viernes, 19 de noviembre de 2010

El camping de la perdición

La comodidad de una casa o departamento es impagable a la hora de estar metida dentro de una carpa pensando que las posibilidades de ser abducida por alienígenas aumentan considerablemente. Acampar no es algo que llame mi atención ni mucho menos algo que pretenda hacer dentro de los próximos cincuenta años. Las razones son muy simples y se remiten a tres aspectos a considerar: la arena pica + no hay baño + la soledad es abrumadora.

No entiendo cuál es la gracia de salir a acampar si puedes quedarte en la comodidad de tu hogar y disfrutar de los beneficios que te ofrece la ciudad, como prender la tele, darte dos duchas diarias, cocinar y lavar la loza con tan sólo abrir la llave y sin tener que ir a buscar baldes de agua salada y lo mas importante, dormir sin morir de hipotermia por las noches ni convertirte en una hamburguesa por la mañana (la capa de ozono es heavy). Esta bien, reconozco que existe toda una magia detrás de irse un fin de semana a acampar con todas las pseudo comodidades que han inventado los chinos (carpas, cocinillas, baños químicos, lámparas a batería e incluso bolsas de ducha) sin embargo, me parece ridículo invertir dinero en estos artefactos cuando es mejor pagar televisión digital o un pony, solo por citar algunos ejemplos.

Cuando un grupo de personas decide ir a acampar es como firmar un documento de posible tragedia, es bien sabido que las revistas de cosas extrañas siempre cuentan historias de audaces viajeros que por andar cara de palo por los bosques y playas alejadas de las grandes urbes, sufren ataques de chupacabras, extraterrestres, amigos bajo la influencia del alcohol o animales raros como pie grande o el monstruo del lago Ness. Por eso y como muy bien dice Forrest, ir a acampar es como abrir una caja de bombones: nunca sabes que mierda te puede pasar. Porque si no te mueres en el trayecto, probablemente volverás con insolación, furia reprimida y/o trastornos mentales cuaticas que involucran sentimientos de homicidio generalmente en contra de tus compañeros de camping.

Otro asunto de suma importancia es el tema del baño. Acampar es una cosa espantosa porque no hay baños cómodos cerca, ni siquiera hay jabón, papel higiénico ni revistas que mirar, y lo único que se puede mirar es a otros que al igual que uno, se esconden y hacen sus necesidades rápidamente para no ser descubiertos en un momento intimo y bochornoso.

Además, un millón de metros cuadrados de arena lisa e infinita no ayuda en nada a tener un momento privado, sólo te pica por todos lados porque la arena logra infiltrarse por los rincones en que más esfuerzo pusiste para que no se metiera, dentro de los calcetines, en las orejas, entre medio de las uñas y a veces en la boca porque casi todo lo que sea comestible es una víctima potencial del viento con arena y al final sólo terminas con ganas de ir a dormir dentro de un iglú de tela con la vulnerabilidad a flor de piel, con esto me refiero a que cualquier indígena puede atravesar la carpa con una flecha o ser atropellado por un jeep gigante o en su defecto, ser alcanzado por una ola y quedar flotando en el mar abierto y a la deriva del mundo en general.

Por eso y por muchas razones mas, acampar no es una actividad de mi agrado. La comodidad y la televisión son condiciones que no debieran transarse por ningún motivo y cualquier situación que ponga en riesgo mi estabilidad física y mental será rechazado automáticamente por mi inconciencia que vela por mi integridad. Así que olvídenlo, acampar no es algo que vaya a hacer a menos de que me paguen mucha plata o Zac Efron me invite.

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