martes, 20 de mayo de 2008

Pottermaniáca obsesiva

Soy fanática de Harry Potter. Me considero una viciada de las palabras de Joanne Kathelen Rowling y entiendo que lo pueden estar pensando.
Hay un gran prejuicio con respecto a los Pottermaniácos. Que somos pernos, que no tenemos vidas, que nos disfrazamos como idiotas para los estrenos de las películas, que tenemos fans clubs donde nos dedicamos a hablar de lechuzas y nombres ridículos de encantamientos imbéciles.
¿Y saben qué? Tienen toda la razón. Uno es medio estúpido al desarrollar un fanatismo desenfrenado. Pero les hablaré de mi historia con Harry Potter.
Yo tenía once primaveras (la edad justa en la que la historia de Potter comienza a desarrollarse) y lo que más quería era un libro de Barbie para pintar. Caminábamos por el mall con mi madre y yo le pedía que fuéramos a la librería. Para mi una librería es la máxima expresión de la felicidad. El olor de los libros hechos de ronéo es una cosa fuera de este mundo. En fin... entramos a la librería y no habían libros de Barbie para pintar. Pero el tipo le contó a mi mamá que acababa de llegar un best seller que se trataba de un joven mago que vivía aventuras insospechadas y mágicas.
Mi mamá me lo compró y me lo leí el mismo día. Comencé a rayar la papa pesado, yo realmente esperaba mi lechuza, invitándome a ser parte de aquel mundo paralelo en dónde existían elfos domésticos y unicornios celestes. La carta nunca llegó, pero sí el tercer volumen de la saga (mi madre me regalo el tercero y luego el segundo, por lo que podrán concluir que no entendí ni un rábano de nada), luego me regalaron el segundo, lo leí y releí el tercero. Y me estanqué en un universo abstracto de conjuros y hechizos. Me enamoré de Daniel Radcliffe, aluciné con los trenes y realmente creí en fantasmas.
El cuarto libro llegó porque meme internacional, en Buenos Aires lo vio en una vitrina y se lo trajo a su hija primogénita. Oh, recuerdo no haber dormido y comido durante casi veinte horas, porque lo leí de corrido y lloré a moco suelto cuando murió Cedric.
El quinto fue más místico. Con el asuntito del Internet yo sabía que se publicaba en inglés y varios meses después aparecía la versión latinoamericana. Pero yo no quería esperar, así que le rogué a mi madre que se metiera a Amazon y me lo comprara vía online. Me mando a freír monos a África. La amenacé con suicidarme de distintas maneras, como quemarme a lo bonzo, dejar de comer y con tragarme todos los fármacos que encontrara en el baño. Pero la respuesta fue un rotundo no. Al segundo día de publicación, me fui a acostar a eso de la media noche, levante mi almohada para sacar mi pijama de pequeño pony y ahí estaba mi Harry Potter and the Order of the Phoenix, versión británica, reluciente sobre mi pijama rosado. Mi madre me lo había comprado.El sexto libro llegó a mis manos de igual manera en inglés, sólo que sin la emoción de encontrarlo en el lugar más insospechado. Lo mandé a reservar en una librería de Santiago y me llegó el mismo día por flete en avión. Y el séptimo libro de igual manera. Sólo que cuando a los meses después lo compré en español, me dio una crisis de colon irritable que me tuvo en cama mágicamente durante el tiempo que me demoré en leerlo nuevamente. Y ése libro quedo inservible, mojado de tanto llorar.
Lo que me marca de este asuntito de Harry Potter, es que durante mi peor época (frenillos, chasquilla y sobrepeso) fue casi lo único que logró desviar mi mente en otra cosa que no fuese la ansiedad de tragarme todo lo que veía. Creo que el texto de Rowling fue casi una terapia constructiva para mi. La mejor dieta, la mejor manera de reforzar mi memoria (no crean que fue fácil memorizar con setecientos sesenta y tres nombres pelotudos que aparecen durante el libro) ayudó a mi desastrosa ortografía y hasta mejoró mi caligrafía (solía escribirle cartas a Daniel Radcliffe pero nunca se las mandé, primero porque jamás le llegarían y segundo, porque mis cartas hablaban acerca de planes maquiavélicos de secuestrarlo y llevármelo a una isla donde jugara con su escoba mágica y me recitaba hechizos tontos).Aprendí de a poco que el fanatismo desenfrenado no es bueno. Es algo tóxico que puede llevarte al psiquiatra varias veces, a pegar posters en las paredes, a creer que tu vida tiene sentido sólo porque conociste aquel objeto de admiración. Cuando la vida real, es más mágica y más increíble que cinco mil doscientas treinta y nueve páginas de un libro que, al fin y al cabo, sólo fue tinta y papel. Mucha tinta, y mucho papel.

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