martes, 20 de mayo de 2008

Capítulo dice. Testamento a Rosalinda.

Creo que pocas veces me he sentido así de triste Rosalinda. Como cuando la vida te hace una zancadilla, te caes y tienes miedo de levantarte por temor a descubrir algún hueso roto o alguna herida profunda. Eso es lo que yo siento cada vez que recuerdo su voz grave y su acento indefinido. Me llama a veces por las noches a recorrer mis sueños y sus parábolas. No entiendo que me quiere decir, ni porqué me toca de esa manera tan enajenada.
No recuerdo su última frase, ni el sabor de sus besos. Sergio dejó su perfume impregnado en el chal beige que solía recorrerme cuando el frío inminente me calaba los huesos y la esperanza. Tenía fe en que las cosas marcharían bien, siempre y cuando una taza de café en la porcelana vieja le entumecieran las manos y las ideas. Pensé que podría retenerlo. Tenía miedo aquella tarde de junio en que se despidió con un beso fugaz y me dijo que ya no me quería. Lo busqué en el cobertizo y lo encontré cabizbajo mirando un desnivel de tierra a los pies de aquel manzano. No me dio explicaciones de su abrupta decisión y se marchó. Me quedé sola durante setenta años y encinta.Ahora en mi lecho de muerte te escribo Rosalinda, para contarle linda que no existe Rosa alguna que sea más hermosa que tu, bisnieta querida. Unico fruto de Sergio y la mala suerte en el amor que cubrió mis empolvadas piernas ahora enquencles y marchitas. Jamás nunca sabré que fue de aquel hombre, pero quiero que sepas linda que todo lo que queda en el testamento, es ahora parte de tu providencia. Encárgate de darme un velorio cristiano como corresponde y ponme en alfeizar el retrato de mi semblante a los quince años. Sé que tu bisabuelo me espera bajo el manzano, y sé linda que yo esperaré por ti.

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