágrimas. Entre sollozos intento encontrar el rostro de mi abuela pero se ha ido. Detrás del doctor no hay nada más que sombra y polvo.

- Tranquila – murmura el médico – te ayudará a entender.

- ¿Entender qué? – pregunto entre lágrimas.

- Hace siete meses te encontraron agonizando en un parque alejado de la ciudad. Vestías de blanco, habías tragado una cantidad considerable de medicamentos para dormir. Sufres de pérdida de memoria progresiva, tuviste daño cerebral de carácter irreversible. Llevas siete meses viviendo el mismo día que crees siguiente. Tu madre no pudo soportarlo, por lo que tu abuela se hizo cargo de tu cuidado. Yo vengo cada mañana, por petición de tu nona, antes de que comprendas la situación. Con este calmante podrás llorar el resto del día, pero descuida, no recordarás nada por la mañana.

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