miércoles, 3 de septiembre de 2008

El Confort celeste

En mi familia convivimos cuatro personas. Mi madre Marisol (sí, la que es conocida como Marisour entre mis amigos), el Osman mi padrastro (horrible palabra para tan buen hombre), mi hermana Gabriela (ese eslabón perdido pero adorable) y yo.
Nosotros, como miembros de esta familia pequeñita, siendo cada uno un convaleciente de pasados entornos familiares desastrosos, nos organizamos para llevar la fiesta en paz cuando ello es posible.
Cuando hay tiempos sin nana, (las nanas desparecen por extrañas circunstancias) todos nos repartimos el trabajo para poder mantener las cabezas fuera del desorden gravitacional, y tratamos de sobrevivir entre miles de revistas esparcidas en el baño de la Marisol, entre los millones de cables del Osman, la desmesurada cantidad de retazos de género de mi hermana y… bueno, ya entendieron la idea.
Personalmente, en tiempos de vacaciones como éste, las labores domésticas se me hacen facilitas de sobrellevar, es cosa de despertar media hora antes de que todos lleguen a almorzar y hacer fideos. Aquí todos somos unos pobres guatones adictos a las pastas. Fideos con salsa de tomátes, fideos con crema, fideos con mantequilla, con tomate, con ají, mostaza y lo que haya en la despensa. Aunque no crean que soy totalmente inútil, soy la mujer más veloz para hacer roscas, puedo hacer 100 en 15 minutos, y mi budin de zapallo italiano es un deleite al paladar más sofisticado.
Bueno, el caso es que a mi no me gusta hacer el aseo. ¿A quién le gusta hacer aseo? Sólo a las señoras que escuchan la radio Pudahuel y se dedican a hacer vida social con otras vecinas y después se juntan a ver Pasiones. A mi no me gusta hacer el aseo. Pero me gusta “hacer como que hago el aseo”. Es fácil, pasar la aspiradora y echar desodorante ambiental. Pero lo que quería comentarles queridos contertulios, es que hay ciertas cosas que como suplente de asesora del hogar no comparto para nada. Empezando por el baño, no soporto que el papel higiénico sea celeste. Mamá, ¿por qué compraste confort celeste? ¿Sabías que por cada confort celeste, doce focas mueren de hacinamiento? Además, el confort celeste es inútil, al final, nos limpiamos nuestros gordos traseros con papel y colorante. Una falta de respeto para las focas y para el trasero familiar.
No es por ventilar nuestra realidad familiar, pero ese desodorante ambiental a pila que está en el baño, es diabólico. Se encarga de lanzar perfume en el momento menos indicado. Cuando me cepillo los dientes y abro la boca para mirarme mis muelas del juicio, el maldito sicópata desodorante ambiental me lanza su líquido en la cara. Y yo grito aterrorizada, mientras observo con pánico como una luz roja parpadea en el envase. La próxima vez no se salvará de que lo lance por el inodoro.
En el lavadero, las cosas no son mejores. El tendedero se desarma si lo miras, y después tienes que lanzarle unos golpes karatekas para volver a armarlo. En la cocina paso más rabias que en ningún otro lugar de la casa. Cada uno debería lavar su taza después de usarla, pero no, la pollito está de vacaciones así que ensuciemos cuarenta tazas si total, ella después lava. ¿Sabían que mi crisis nerviosa hace que me muerda las uñas hasta los nudillos? ¿Saben como duele el detergente de loza? Seguramente ustedes dirán: no te muerdas las uñas. Pero como quieren que no me las muerda, si me muero de hambre (sé que mi madre está leyendo esto en la oficina y se le contorsionó la cara “cabra de mierda malagradecida, la voy a llamar para retarla”). Bueno, exageré un poquito. Sí hay comida, pero no haya galletas constantemente y eso influye en mi estado emocional. Aunque el queso parmesano no ha fallado en varias semanas y por eso, te mereces una carita feliz mamá.
Al final, creo que tenemos suerte. Porque de que todos tenemos la media cuea, la tenemos.

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