sábado, 17 de enero de 2009

Las cosas que se perdieron

La gran mayoría de las personas detestan cuando los bichos se aparecen en los lugares más insospechados, o en los peores momentos (la típica mosca grande que choca con el vidrio o el zancudo que molesta en la oreja los sábados por las mañanas).

Personalmente me he visto invadida por aquellos horribles seres llamados baratas, cuyos vizcosos cuerpos se mueven gracias a sus infinitas y asquerosas patas cafés que les salen de todos lados. Hay baratas en la cocina pero sólo de noche, creo que le tienen miedo al sol... a veces cuando en mitad de la noche me levanto a la cocina a buscar un vaso de agua, prendo la luz y una barata gigante duerme placenteramente sobre un durazno, otras se esconden en el agujero que tiene la puerta del refrigerador, necesaria de tomar para abrirlo, y otras simplemente caminan por la mesa y el suelo.

Sin embargo, existe un tipo de insecto de la familia de los coleopteras que, graciosamente, nos provocan ternura. Me refiero a las catitas, o también conocidas como mariquitas, chinitas, catarinas, sarantontones, o vaquitas de San Antonio o de San Antón. Son esos bichitos que si no tuvieran una polerita roja (increiblemente, son sus alas) con puntitos negros no dudaríamos en aplicarle insecticida, pero debido a su graciosa e inocente cobertura brillante nos parecen hermosas y las perseguimos para simplemente dejarlas caminar por nuestras manos.

Lamentablemente este bichito ya no se ve tanto como antes (recuerden que antes siempre habían catitas en las piscinas y en lugares donde hubiera pasto) y esto se debe a varios motivos: el calentamiento global, la gente que mata catitas y los depredadores naturales.

Me gustaría un día levantarme en mitad de la noche a la cocina a buscar un vaso de agua y encontrarme una catita durmiendo sobre un durazno en vez de una barata asquerosa.

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