domingo, 28 de junio de 2009

Disney stupids kids: JONAS BROTHERS EN CONCIERTO

Es increíble que ya no se vea a ninguna niñita yendo al colegio con una mochila de Mickey Mouse. Ya quedan pocos vestigios de los personajes animados de Disney que acompañaron y vieron crecer varias generaciones de niños ilusionados con Dumbo, la sirenita y el pato Donald. ¿La razón? Muchos se dieron cuenta de que el polvo de hadas de Peter Pan no era más que una fantasía retórica y optaron por el rock.


Sí, yo lo asumo, fui a ver a los Jonas Brothers. Y más encima escribo esto en la capital inundada de smog y Transantiagos ruidosos. Esta es realmente la ciudad de la furia y la euforia. El miércoles pasado se gestó en la capital uno de los movimientos púberes más grandes de los que se registre antes de los Backstreet Boys o Rebelde. Vinieron los Jonas Brothers a Chile, acompañados de la siempre linda Demi Lovato, quienes se tomaron el club hípico y lograron reunir más de cuarenta mil fanáticos que cantaron cada una de las canciones, sin olvidar de gritar lo más agudo posible entre tema y tema.
Personalmente, no me gustan los Jonas Brothers. Los encuentro un trío de hermanos evolucionados de los Hanson, pero mucho más guapos y con mucho estilo para llevar sus prendas de vestir modernas y setenteras al mismo tiempo. Tienen angel, sus caras son redonditas y bonitas, al punto de preguntarme cómo serán sus progenitores de hermosos para haber creado semejantes hijos.
Y pese a que no me gustan, lleve a la Gaby (preadolescente que aún no cambia la voz y se muestra reacia a andar sin los audífonos pegados escuchando todo lo que ha manufacturado Disney) a ver el maldito concierto. Ella lo consiguió, tiene trece años y vio a su grupo favorito en vivo, mientras que yo, con nueve años más, lo más bacán que he visto ha sido Miguel Bosé. Por dos motivos: porque me regalaron la entrada y porque la mayoría de los grupos musicales que me gustan están muertos o lo último que planean hacer es venir a Chile.
Pero ellos se retuercen al escuchar, desde ultratumba, como estos jovencitos cargados de bebidas energéticas se mueven eufóricamente de un lado al otro del escenario, mientras hacen piruetas y no dejan de gritar todo el tiempo, la única frase que estará en mi subconsciente hasta que el Alzheimer me consuma: “We love you guys”. Los queremos chicos. Y vamos cantando música basura con compases iguales, creados en serie, para todas las canciones del mismo álbum que vendió más que la misma Biblia.
Para entrar y tener un asiento relativamente decente en la tribuna, llegamos a las tres de la tarde en punto. Como somos parte de esta idiosincrasia rota, nos colamos en una fila y logramos meternos casi de los primeros. Cuando tú entras al club hípico, te conviertes en un caballo de forma inmediata, tienes que correr para alcanzar un buen lugar, sin importar si botas a una niña de cuatro años o atropellas a un perro. En estas instancias cargadas de emoción fanática, da lo mismo a quien mates en el camino, la idea es llegar al asiento y quedarte ahí, aguantando las ganas de ir al baño un poco más de seis horas y rogándole a Dios que el cáncer a la piel te consuma pronto, en vez de seguir soportando a las menores de edad alteradas porque a lo lejos se ve algo parecido a Joe Jonas.
Luego que estas instalada en tu asiento de tribuna, te dedicas a observar. Es lo más entretenido de todo porque logras reflexionar sobre ámbitos de la vida que el papá siempre insiste en que piense y nunca lo hago. Y me doy cuenta de que quiero tener un buen sueldo a futuro, por si tengo hijos y quiero llevarlos a un concierto, para llevarlos al sector Premium, con una nana que lo cuide, mientras me voy de happy hours con las amigas.
En fin, casi a las seis de la tarde, ya habían cuatro desmayados. Pero los desmayados tenían estilo, los sacaron como sendas estrellas de rock infiltradas en la multitud de la cancha, sobre los brazos de los fanáticos. Me vendieron una cajita miserable de pop corn en dos lucas y gracias a Dios me aguante las ganas de prender un cigarro, porque una apoderada dos gradas más abajo tuvo la misma idea y fue lapidada por un centenar de preadolescentes con tendencias ecológicas. Miren a las muy perlas, les doy dos años con suerte, y las veremos botadas en las discopeques, intoxicadas con cigarro y vaya uno a saber cuánta porquería fumable.
Cuando los Jonas Brothers salieron al escenario, comprendí donde mierda me había venido a meter. Es una energía tan potente la que se siente en un concierto de estas magnitudes, sientes que las tripas se te van a salir por las orejas y no sabes donde fijar la vista porque todo te encandila o todo te parece extraño. Miré a mi derecha y había un jovencito (sí, un hombre) de unos quince años, que lloraba como chancho en matadero, a mi izquierda, mi hermana vociferaba una y cada una de las canciones y mi panorámica general se reducía a puntos de colores saltones y chillones.
Cincuenta y cinco minutos después, me encontraba sentada en la grada y lo único que veía era el trasero de una señora que no paraba de moverse como una gran jalea industrial. Me fumé dos cigarros y me comí un chupete mientras reflexionaba en mi desesperado intento de aguantar las ganas de hacer pipí. ¿Creen que es muy fácil hacer pipí en un concierto? El pipí hay que aguantárselo sí o sí, no te queda más remedio que hacer de cuenta de no tienes vejiga, o simplemente salir a buscar un baño, perderte y luego aparecer en las cajitas de leche como una persona estúpida y extraviada.
Finalmente, el hermano más chico de los Jonas, empezó a dar pena con la cosa de su enfermedad (tiene cáncer a la próstata, sindrome premestrual y déficit atencional) ¡¡mentira!! Sólo es insulino dependiente, algo sumamente tratable, y con los millones de dólares que tiene, podría pagarle a un enano de la india montado en un unicornio para que le ponga la inyección, aún así, hizo llorar a todo el público.
Sinceramente, lo único bueno de ir a ver a los Jonas Brothers fue que de lejos creí ver a la Julita Astaburuaga y al Lucho Jara, tomé varios Starbucks y di vueltas por tiendas bonitas en la capital nacional. Más allá de eso, escuchar un disco de los Jonas es igual o más fome que ver a la directora de mi antiguo liceo, completamente desnuda.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

no seas tan mala

Anónimo dijo...

no sabes de musica buuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu.................!!!!!!!

GabieDeJonas dijo...

Yaaaaaaaaaa xD Es mi hermana! Yo soy la Gaby! xD Y me jodi de la risa =P XD Tengan sentido del humor ;)