domingo, 9 de agosto de 2009

Dime Diosito: ¿soy inmortal?

Mis vacaciones de invierno resultaron ser excesivamente flojas. No hice absolutamente nada más que transformar oxígeno en dióxido de carbono y masticar comestibles mientras con una mano navegaba por Internet y con la otra hacía zapping. Llegué incluso a aburrirme de tanto vagabundeo de mi parte. La nana de mi papá me llevo desayuno, almuerzo y té a media tarde a la cama, en una bandeja verde con un mantel floreado. Todos los carbohidratos juntos en un mismo plato; rebosante de fideos en una salsa de aceite con papas fritas y un pedazo de carne que parece haber sido freído en una paila de gitanos; pedazos de tortas de dudosa procedencia y antigüedad e interminables vasos de coca cola. Yo ni siquiera me detuve a pensar en la inexistencia de esfuerzo físico en mi vida, ni en las consecuencias de tragar como un maldito monstruo obeso.
Total, dentro de mi consciencia y en realidad dentro de la consciencia colectiva de todos aquellos que tienen más o menos mi edad, me creo inmortal. No importa si en el carrete de anoche me fumé una cajetilla completa y además tuve el descaro de pedir unos cuantos más a mis amigos, porque realmente no creo que me muera el día de hoy por un cáncer al pulmón fulminante que se desarrolle a la hora de almuerzo. Tampoco creo que moriré por un coma etílico chelístico, ni por una gripe ganada por tirarme a una piscina congelada a las seis de la mañana. Es más, ni siquiera creo que me muera por andar manejando un auto demasiado pequeño y excesivamente chocable a altas horas de la madrugada.
Pero no es que yo quiera exponerme a una muerte súbita por exceso de colesterol ni ser arrollada por un camión de Lipigas, sólo que creo que no es posible tener tanta mala suerte. Si bien la muerte es un tema de discusión recurrente entre mis neuronas cuando estoy a punto de dormir, no creo que ésta se abalance sobre mí y me arrebate la vida así como así. O por lo menos eso creo.

No hay comentarios: