domingo, 24 de agosto de 2008

Niñitas



Antes, las mamás que vestían de vestidos floreados a sus niñitas, se encargaban de llevarlas ellas mismas al colegio y no en furgones ni encomendándosela al vecino con auto. Antes, las mamás luego de dejar a sus hijas en el colegio, se reunian todas en la casa de la mamá más cercana y tomaban té, pasaban horas viendo el buenos días a todos, riendo y armando los disfraces que usarían sus retoños en presentaciones escolares.

Las mamás no mandaban a hacer los disfraces ni mucho menos los arrendaban. Las niñitas nos juntabamos a tomar la leche tibia con chocolate, sagradamente a las cuatro de la tarde para luego ver la novela del canal siete y jugar un rato con las muñecas o ponernos tacones y pintarnos los labios y creer que eramos mujeres grandes que firmaban cheques y fumaban tubos vacíos de lápices blancos.

Hace poco, una amiga de infancia a la cual recuerdo con mucho cariño y a la que suelo encontrarme en los baños de mujeres de algunas discoteques en mi ciudad natal, recopiló algunas fotos, muy antiguas y que, gracias a la magia de internet, que subió a facebook.

Eramos niñas. Niñitas reales. No como las que te encuentras en los malls hoy en día, que visten jeans apretados y zapatos de adultos en miniatura y se pasean hablando por sus celulares con aquellos peinados pokemones indecentes que pareciera que fueron creadas en serie.

Usabamos vestidos, zapatos de charol, el pelo corto porque era típico que se armaba una plaga de liendres endemoniada que al final todas terminabamos las tardes del domingo con la abuelita encima tratando de despiojarnos.

No sé que tan bueno sea el cambio de generaciones, pero sí pienso, y puedo decir con mucha alegría, que me siento feliz de haber vivido las etapas que me correspondían en los tiempos que fueron necesarios. A lo mejor, cuando teníamos siete años, no chateabamos ni jugabamos con grandes cosas, sólo eramos felices llenandonos de barro e imaginando que poníamos un negocio con la mercadería que había en la despensa. Ahora, cierren los ojos y piensen en los juegos infantiles de nuestros padres, ellos -que sólo ellos- pueden recordar lo que es tener los dedos brillantes por haber atrapado una mariposa en el jardín y haber jugado hasta el cansancio el corre el anillo.

¿A qué habrá jugado la Pradera Florida?

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