Y Julieta se perdía en pensamientos absolutamente incoherentes, pero otras; soluciones a catástrofes mundiales. ¿Cómo sobrevivir en este miserable pueblo que conocía la televisión a color hace dos años y que se reunían a ver matanzas policiales? A ratos Julieta se tomaba la cabeza con ambas manos y reía alocadamente, batiendo su cabello castaño, haciendo caso omiso a cualquier mirada extraña que le regalaban los peatones. Ella solo reía y algunas lágrimas se le resbalaban de la mejilla perfectamente maquillada. A ratos, su mirada se perdía en los cerros y en las formas de las nubes, otras veces se imaginaba sentada dentro de una bañera adaptada como sillón, con cojines de terciopelo fucsia y violeta y sentirse una mujer glamorosa perdida totalmente de la realidad, la más dura pobreza glamorosa. Y a veces sólo callaba y quedaba blanco. Para Julieta ese era el mejor estado. De hecho, estaba pensando en ello cuando llegó el extraño.
El muchacho llevaba una chaqueta de cuero café y una cajetilla de cigarros en el bolsillo derecho. Julieta miró al extraño, quien le dedicó una pequeña sonrisa y se sentó a su lado, despeinándola con el viento al sentarse.
- Oye Julieta, no fumes drogas – le dijo el extraño, mientras encendía un cigarro, sin levantar la mirada hacia ella. Casi como una recriminación, con unas notas de enojo y diversión.
- Oye extraño, no fumes drogas – le respondió Julieta de forma apresurada – fumar cigarro es igual o peor que mi tratamiento de belleza herbal – sentenció, mirándose las uñas pintadas de un perfecto coral.
Y de pronto su imaginación voló a la habitación de infancia de su mejor amiga. Juntas hacían collares de corales traídos de Brasil por su hermana, y estaban horas y horas por las tardes hilando cada pequeño coral blanco, cada pequeño coral anaranjados. Tomaban té con leche y galletas de vino, hacían competencias de quién se llenaba menos de migas el vestido. Y de pronto se dio cuenta de que el color coral se llamaba Rocío, como las gotitas pequeñas que se acumulaban en las hojas de los árboles más verdes que había visto en su vida, la de los parques japoneses en la capital.
Sus uñas eran de color coral. El extraño las observó, esbozó una sonrisa.
- ¿Estuvo de cumpleaños la Clara?
- No, lo está mañana. Y esta preparando un té para las amigas, no puedo llevar invitados y menos un extraño – le respondió Julieta, mirando un punto fijo de una piedra.
- Ayer estuve pensando en cosas con azúcar flor, en las roscas y los calzones rotos. Y recuerdo tantas cosas en escocés que no sé si soy de aquí o Escocia perdió un hijo – le contestó el extraño con gran naturalidad.
- ¿Cosas con azúcar flor? ¡Que exquisito! Panqueques con manjar, pero no de ese manjar simple, sino que con jugo de naranja. O Pomelo… hey, no era broma lo del cigarro, vas a prender otro y tendré que donarte medio pulmón… - le dijo la muchacha, acercándose a su rostro y quitándole el segundo cigarro de la boca y llevándoselo a la de ella, para terminar sentada nuevamente, casi recostada, mientras disfrutaba el cigarro de un extraño.
- De todas formas, estoy seguro que el que donara ese pulmón sería yo – le contestó riéndose – al paso que vas, morirás antes que mi último poema.
Julieta se acomodó la falda y el cabello desordenado, cerró los ojos y los elevó al cielo, mientras la luz la encandilaba con los ojos cerrados.
- Supieras la cantidad de formas brillantes que veo, son increíbles, son como space invaders que se quedan pegado en mi retina – comentó, feliz y en voz alta.
El muchacho llevaba una chaqueta de cuero café y una cajetilla de cigarros en el bolsillo derecho. Julieta miró al extraño, quien le dedicó una pequeña sonrisa y se sentó a su lado, despeinándola con el viento al sentarse.
- Oye Julieta, no fumes drogas – le dijo el extraño, mientras encendía un cigarro, sin levantar la mirada hacia ella. Casi como una recriminación, con unas notas de enojo y diversión.
- Oye extraño, no fumes drogas – le respondió Julieta de forma apresurada – fumar cigarro es igual o peor que mi tratamiento de belleza herbal – sentenció, mirándose las uñas pintadas de un perfecto coral.
Y de pronto su imaginación voló a la habitación de infancia de su mejor amiga. Juntas hacían collares de corales traídos de Brasil por su hermana, y estaban horas y horas por las tardes hilando cada pequeño coral blanco, cada pequeño coral anaranjados. Tomaban té con leche y galletas de vino, hacían competencias de quién se llenaba menos de migas el vestido. Y de pronto se dio cuenta de que el color coral se llamaba Rocío, como las gotitas pequeñas que se acumulaban en las hojas de los árboles más verdes que había visto en su vida, la de los parques japoneses en la capital.
Sus uñas eran de color coral. El extraño las observó, esbozó una sonrisa.
- ¿Estuvo de cumpleaños la Clara?
- No, lo está mañana. Y esta preparando un té para las amigas, no puedo llevar invitados y menos un extraño – le respondió Julieta, mirando un punto fijo de una piedra.
- Ayer estuve pensando en cosas con azúcar flor, en las roscas y los calzones rotos. Y recuerdo tantas cosas en escocés que no sé si soy de aquí o Escocia perdió un hijo – le contestó el extraño con gran naturalidad.
- ¿Cosas con azúcar flor? ¡Que exquisito! Panqueques con manjar, pero no de ese manjar simple, sino que con jugo de naranja. O Pomelo… hey, no era broma lo del cigarro, vas a prender otro y tendré que donarte medio pulmón… - le dijo la muchacha, acercándose a su rostro y quitándole el segundo cigarro de la boca y llevándoselo a la de ella, para terminar sentada nuevamente, casi recostada, mientras disfrutaba el cigarro de un extraño.
- De todas formas, estoy seguro que el que donara ese pulmón sería yo – le contestó riéndose – al paso que vas, morirás antes que mi último poema.
Julieta se acomodó la falda y el cabello desordenado, cerró los ojos y los elevó al cielo, mientras la luz la encandilaba con los ojos cerrados.
- Supieras la cantidad de formas brillantes que veo, son increíbles, son como space invaders que se quedan pegado en mi retina – comentó, feliz y en voz alta.
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