martes, 18 de noviembre de 2008

El submarino amarillo

Tengo ganas de hablarle. De recordar como eran sus frases, como reemplazaba las letras con números o caritas. Tengo ganas de recordarle que aún lo recuerdo.
Se nos hizo tan larga la calle aquel día. Estaba nublado y comenzaba a odiar la ciudad porque todo lo que respiraba era el aroma de tu chaqueta (nuevamente) sobre mis hombros. Hacía frío, tú repetias frases memorizadas para que yo me diera cuenta de que estabas preparado para tu exámen del miércoles.
- ¿Por qué insisten en inventar nombres tan largos y raros? - le pregunté mirando el suelo.
- Porque nos pagan por letra - me respondió, serio. Calmado.
Acabo de ver una palmera pequeña, podía caber en la palma de mi mano. Si pudiese ponerle nombre, le pondría aquel que escogimos para el perro que alguna vez tendríamos si nos casaramos.
- Recuerda que sólo es ficción, jamás me casaria con alguien como tú - le dije, una tarde de agosto. Era nuestro mes favorito porque las clases acababan antes de que el cielo tomara tonalidades rosáceas.
- No te vas a casar conmigo porque te vas a casar con otro - me respondió, lanzandome una almohada - pero te vas a arrepentir, yo tendré mucha plata y mi esposa tendrá muchas tarjetas de crédito.
- Sí claro - respondí mecánicamente.
Podíamos alargar los álamos. Estirar las nubes, mover las cosas con el pensamiento, arrastrar miradas y reirnos en silencio sin producir mueca alguna. Podríamos haber detenido el tiempo y el espacio y quedarnos rodeados de diamantes instantáneos.
- ¿Sabes que es lo que más me duele pollito? - me preguntó, viendo como yo caminaba mirando hacia las líneas del suelo que no quería pisar - que tarde o temprano dejaremos de hablar. Tu te irás al norte, yo me quedaré en el polo norte (aquel más digno) comprarás un perro, tendrás una vida preciosa rodeada de gente que te amará, tendrás un ejército de pretendientes y te vas a olvidar de mi.
(- No hables pelotudeces...) pensé.
- Pero respóndeme... siempre te quedas callada. Por último dime que me necesitarás para limpiarle las mugres al perro chico que tendrás cuando sal´gas del colegio y vivas frente al mar.
(- Que complicado que se me hace no pisar las líneas...)
- Ya, bueno. Si sé que no hablar es tu dialecto preferido. Oye... ¿dejemos de fumar? Es muy feo que tú fumes, pero yo dejaré de hacerlo para que tu no lo hagas ¿ya?
(- Quisiera que te calles un momento... )
Silencio.
- ¿Sabes que es lo que más me duele pollito? - me dijo, con los ojos nublados y la camisa gris ondeando - es que no me quieres ni un poquito de lo que yo te quiero.
Tengo ganas de recordarle que aún lo recuerdo. Y decirle cuánto lo quise y cuanto me ha costado recordar las anécdotas. Siempre anduvimos en el submarino amarillo y sin darse cuenta un día, él se bajo.

No hay comentarios: