martes, 30 de septiembre de 2008

Conclusión Septembrera

Septiembre se pasa volando. No es que la gente esté volada por la vida consumiendo sustancias ilícitas (o lícitas, hace poco descubrí que gente que conozco suele salir a volar, inhalando residuos de corrector líquido) pero al fin y al cabo, se pasa literalmente volando.
Son las consecuencias de un mes patriota que no dejó indiferente a nadie (tal vez sí al viejito pascuero, que le importa un cuerno que hayan doce banderas chilenas flameando por cuadra).
El caso es que cada agosto de cada año, me preparo psicológicamente para afrontar el noveno mes del año con la esperanza de que se me alargue un poco más. Porque soy una persona con muchas ideas, y que siempre lleva una libretita en la cartera para anotar ideas, encuestas y nombres extraños para añadir a mi libro de cuentos infantiles que sólo leeran mis bisnietos en mi lecho de muerte. En fin, se pasa tan rápido septiembre que pareciera que me tragué dos empanadas de pino, hice un salud con la familia sin notarlo y ya me encuentro de vuelta en la realidad poco alentadora de sortear una serie de ramos en tan poco tiempo.
¿Qué pasaría si el día tuviera treinta horas? ¿Pasaría seis horas más como imbécil escuchando música de tendencias homosexuales, escribiendo como una literata frustrada? Creo que si el día tuviera treinta horas, seguiriamos todos igual de cansados, porque esas horas recortadas las usariamos para drogarnos las cabezas y consumir más de esa porquería audivisual que nos atora las ideas.
Septiembre es un mes adorable. Aunque está cientificamente comprobado (y eso me recuerda a mi profesor de Filosofía que insiste en convencernos de que no debemos creer en nada que no haya sido comprobado ante nuestros ojos), está comprobado que los suicidios se incrementan en un porcentaje alarmante. Tengo una teoría interesante al respecto, ya que personalmente me declaro una psicodepresiva climática, realmente me afecta que corra tanto viento, no es agradable mirar por la ventana y ver quince volantines enredados en los cables telefónicos, y peor aún es que ni siquiera los puedo ver porque me dedico a estornudar como si tuviera la nariz puesta sobre pimienta pura. La gente se suicida porque es alérgica al polen y no pueden soportar salir a la calle con sus narices rojas al más puro style de Rodolfo el reno rebelde.
Intento autoconvencerme de que no es una buena idea lanzarme del decimo segundo piso porque primero; se lo prometí a mi mamá cuando nos vinimos a vivir a este departamento. Me hizo requetejurarle de guata que jamás, por muy embarazada, por muy drogada, por muy estresada, por muy atrapada, jamás de los jamases me lanzaria al primer piso. Y segundo porque no sería un bonito espectaculo quedar desparramada como un frasco de salsa de tomátes con visceras a vista y paciencia de los seniles vecinos, que morirían de un paro cardiaco al ver mi cuerpo mutilado exascerbado de grasas adiposas.
Pero septiembre (o "setiembre" como solía decir un antiguo profesor de Historia y uno que otro abuelito) es un mes bonito para compartir en familia. Lastima que se nos fue tan rápido. El próximo será igual de veloz y no quiero ni pensar en el subsiguiente. Ojalá no se repita la historia de las servilletas de seda con bordados de oro que llevaban escritas las iniciales del presidente de la república que gobernaba en aquel entonces (no recuerdo su nombre) para el primer centario de nuestro país. Murió de manera tan imprevista que, sin poder hacer un cambio de gobernante como Dios manda, pusieron a un reemplazante cualquiera que tuviera las mismas iniciales del presidente que se fue el patio de los callados, para así no tener que mandar a hacer las servilletas de nuevo.
Viva Chile... en mierda.

¡Salud!

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