miércoles, 25 de marzo de 2009

Maquillaje del alma

Yo aún no entiendo por qué tenemos que maquillarnos. Entiendo que el asunto del maquillaje se utilizó en sus comienzos porque las personas de épocas pasadas y remotas, eran tan feas que utilizaban pigmentos de sustancias coloridas, con el fin de cubrir sus mal tallados rostros, haciendo de cuenta que era un ritual religioso, en donde además, se mataban entre ellos y todo resultaba una masacre… a colores.
Recuerdo que cuando iba al colegio, me sorprendía la cantidad de maquillaje que llevaban mis compañeras. Daba la sensación que tenían grandes ojos enmarcados por gruesas líneas negras contorneadas en grises y matizados con un brillo extraño. Y sus pestañas, eran larguísimas y separadas unas con otras, si querías y te detenías a mirarlas de cerca, podías contarlas cada una de ellas e incluso tocarlas sin necesariamente acercarse demasiado al ojo.
Yo creo que usé el encrespador en tres ocasiones antes de cumplir los veinte años: un matrimonio, una fiesta de halloween y mi licenciatura. Ahora que me encuentro en una etapa en que, supuestamente, soy más adulta y responsable, supongo que no tiene nada de malo ponerse un poquitito de maquillaje. Sólo para evitar espantar a las gaviotas y que los profesores no se enteren que bajo esa perfecta aplicación de base compacta, rubor y brillo labial, se encuentra una cara demacrada, gris y violentada por un grueso contorno de ojeras. Seamos sinceros: es nuestro deber ponernos alguna cosita poca para no arruinarle el día a la gente.
Al fin y al cabo, sea o no por monería, hay pocas cosas más glamorosas y femeninas, que una boca teñida de rojo y una mirada brillante por las mañanas. Es la base de la coquetería. Cualquier niña que haya usado frenillos y una chasquilla más corta de lo normal, asume que hay que borrar los vestigios de un pasado feo en donde creíamos que mientras más larga era la falda, más de moda estábamos. Oh, que desperdicio de vida.

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