miércoles, 30 de septiembre de 2009

Diario de una flaca que se cree gorda

Me desperté como siempre, abrí los ojos y me vi a mí misma reflejada en un sueño azul desproporcionado. El sentimiento de gordura otra vez, rondando de manera sicótica entre los más recoditos resquicios de mi conciencia. El azul en mi inconciencia, claramente, porque desde pequeña he creído que parezco una ballena asesina.
Definitivamente mi condición de obesa mental me ha mantenido alejada de una serie de cosas que se unen como si estuvieran pegadas por una cuerda de chocolate.
Me gusta salir a vitrinear ropa, pero me baja tanto el ánimo, me siento tan mal como si hubiera salido sin hígado de mi casa, siento que en cualquier momento me puede dar una falla hepática y tener una muerte súbita de futbolista negro y morir. Pero asumo que debo ir al centro para comprar la ropa de la tienda de Satán. Cuando llego a la tienda y elijo todas las falditas con puntitos y poleritas con brillitos que se vean más o menos XXL, las llevo probador pero allí las cosas no me cierran del todo bien. Peleo con los botones, le echo una cantidad irreproducible de garabatos a mi propio estómago y termino sentada en el suelo, chascona y con lágrimas en los ojos. Pero de pronto una llamita de esperanza se prende en mi ser interior, me ilumina en mi completo estado de hipnosis, como el nirvana de la estupidez, una voz me susurra al oído: “algún día podré ser flaca, no tengo que botar la ropa que me aprieta como paté porque algún día volverán a quedarme”. Y ahí me quedo pensando. Revolviendo mi cartera esperando encontrar alguna pastilla de naranja o azúcar en dosis pequeñas similares. Como una lombriz solitaria, pero obesa.
He pensado en no ir a la fiesta de la flaca Tere. Primero porque la mamá de la flaca Tere es de esas señoras rubias y raquíticas que se pasean en ropa deportiva todo el día, pero que uno sabe que es una empresaria exitosa, o algo así como de película. Y además su flacura me da envidia. En fin, la fiesta de la flaca Tere es con piscina, y todas las amigas de la flaca Tere son flacas como la Tere, al lado de ella yo parezco un tiranosaurio de esos de cuello largo que parecen vacas extraterrestres.
Así es como mi gordura me ha condenado a comprar ropa que no puedo ponerme sin temor a sufrir de bullying, tampoco puedo ir a fiestas que pongan en evidencia mi completo estado de sobredosis de células, en el fondo, estoy soberanamente cagada en la morbidez.
Mi bovina figura se pasea por toda la escuela, imponente como un hipopótamo, haciendo crujir cada pedazo de baldosa rosa, pero a mi no me importa. Asumo mi gordura, la reclamo pero la asumo con dignidad, porque antes de ser cetácea, soy persona con inteligencia similar a la de un rinoceronte, y siento que se me da bien asociarme con animales grandes debido a nuestras proporciones similares.
Pero así es mi día generalmente, me gustaría quedarme y explicarles cuán gorda en situaciones incoherentes me siento durante la mayor parte del tiempo. Mi gordura no tiene límites, y lo peor de todo es que aunque pese 39 kilos y se me vean claramente los huesos de las rodillas, no me hará feliz. Porque nunca se puede estar lo suficientemente flaca, y siempre hay una Flaca Tere al lado que te recuerda que la delgadez se vendía con promoción con el alma y los que llegamos tarde jodimos. Nos quedamos gordos de por vida, sufrientes, con remordimientos de tan solo ver un pan, y mejor no sigo porque esta es una tortura para mi obesa cabeza. Fin.

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