lunes, 2 de marzo de 2009

La muela del juicio final

A diferencia de muchas de las personas que conozco, creo que mi madre no ha guardado ninguno de mis dientes de leche. No es como aquellas madres que incluso guardan el cordón umbilical dentro de frascos macabros, menos tiene mi primer diente, bañado en oro en una cadenita guardada en un bonito joyero. No, y no se lo recrimino porque los dientes no me hacen mucha gracia.
Ayer domingo, fui victima de las manos del odontólogo. El dentista es mi papá y me atiende los domingos cuando no hay gente y se asegura de que mis berrinches no serán escuchados por pacientes inseguros. Me ha realizado mi primera extracción. ¡Todo sucedió tan rápido! Ibamos a buscar mi plaquita de relajación, cuando de pronto me vi encandilada por esa luz que los dentistas te ponen encima, luego ese olor nauseabundo a anestesia y posteriormente la visión horrible de la jeringa con la aguja que salpica un líquido amarillento que te revuelve las entrañas.
Bastan dos pinchazos, uno cerquita de la muela y otro por el paladar y dejar acuar cerca de diez minutos. Le preguntaba al doctor cómo lo hacian antiguamente cuando no existía la anestesia y debían realizar una extracción, mientras babeaba de forma insostenida debido al adormecimiento de mi boca, él me respondió que existía la anestesia de dos, cuatro u ocho manos. Dependiendo del grosor del paciente en cuestión, si era grande y gordo, se aplicaba la anestesia de ocho manos sumado el del garrote. El dentista se escondía detrás de la puerta y cuando el paciente entraba, recibía un garrotazo en la cabeza que lo dormía. De esa forma se realizaban todas las extracciones, mientras ocho brazos los sujetaban para que, en caso de que el pobre individuo despertara, no pudiese moverse.
En realidad no se que tan cierto sea eso, el caso es que después de escuchar la mentira sobre la anestesia, el dentista se abalanzo sobre mi boca y con un alicate, pescó mi muela del juicio que me ha acompañado en tantas cosas importantes en mi vida, y me la arrancó sin compasión, produciendo un ruido como un iceberg en desprendimiento. Me la mostró, bañada en sangre, inútil en todo sentido ya fuera de mis encias, mientras la envolvía en un papel café y yo llorisqueaba porque me habían arrancado algo tan personal.
Las muelas del juicio son esas cosas naturales que no deberiamos tener pero tenemos, como las amigdalas y el apéndice. Mi mamá dice que cuando te salen, es porque te vuelves juiciosa, pero yo siempre he tenido la impresión de que la palabra juiciosa tiene algo que ver con las leyes y de por sí no me gusta, prefiero pensar que las muelas del juicio son el último indicio de que los humanos somos estúpidos y vinimos a sufrir a la tierra. Si no, no tendrían que sacarnos las muelas y no sufririamos de garrotazos en la cabeza.
Lavé mi muela y la puse en un pañuelo de papel. Y me dedique la media hora siguiente a morder un algodón mientras a mi hermana le arreglaban los aparatos de ortodoncia y le ponían elasticos rosados. Y pensé que a lo mejor, debería meter la muela debajo de la almohada a ver si el ratoncito, por esas cosas de la vida, se le ocurre darse una vuelta por la pieza en la noche, podría dejarme algunos billetes azules que compensen el dolor de no poder comer ensaladas durante algunas semanas… luego comprendí que la historia de la anestesia había sido relatada con el mismo tono mentiroso del ratoncito, así que guardé la muela en mi cartera, al lado de las llaves y me fui a casa. La muela tan personal ya no la llevo conmigo, pero esta en mi cartera, y eso es mucho más real que la idea de un ratoncito revolviendo mi almohada y cargando un billete. Totalmente sin sentido.
Oh por Dios, creo que me he vuelto juiciosa.

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