martes, 21 de diciembre de 2010

Mini novela futurista

Cuarenta y ocho grados Celsius a la sombra. Antofagasta ofrece un panorama desolador desde la altura. Miles de edificios metálicos y brillantes se empinan desde todas direcciones. El desierto árido se ha fundido con placas de vidrios rodeando varios kilómetros de costa adentrándose hacia la cordillera. No hay peatones en ninguna de sus calles. El silencio lo cubre todo con su espectro sobre el asfalto intacto. Pareciera que nadie lo ha pisado en décadas.

Hace cien años se alertó a la población mundial que el sol además de producir envejecimiento prematuro de la piel, causaba cáncer progresivo en cuestión de minutos, provocando una degeneración impactante con daños irreversibles e incluso mortales. En ese entonces, el mercado ofreció una serie de productos para el cuidado de la piel, sin embargo, nada de aquello surtió efecto y la humanidad optó por refugiarse de los rayos del astro, escondiéndose tras gruesas placas de grandes edificaciones durante el día.

- Entonces ¿ya es seguro? – preguntó Matilde con ansiedad mientras sostenía en alto una probeta en el laboratorio en donde trabajaba hace ya nueve años.

- Al parecer sí – respondió Lorenzo – al menos eso acaba de llegar a mi dispositivo de mensajería instantánea. La ONU lo aprobó, incluso creo que la Iglesia no puso reparos.

- No puedo creerlo – respondió Matilde, tomando asiento y llevándose una mano al pecho, profundamente impactada ante la noticia entregada por su colega.

- ¿Por qué te parece tan extraño Matilde? – Preguntó Lorenzo, mirándola fijamente – a mí lo que me parecería extraño es que esto no se filtrara a la prensa mañana a primera hora. Últimamente las noticias sólo hablan de tormentas solares, el hecho de que se realice la primera clonación con rescate de memoria en Chile me parece histórico.

- ¿Quién más lo sabe? – preguntó Matilde, haciendo caso omiso a la respuesta de Lorenzo.

- El cuerpo científico de Santiago y su sede del norte, o sea, nosotros. Y bueno, la ONU, los consulados, el Vaticano y esas cosas. ¿Pasa algo? Estás extraña.

- No es nada, no te preocupes – respondió enérgicamente mientras esbozaba una sonrisa falsa – es sólo que me parece increíble que por fin… - sus palabras quedaron silenciadas por el sonido del dispositivo de mensajería que portaba en su cinturón - ¿aló? Sí, acabo de ser notificada, enseguida voy hacia allá – cerró el dispositivo y miró a Lorenzo – Perdóname, tengo que irme. Soy parte del comité de restauración y solicitan mi apoyo de inmediato.

José fue asesinado hace doscientos años en Antofagasta. Sus restos fueron encontrados dentro en una bolsa plástica enterrada varios metros bajo la arena, a poca distancia del monumento nacional La Portada. Su familia, desconsolada y sin lograr comprender porqué José había sido brutalmente asesinado, luchó durante años por tratar de resolver el enigma de su deceso por medio de complicados procesos legales que finalmente no arrojaron nada. El caso nunca se resolvió y todo quedó olvidado entre carpetas salpicadas de tiempo, arena, soledad.

Tras dos siglos y gracias a los avances tecnológicos propios del siglo XXIII, José sería el primer chileno clonado en su propia tierra, todo bajo rigurosos proyectos científicos desarrollados a través de muchos años de estudio. El rescate del cuerpo era el primer paso y el más fácil, pero el proceso de restauración de la memoria era la etapa más complicada de ejecutar. Retomar los recuerdos y conocimientos de una persona fallecida parecía ser un cuento utópico, sin embargo, expertos lograron encontrar la forma de sustraer una partícula del ADN de la que se tuvo total desconocimiento durante toda la historia de la ciencia mundial. Esta partícula partió como un mito, la religión intentó callar los rumores de la capacidad vital de esta nueva e impactante revelación a favor de la humanidad, pero finalmente la religión alrededor del mundo perdió adeptos y la fe quedó sepultada bajo la supremacía de la ciencia.

- Tenemos los restos de José justo aquí – señaló el director del proyecto, un hombre alto e imponente, vestido de riguroso blanco y con guantes transparentes en ambas manos, mientras abría una caja metálica ante la expectación de sus colegas – Un pequeño experimento para el hombre, un gran salto para Antofagasta – bromeó con una gran sonrisa escondida bajo los bigotes.

- ¿Quién iba a pensarlo? mis tatarabuelos se emocionaron cuando clonaron una oveja y ahora veremos resucitar a una persona, me parece increíble – murmuró una voz tras Matilde.

Sin pronunciar ninguna palabra durante el proceso de recolección de los restos, Matilde observó expectante como el director del proyecto de restauración colocaba pequeños fragmentos de osamentas dentro de sofisticados equipos. La mayoría de ellos consistían en aparatos metálicos de grandes proporciones con muchísimos botones y fuentes de colores que contenían líquidos y sustancias gaseosas suspendidas y en constante movimiento.

- ¿Pueden creer que esto toma menos de dos horas? – Murmuró el director, mientras presionaba algunos botones y sacudía el polvo de sus guantes – antes del mediodía, José estará dictando una conferencia y tal vez se tome un café con nosotros y nos cuente que tal se está en el cielo – soltó una carcajada bastante larga, mientras el resto de los miembros del comité de restauración comenzaban con los abrazos protocolares, mientras salían del laboratorio, abandonando la construcción del cuerpo en la capsula sellada.

Matilde se quedo de pie en el mismo lugar. No quitó la mirada de la capsula que regularmente emitía una serie de sonidos acuosos. Transcurridos algunos minutos, se acercó a las paredes del laboratorio, paredes que consistían en un grueso vidrio polarizado que daba la extraña sensación de estar a punto de caer al vacío. Se encontraba rodeada de cientos de edificios de iguales condiciones. Todas eran enormes construcciones hechas de espejos que creaban ilusiones ópticas.

Se encontraba en el piso setenta y desde allí lograba observar la ciudad en plenitud. La soledad recorría todos sus recovecos, durante un momento recordó las fotografías que sus antepasados guardaban en arcaicos aparatos computacionales, cuando la ciudad contaba con mercados al aire libre y podían comprar algunas frutas en las esquinas. Cientos de imágenes de personas disfrutando del sol y la playa, andando en bicicleta y paseando a sus mascotas, fueron imágenes irreales, como sacadas de una película que alguna vez vio pero que no recordaba con exactitud. Aquellos recuerdos que no le pertenecían le parecían extraños pero por alguna razón, muy cálidos. Y se preguntó, por primera vez, qué pasaría cuando su tatarabuelo abriese los ojos y comprendiera que el mundo al cual fue obligado a volver, no fuese aquel que vio por última vez. Un estremecimiento recorrió su espalda. Ahora sabría quien le quitó la vida, lo sabría de su propia boca, vería y oiría a un hombre que conoció una realidad absolutamente distinta, podría tocarlo y sentir en él los abrazos de las generaciones perdidas de su sangre, sentir en él la presencia de sus padres que la abandonaron cuando era pequeña, ver en él los ojos de su bisabuela, la mujer que la crió hasta los siete años y de quien heredó las penas por su padre y tatarabuelo asesinado.

- Matilde – murmuró Lorenzo desde la puerta – ¿Me puedes explicar qué pasa?

- Es mi tatarabuelo – murmuró sin vacilar – voy a conocer a mi tatarabuelo.

- ¿De qué estas hablando?

- El hombre que estamos clonando es mi tatarabuelo.

Lorenzo la observó perplejo durante un momento. Se acercó a ella y la abrazó. Matilde respondió al abrazo mientra se enjugaba algunas lágrimas.

- No sé que pensar – sollozó – yo creía que había algo más allá de la vida, no sé, pese a que siempre he sido una mujer de ciencia, he guardado una esperanza por la humanidad, no puede ser que luego de morir todo se ponga oscuro y no exista nada más.

- Tranquila Matilde – le respondió su compañero, mientras sacaba su pañuelo de tela del bolsillo y repasaba sus lágrimas – Hay algo más. Tiene que haberlo, si no fuese así, tu tatarabuelo no volvería.

- Tengo miedo de escuchar lo que tenga que decirme – comentó Matilde, soltándose del abrazo de su colega y caminando alrededor de la capsula – tengo miedo de saber qué fue lo que le pasó ese día, cuando lo mataron…

De pronto se abrió la puerta del laboratorio y entró el director junto a un séquito de especialistas en restauración. Todos cargaban con un dispositivo de mensajería en las muñecas, al cual acercaban a sus bocas y murmuraban una serie de frases que quedaban registradas como una bitácora de voz.

- Se acabó la espera amigos, estamos a punto de hacer historia en Chile – dijo el director, con voz potente mientras abría los brazos – por primera vez sabremos qué fue lo que pasó con José, qué hay más allá de la muerte y que nos depara como humanidad luego de esta revelación.

- Señor director, no creo que sea pertinente que José despierte en este lugar – dijo repentinamente Lorenzo, causando asombro entre los miembros del comité. Matilde lo observó impactada – Creo que es necesario llevar la capsula a algún lugar en donde él se sienta cómodo. Recordemos que han pasado doscientos años, el impacto puede causarle un shock.

- Bien pensado Lorenzo, estarás a cargo del traslado – sentenció el director – no estaba dentro de la planificación, pero bueno, supongo que hemos perdido la sensibilidad - sonrío durante un momento y luego adoptó una expresión de seriedad impuesta - Estarán de acuerdo colegas, que nos traslademos juntos hacia la estación verde, allí hay algunas plantas subterráneas y algo de la mejor luz artificial, estoy seguro que José se sentirá cómodo allí.

- Disculpe, señor director ¿puedo acompañar a Lorenzo en el traslado? – murmuró Matilde, sin levantar la mirada del suelo.

- Había pensado que quizás podrías ayudarme a elaborar el informe médico Matilde – le respondió éste – sabes que eres la mejor redactando esta clase de proyectos. Podríamos hacerlo mientras nos trasladamos, así ganamos algo más de tiempo.

Matilde asintió con la cabeza, levantó la mirada encontrándose con la de Lorenzo, quien le devolvió una leve sonrisa.

El móvil de traslado consistía en una plataforma aerodinámica polarizada con sólo una rueda esférica en el centro. Lorenzo lo conducía a través de una pantalla digital en la comodidad del asiento trasero. Junto a él se encontraba la capsula con el cuerpo de José, completamente reconstruido y algo difuso entre líquidos color piel. Lorenzo presionó algunos botones en la capsula, dando término al proceso de restauración. De pronto ésta se abrió.

Los ojos de José se abrieron lentamente en la penumbra de los asientos de cuero negro. Lorenzo lo observó con tranquilidad, mientras el líquido escurría entre su piel agrietada y carcomida por el tiempo y el agua.

- Quédese donde esta y no se mueva – le dijo Lorenzo con decisión.

José abrió completamente los ojos y con espanto, reconoció el rostro del hombre que lo observaba sentado frente a él.

- Eres tú – murmuró José con una voz que denotaba esfuerzo – eres tú.

- Cállese y escuche – le dijo Lorenzo, acercándose a la capsula – no voy a dejar que sus estúpidos recuerdos destruyan la memoria de mi tatarabuelo.

- Eres… – murmuró el hombre, sin lograr terminar la oración, mientras su rostro completamente drenado comenzaba a mostrar horror.

- Sí, también me llamo Lorenzo, como mi tatarabuelo. Sé que usted lo conocía, también conozco bien la historia – comenzó a explicar Lorenzo, mientras los ojos y la boca de José comenzaban a mostrar el miedo – Ustedes fueron socios, claro que nadie conocía esa alianza, por supuesto, porque era ilegal. El tráfico de drogas en esos años era penado por ley, pero el peor castigo era el social, como lo sigue siendo hasta hoy, por eso no puedo permitirle que viva.

- No entiendo nada – murmuró Jose.

- Le explico don José; mi tatarabuelo lo mató a usted para salvar su reputación. Su familia lloró su muerte, pero nada nunca se supo, o bueno por lo menos hasta hoy que lo hemos traído de vuelta – Lorenzo prendió un cigarro largo y angosto que emitía bocanadas de color negro – sí, usted es el primer chileno en completar el proceso de clonación con rescate de memoria, se supone que un comité estaría presente en su resucitación, pero yo no puedo permitirlo.

- ¿Estuve muerto? – preguntó José

- Muerto y enterrado, durante muchos años – respondió Lorenzo.

- Estas bromeando – murmuró el hombre, comenzando a mover la cabeza con cuidado – si sólo estaba dormido, siento que he dormido una larga siesta.

- Sí, una siesta de varias décadas don José, pero no se preocupe, volverá a dormir enseguida, yo me ocuparé de ello.

De pronto el vehículo se detuvo y Lorenzo se puso de pie, sacó un traje completo y delgado de un compartimiento bajo el asiento, se lo puso con rapidez y luego se colocó unos anteojos grandes de color rojo. José lo miraba con espanto. Abrió la puerta del vehículo y el sol entró como una ráfaga de fuego.

- Pensé que sería mas tarde, pero es mejor así, tardaremos menos en que su cuerpo se destruya - dijo Lorenzo, hablando más hacia sí mismo que hacia José.

José cerró los ojos. Tardó un segundo en comprender que volvería a dormir y sintió que su alma estaba en paz. Cruzó los brazos en su pecho mientras Lorenzo arrastraba la capsula hacia el desierto árido y el sol comenzó a quemar su rostro. Su piel comenzó a enrojecer con una rapidez alarmante, luego comenzó a quebrarse y finalmente comenzó a desfigurarse provocando una serie de ampollas en todo su cuerpo. José no emitió ningún sonido de dolor o desesperación, sólo cerró los ojos mientras su pecho agitado comenzaba a convulsionar, hasta que tras quince minutos de silenciosa agonía, dejó de respirar.

Lorenzo lo observó con desprecio y luego lo arrastró durante horas a través del desierto cargando una pala a cuestas. Caminó hasta perder de vista el vehículo, sosteniendo en su otra mano el dispositivo de mensajería que le indicaría el camino de regreso. Una vez que halló un sitio desolado en la inmensidad de la pampa, comenzó a cavar. Lo hizo durante varios minutos. Abrió la capsula para contemplar los restos carbonizados del cuerpo inerte de José, luego lo cerro y al lanzarlo hacia el fondo del agujero, una parte de la capsula pasó a llevar su traje, llevándose consigo parte importante de la tela que cubría su torso. Bastaron dos segundos para que Lorenzo comenzara a gritar con desesperación una vez que el sol tocó directamente su piel. Intentó en vano protegerse de los rayos, pero éstos se reflejaban irrevocablemente en la arena y transcurridos algunos minutos, Lorenzo se vio tendido en el desierto, gritando con espanto mientras se quemaba vivo. Luego de una hora, ambos hombres se encontraban muertos, uno completamente carbonizado y el otro con la mitad del cuerpo desvanecido por el sol. Al caer la tarde, no quedaban rastros del cuerpo de Lorenzo, se los había llevado el viento de la pampa, arrastrándolos por el desierto. Los restos de José en cambio siguieron dentro de la capsula, intactos, olvidados por el tiempo, olvidados por el cielo, durante muchos años.

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