sábado, 8 de agosto de 2009

Televisivamente hablando


El otro día estaba hablando con un amigo acerca del cambio que se ha producido en la televisión chilena. Yo le pregunté si creía que la televisión en nuestro país se había puesto mala y él me respondió que la televisión en Chile nunca ha sido buena.
Me quedó dando vueltas eso. Y sin ser una especialista “televisoramente hablando” me puse a pensar que realmente no cuento con la capacidad mental para decir si la tele está buena o está mala porque para empezar; la tele surgió mucho antes de que yo naciera, y probablemente mi nacimiento es producto de la falta de televisión. Quien sabe.
En fin, la primera trasmisión televisiva que se hizo en este país fue el cinco o el seis de octubre de 1957. Pocos tenían la suerte de contar con una televisión en la casa porque además de ser carísimas, pesaban doscientas toneladas o el equivalente a una ballena adulta.
Mucho antes, los gringos se reunían detrás de una caja metálica enorme que lograba captar las señales de tv abierta y observaban sorprendidos como el mundo se proyectaba en una pantalla de no más de treinta pulgadas. Existían mitos de que si observabas la pantalla por más de quince horas podías volverte superdotado, que la imagen estaba compuesta solo por puntitos de tres colores; rojo, verde y azul y que al acercarte demasiado incluso podías percibirlo, pero sólo se comprobó que acercarse demasiado a la pantalla producía un daño visual irreversible, lo que posiblemente explica la ceguera mundial de aquellos que conocieron la tele en su versión más rudimentaria.
Pero en aquellos años reunirse detrás de la pantalla no sólo era el panorama familiar más apetecible para la clase social alta, sino que representaba toda una ceremonia, ir a buscar a los vecinos, esperar a que la abuelita se pusiera la peluca, intentar sentar al abuelo alcohólico frente a la tele, hacer callar a los más chicos, entre otras divertidas anécdotas familiares.
Millones de espectadores observaron como el hombre caminaba en la luna, como la Lady Di se casaba con el príncipe Carlos y como la Bolocco salía elegida miss universo. La televisión acercó el mundo para el mundo, lo que resultó sumamente útil para fomentar la cultura, alcanzando el título de pionero de la globalización.
Pero como la gran mayoría de las cosas que ha inventado el hombre, la televisión no sólo trajo entretenimiento para el hogar, sino que una preocupante sobredosis de insensibilidad en los telespectadores. Nadie se sorprende cuando en las noticias muestran un atentado terrorista en esos países chicos donde siempre se matan entre todos. A nadie le sorprende ver una explosión de un tanque lleno de japoneses porque lo han visto tantas veces en producciones hollywoodenses que hasta incluso se critican los efectos especiales de ser fomes y poco creíbles.
Ahora pones a un niño de dos años frente a la tele y es capaz hasta de poner un dvd y cambiarle las opciones de audio. Yo pongo a mi abuela frente a la misma tele y no es capaz de subirle ni el volumen porque no entiende. Es como si las nuevas generaciones vinieran con un chip tecnológico incorporado que les soluciona la vida de manera inmediata y hasta instintiva. Mi abuela desgraciadamente se quedó pegada en los canales italianos en blanco y negro, mientras que el resto de los mortales observamos como los medios manipulan nuestras pervertidas mentes, entregándonos entretención morbosa, dándole prioridad a las noticias macabras, realitys show donde la Pamela Díaz grita todo el día y la Geisha chica se acuesta con un turco a vista y paciencia de miles de chilenos.
No sé si la televisión esta buena o no. Sólo sé que muchas de las cosas que proyecta hacia el entorno no me gustan. Se justifica tal vez que las personas seamos manipuladas y condenadas a conocer lo que algunos quieren que sepamos y que, finalmente, todo sea directamente proporcional: a mayor raiting, más plata. Sin importar cuantas neuronas asesinemos cada día.

No hay comentarios: