viernes, 23 de noviembre de 2007

Despierta

Siempre he tenido la sensación de que puedo observar todo desde arriba. Que los problemas de los demás son lejanos y que incluso mis propios problemas carecen de importancia.
A veces pienso que es mejor morderme la lengua y crear una personalidad que se imponga ante el resto. Casi inmune al sufrimiento popular. Yo no sufro por amor, yo no sufro porque los japoneses se comen a las ballenas en peligro de extinción, yo no sufro porque no hay motivos para sufrir. Simplemente no sufro por nada.

Si, bueno, lloro. Me desquito comiendo la caja entera del cereal y escribiendo en el computador horribles palabras mientras mis manos empapadas en lágrimas tiemblan. Porque lloro sin motivos la mayoría del tiempo. Siempre he tenido la sensación de algo que no les voy a explicar aquí porque mi madre se ha encargado de masificar el contenido de este blog con los familiares y creo suponer que si llegaran a leer lo que pretendo escribir, creerían que tengo una depresión severa y que estoy a punto de ahorcarme con las sábanas. Lo cual niego rotundamente.

Pero la sensación de la que les hablo es la de inutilidad en el mundo. Ser una persona sensible a los efectos externos de la vida, no es fácil. Es complicado sentir y adolecer en este mundo insensato. Es complicado escribirlo y es más difícil aún hacer que usted lo lea y poder removerles un poco la conciencia. Y creo que al sentir tanto, es como si te saltaras un peldaño en una escalera sin notarlo, la boca del estómago queda suspendida en el aire mientras el resto de su bobina figura se desplaza torpemente por el suelo.

Es lo que llamo la inutilidad del vagabundo dispuesto a hacer nada por el mundo. Somos una masa de gente que se levanta por las mañanas y cumplen una rutina aburrida con el fin de ganar dinero o saber que haces algo porque en el futuro lo tendrás. Todo es lo mismo. Estudio en la universidad para eso, usted trabaja mañana por la mañana para eso, tu mamá también hace lo que hace por dinero (sonó como si fuera una prostituta, que cómico).
Somos las hormigas trabajadoras dentro de una polis deshumanizada. Me aterra, no quiero ser una más de las que caminan mirando el suelo, insufribles sin darse cuenta que el de al lado sufre. Lo peor es que no hago mucho, no soy capaz de meterme a esas cosas de acciones sociales porque la solución no es dedicarme a armar casas prefabricadas para los jóvenes delicuentes, ni donar plata para que hagan lo que quieran con los recortes.
Los cambios empiezan por dentro. Por amar la naturaleza, por amarse a uno mismo. Poco vamos a cambiar el mundo si no cambiamos como humanidad. Me dan ganas de ahorcarlos a todos para que abran los ojos... de nosotros depende tanto tu vida como la mía.
Queda poco tiempo.

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