lunes, 31 de agosto de 2009

Plantarme tulipanes

Prendí la tele para hacer de cuenta que no lo esperaba de forma tan preparada. Me miré al espejo tantas veces que memoricé mis lunares y me concentré en mantener intacto el maquillaje y evitar por todos los medios que se me desprendiera el rubor de las mejillas.
Me arreglé el pelo siete veces, me quité doce pelusas de la falda y comencé a hablar sola, preparando un discurso improvisado y unas sonrisas espontáneas y creíbles.
Media hora después, veía pelusas en donde no habían, el lápiz labial se había derretido en mi boca ansiosa y se me habían acabado las palabras inteligentes para decírselas y hacerme la interesante cuando estuviéramos frente a frente.
Cuarenta minutos después y no quedaba rastro alguno de las sonrisas ficticias y veía montañas de pelusas arrimarse sobre mis piernas. Todo mal. Me han dejado plantada y algo huele a quemado en el horno.
Apago la tele y con un profundo pesar en el alma me doy cuenta de que no valió la pena lavarme, secarme, peinarme y plancharme el pelo de esa manera tan dedicada, porque simplemente le importo tan poco que ni siquiera se tomó la molestia de avisarme de que no vendría a verme. Hay tantos medios por los cuales decirme que no le intereso, un mensaje de texto, por chat, por teléfono, por señales de humo y por telekinesis. Pero realmente parece que se dio cuenta de que no le intereso en lo absoluto…
Suena el timbre.
Es él.
Me miro al espejo por centésima novena vez y todas las suposiciones se me han olvidado. Atrás quedaron los análisis de su frío atraso y me preparo para mirar por el ojo mágico como camina de esa manera hermosa mientras sostiene un ramo de tulipanes en la mano derecha.

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