domingo, 24 de agosto de 2008

La Gabriela

La Gabriela lleva ese nombre por una tradición literaria anticuada. Su abuela, la Gabriela Alfaro, que en realidad se llama Elena Gabriela y ha insistido toda la vida en que la llamemos "mamá gaby", fue hija de una de las tantas secretarias de la Lucila Godoy (Gabriela Mistral). La Pradera Florida, amiga y confidente de la poetiza, en un intento de perpetuar el recuerdo de su amiga delegó el nombre de origen hebreo que ahora lleva mi hermana de doce años.

La Gabriela no hace caso. Hay que gritarle cinco veces para que obedezca. Se queda pegada viendo televisión en extrañas posiciones que parecen haber sido diseñadas para contorsionistas, y sin embargo para ella son cómodas. Come como una condenada, a veces tengo que gritarle que es un puerco cochino para que deje de morder las cosas que encuentra dentro del refrigerador. En algunas ocasiones es incondicional y es capaz de entregar todo lo que tiene por conseguir algo, pero es descarada para jugar juegos de mesa. Poseedora de una voz aguda y un sentido del humor retorcido, es capaz de reirse de mis absurdas imitaciones del cirque du solei, me acompaña a comer tallarines a la hora que sea, es mi compinche en conseguir dinero para gastar en cosas inútiles, es predecible y manipulable, pues controlo sus gustos musicales y le he formado un oído musical envidiable para una niña de doce años, aunque aún no puedo evitar que escuche a los jonas brothers, que representan una secta satánica compuesta por tres hermanos que son la versión recargada de los hansons.

La Gabriela no tiene sentido del ritmo, y es pésima en temas de coordinación. Se resbala en el suelo, se ducha media hora, deja el baño empañado y me ocupa el shampoo, me hace rabiar, me roba el maquillaje pero aún así la amo.

Es mi hermana chica, a la que muchas veces he agarrado de las mechas y la he acusado por hacer maldades. Me aterra, pese a ser nueve años mayor que ella, no estar en algún momento de su vida en que me necesite. Siempre he sabido que la Gabriela, la del nombre de mujer adulta, la que es capaz de contener las lágrimas, es más fuerte que la simple María Luisa que se escuda en las letras. La Gabriela es admirable y estos son sólo vestigios de una veta literaria que nos legaron, porque pese a no haber artistas en la familia, el arte lo creamos nosotras, diariamente, tú pequeña con tu vilonchello que ratos suena como una sierra electrica y yo con mis metáforas limpias para ti, a tus doce años.

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