Prendí la tele para hacer de cuenta que no lo esperaba de forma tan preparada. Me miré al espejo tantas veces que memoricé mis lunares y me concentré en mantener intacto el maquillaje y evitar por todos los medios que se me desprendiera el rubor de las mejillas.
Me arreglé el pelo siete veces, me quité doce pelusas de la falda y comencé a hablar sola, preparando un discurso improvisado y unas sonrisas espontáneas y creíbles.
Media hora después, veía pelusas en donde no habían, el lápiz labial se había derretido en mi boca ansiosa y se me habían acabado las palabras inteligentes para decírselas y hacerme la interesante cuando estuviéramos frente a frente.
Cuarenta minutos después y no quedaba rastro alguno de las sonrisas ficticias y veía montañas de pelusas arrimarse sobre mis piernas. Todo mal. Me han dejado plantada y algo huele a quemado en el horno.
Apago la tele y con un profundo pesar en el alma me doy cuenta de que no valió la pena lavarme, secarme, peinarme y plancharme el pelo de esa manera tan dedicada, porque simplemente le importo tan poco que ni siquiera se tomó la molestia de avisarme de que no vendría a verme. Hay tantos medios por los cuales decirme que no le intereso, un mensaje de texto, por chat, por teléfono, por señales de humo y por telekinesis. Pero realmente parece que se dio cuenta de que no le intereso en lo absoluto…
Suena el timbre.
Es él.
Me miro al espejo por centésima novena vez y todas las suposiciones se me han olvidado. Atrás quedaron los análisis de su frío atraso y me preparo para mirar por el ojo mágico como camina de esa manera hermosa mientras sostiene un ramo de tulipanes en la mano derecha.
Me arreglé el pelo siete veces, me quité doce pelusas de la falda y comencé a hablar sola, preparando un discurso improvisado y unas sonrisas espontáneas y creíbles.
Media hora después, veía pelusas en donde no habían, el lápiz labial se había derretido en mi boca ansiosa y se me habían acabado las palabras inteligentes para decírselas y hacerme la interesante cuando estuviéramos frente a frente.
Cuarenta minutos después y no quedaba rastro alguno de las sonrisas ficticias y veía montañas de pelusas arrimarse sobre mis piernas. Todo mal. Me han dejado plantada y algo huele a quemado en el horno.
Apago la tele y con un profundo pesar en el alma me doy cuenta de que no valió la pena lavarme, secarme, peinarme y plancharme el pelo de esa manera tan dedicada, porque simplemente le importo tan poco que ni siquiera se tomó la molestia de avisarme de que no vendría a verme. Hay tantos medios por los cuales decirme que no le intereso, un mensaje de texto, por chat, por teléfono, por señales de humo y por telekinesis. Pero realmente parece que se dio cuenta de que no le intereso en lo absoluto…
Suena el timbre.
Es él.
Me miro al espejo por centésima novena vez y todas las suposiciones se me han olvidado. Atrás quedaron los análisis de su frío atraso y me preparo para mirar por el ojo mágico como camina de esa manera hermosa mientras sostiene un ramo de tulipanes en la mano derecha.
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